Parte 4

13.3K 768 206
                                    


Se llama Marina...

Así llevaba casi una semana, recordando una y otra vez su nombre; aunque no sólo recordaba eso, en mi mente pasaban pequeños flashes de sus piernas, su cabello al viento, su mirada a través del retrovisor, sus pequeños hoyuelos que se le hacían al sonreír, sus labios. Cada momento con ella había aparecido en mi cabeza durante todos los días en los que no la había visto. A estas alturas ya había admitido que me moría por volver a verla y lo que significaba eso pero ¡joder! más me mataría verla, llevarla a su destino y saber que estaría... ni siquiera podía pensarlo. Me hervía la sangre y lo que más me cabreaba era que me estaba partiendo la cabeza por una persona para la que yo apenas existía. Para Marina sólo era la taxista pesada que no paraba de darle la tabarra en cada trayecto, sólo eso. Seguro que Miguel la trataba como un paquete que transportaba de un lado a otro; sin cuestionamientos; sin decir nada más; sólo dedicado a su trabajo. Pero para mí no era un pedazo de carne, no era una mercancía. Era una preciosa mujer que me tenía con el alma en un hilo.

- ¡Oye! ¡Te he dicho que quería ir al Palacio de las Artes, no al Palacio de Deportes!- Me replicaba un viejo gruñón en la parte de atrás del taxi.

Sus gritos hicieron que mi cerebro conectara. Todos estos días mi concentración había estado en menos veinte y me había tocado pedir perdón a mis pasajeros varias veces. Simplemente no podía estar en el aquí y el ahora. Mi mente estaba con Marina todo el tiempo. Por enésima vez en la semana me confundía de lugar.

- Lo siento, señor, ahora mismo lo llevo- me disculpé- le cobraré sólo hasta aquí, lo demás corre de mi cuenta.- El viejo me echó una mala mirada y refunfuñó un está bien.

Un cuarto de hora después estaba dejando al "amable" señor en su destino. Mi cabeza iba a explotar y no me apetecía nada trabajar así que hice lo nunca había hecho desde que le ayudaba a mi padre en la empresa; me fui hasta un parque y me tumbé bajo la sombra de un árbol. Quería que mi cerebro la olvidara, quería que hiciera como una trituradora en la que metes hojas de papel y salen hechas tiras. Eso quería hacer con mis recuerdos de Marina. Lo necesitaba por mi propia salud mental. Creo que ya me estaba obsesionando demasiado.

Estos días habían sido terribles para mí; por un lado, mi parte lógica me decía que era mejor dejarla ir. La chica era problemas, por donde lo viera. Su estilo de vida viene acompañado de muchas cosas negativas. Cosas que supe por lo que leí. Después de que lo supe leí tanto como pude de ese mundo y la decepción era cada vez más grande. A pesar de su confesión y de que me dejó entrever que no estaba muy de acuerdo con esto, no podía evitar sentirme incómoda con la situación. Y estaba la parte emocional, me gusta mucho, siento cosas por ella que son casi difíciles de ignorar. Y haría lo que fuera para que ella deje eso y sin pensarlo dos veces la ayudaría aunque eso implique perder la poca cordura que me queda.

Saqué mi móvil del bolsillo y le mandé un Whatssap a Melisa. Necesitaba desahogarme; tenía una imperiosa necesidad de sacar todo lo que traigo dentro de mí. Todos estos sentimientos necesitan salir de una forma u otra. Como ella no estaba haciendo nada este verano y en general con su vida; cinco minutos después de decirle que necesitaba hablar y la dirección donde me encontraba, aparecía frente a mí.

Sabía que no soy de las personas que anda contando a diestra y siniestra sus problemas y que cuando pido su oído es porque algo realmente me está rebasando. Mi situación actual no tenía comparación con ninguna otra situación que haya vivido nunca.

- ¿Qué te pasa, almeja de oro?- Tuve que reírme, lo suyo no era normal.

-Necesito hablar-.

-Joder, Nati, ¿algo está mal? Si en otra ocasión te hubiese dicho eso en público hubiese tenido que correr por todo el parque.- Me dijo mientras se sentaba a mi lado apoyando su espalda en el tronco.

Almas CapturadasWhere stories live. Discover now