Especial: Chanyeol

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Conocí a Oh Sehun cuando entré a sexto grado. Yo era nuevo en el colegio y todavía era tímido, así que me costó incluirme al grupo. Pasaba los recreos solo, sentado en un escalón, mirando cómo los demás chicos jugaban a la pelota. Un día uno tocó mi hombro y me preguntó por qué estaba solo. Tartamudeé al principio, pero no fue como los demás, él no se rió por mi dificultad para interactuar, solo esperó a que pudiera responderle. Se quedó todo el recreo conmigo, logré relajarme y hablar con más naturalidad. Estaba contento de finalmente haber podido entablar una conversación con alguien, pero lamentablemente el timbre sonó y él debió volver con su grupo.

Descubrí que era un año más chico, lo cual me sorprendió, pensé que era más grande por lo tranquilo que se veía al lado de los demás. Por alguna razón que jamás sabré, él siguió acercándose a mí en los recreos día por medio. Un día descubrimos que vivíamos en la misma dirección y una idea comenzó a formarse en mi cabeza. Sehun me parecía un chico genial, quería llegar a ser su amigo, alcanzar el nivel de amistad que tenía con aquel otro con el que siempre lo veía, Tao. Así que se me ocurrió invitarlo a casa un día después de clases.

Estaba bastante nervioso al momento en que se lo propuse, pero él sonrió y accedió tranquilamente, como si ya fuéramos amigos. Quizás lo éramos, no sabía qué era lo que definía eso. Esa tarde la pasé genial y por suerte se repitió, bastante seguido. Gracias a Sehun logré controlar mis tartamudeos y socializar con mis compañeros de clase, pero el único con el que me importaba seguir cultivando nuestra amistad era él.

Cuando terminé la primaria literalmente quise morir. La idea de no pasar más recreos con Sehun, no poder verlo todos los días, me estaba deshaciendo. Me preguntó un día en casa qué me pasaba, por qué estaba decaído últimamente, y le confesé lo que me angustiaba. El muy maldito se rió de mí, provocando que mis orejas se pusieran coloradas, y luego dijo como si fuera la cosa más obvia del mundo que podíamos vernos todos los días después de clases. Estaba sorprendido de que propusiera eso, en mi cabeza me la pasaba dándole vueltas al cómo hacer para ser más cercano a él, y Sehun llegaba como si nada con la respuesta a todos mis problemas, como si para él ya fuéramos prácticamente hermanos. Salí de mi ensoñación y lo obligué a prometerlo.

La promesa se cumplió. Quizás no todos los días, pero casi todos. A veces nos juntábamos con Tao, su mejor amigo desde prescolar, y así entablé relación también con él, pero había algo que me impedía sentirme del todo a gusto con el chino como para considerarlo mi amigo.

El año voló, pero lamentablemente no solo por nuestras salidas por la tarde. El padre de Sehun enfermó y se debilitó muy rápido hasta fallecer. Mi única preocupación era estar al lado de mi amigo la mayor cantidad de tiempo para consolarlo y distraerlo, así que mi rendimiento escolar bajó. Mamá me regañó y discutí con ella. Nunca había discutido con mamá, pero Sehun era mucho más importante que unas estúpidas notas.

Para las vacaciones de invierno, Sehun había recuperado un poco los ánimos, y al año siguiente entró con Tao a la misma secundaria que yo. Nuestras rutinas se mezclaron y pasábamos literalmente casi todo el día los tres juntos. Las actividades más recurrentes eran: ver películas en la casa de alguno o ir a un local de juegos a jugar con maquinitas. También solíamos salir a caminar por la tarde, momentos que según nuestro humor nos los pasábamos hablando o en completo silencio, pero uno cómodo. Nos complementábamos bien.

Los años pasaban y seguíamos creciendo. Mi problema para socializar ya prácticamente no existía, todo lo contrario. Éramos bastante populares en el colegio, aunque yo era el más carismático y dispuesto a entablar relación con los demás. Y así como maduré ese lado, también maduró mi sexualidad.

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