Capitulo 1.

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Hace ya poco de un mes que los ángeles se han marchado y debo decir que, después de lo que pasamos, no es fácil acostumbrarse a vivir sin esconderse. El miedo de ser asesinado aún persiste dentro de cada sobreviviente. Siguen adoptando aquella postura encorvada cada vez que escuchan el estruendoso ruido de las ultimas piezas que dejan caer los edificios en ruinas; corren a esconder la comida; salen a la calle con armas y no duermen bien por las noches.

A decir verdad, ni siquiera yo duermo bien. Las pesadillas con los híbridos escorpiones irrumpen mi mente cada vez que intento relajarme, mi madre aún sigue coleccionando huevos podridos y mi hermana estaba saciando su hambre de semanas. La espada del ángel permanecía en mis manos, y así sería hasta convencerme de que aquellos asquerosos pájaros, idealizados como buenos, jamás volverían.

Lo bueno de todo esto es Raffe, que aunque lo niegue sé que él también está un poco paranoico. Pero lo tenía a mi lado, protegiéndome.

El mundo estaba volviendo a renacer. Algunos volvían a sus hogares para saber si quedaba algo de su pasado dentro. Otros decidían iniciar de nuevo instalándose en el hogar abandonado de alguien más, esto fue motivo de unas pocas peleas ya que cuando el dueño de la casa regresaba y veía a sus nuevos inquilinos, lo primero que hacía era sacar su arma y amenazar con defender lo suyo, hasta que la familia se iba del lugar que intentaron hacer suyo para encontrar uno nuevo.

Junto a Raffe nos instalamos en la casa donde luche por primera vez con los demonios que saltaron de la espalda de Beliel. Decidimos que ese sería nuestro hogar.

El proceso de volver a vivir normalmente no será fácil. Tendremos que buscar qué comer, que por lo visto y hasta que las industrias vuelvan a surgir, será pescado o algo que se pueda cazar fácilmente: un pollo, patos, o algo así.

Me recosté en la cama recordando lo que había sucedido en ella cuando dormí junto a Raffe, y por mi espina subió un calor que me hizo sonrojar.

Se oían los pasos de Paige mientras jugaba en su habitación, ya no me preocupaba por ella, sabía cuidarse sola y sumado a que ya no se encontraban los ángeles.

El romper de las olas que dejaba pasar un fresco viento de primavera logró relajarme y por primera vez en mucho tiempo pude conciliar el sueño sin estar pendiente de los ruidos externos, aunque la espada seguía fiel a mi lado.

No sé cuánto tiempo dormí, ni que hora era. Desperté sobresaltada con el ruido de la ventana cerrándose. En la penumbra divisé el contorno de la figura de Raffe, sus grandes alas, su espalda ancha, sus brazos fibrosos y su cabello despeinado. Me quede quieta contemplándolo. Cuando volteó a verme no se sorprendió de verme ahí embobada, mirándolo.

-¿Disfrutas la vista? -preguntó, regalándome una sonrisa ladeada.

-Bien... no lo quería decir, pero si -dije, hundiendo mi cara en la almohada -. ¿Qué haces?

-Cerraba la ventana -señaló.

-Ya lo sé, pero ¿por qué? El viento que pasa es agradable.

-Se acerca una tormenta y no quiero que se inunde la casa. Al menos, no por hoy -dijo mientras se metía bajo las sabanas.

-¿Sabías que estaba durmiendo? -le pregunté.

Me miró de reojo y asintió. -Te oí hablar con tu hermana. Por cierto ella y tu madre ya han cenado y están durmiendo.

-¿Por qué no me has despertado? Dormí demasiado.

-Es que te vi dormir tan plácidamente que no quería hacerlo.

Lo miré sin emitir ningún sonido.

-Tranquila Penryn, ya me encargué yo. Todo esta bien.

-Pero ellas son mi asunto. Yo debo ocuparme -no me gustaba que alguien aparte de mi atienda las necesidades de mi familia, porque ellas aún me tenían a mi para eso.

-Ahora estoy para ayudarte. Estamos juntos en esto. Siempre lo estuvimos, desde el día en que me viste sangrar y lanzaste la espada en mi dirección -dijo depositando un beso en mi frente.

-¿Saliste para eso?, ¿buscar comida?

Negó con un leve movimiento de cabeza -No. Fui a ejercitar un poco mis alas y, cuando escuché que dormirías, decidí buscar algo para la cena. Que por cierto espera por ti en el horno.

Me acurruqué a su lado y sentí sus brazos a mi alrededor. -No tengo hambre.

-Entonces duerme conmigo, aún debes reponer energías.

Pasó un brazo debajo de mi cabeza y otra sobre mi cintura. Comenzó a dibujar sistematicamente pequeños circulos en la parte baja de mi espalda.

En sus brazos sentí la seguridad que mi padre me brindaba cada vez que estaba en casa y mamá le agarraban sus ataques.

Con él aquí, ya no había nada más a qué temerle, sino a perderlo.

Ángeles CaídosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant