Prólogo.

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Aviso.

Como está dicho en la descripción, esta historia tiene contenido chico x chico. Está bajo su responsabilidad leerlo.

Si no te gusta la temática, te invito a no leerlo. Si te gusta, bienvenida/o.

Historia basada en la saga de Harry Potter de J.K. Rowling.

♣ ♣ ♣ ♣


El sol entraba por la ventana, iluminando la pequeña habitación completamente ordenada, pulcra y añeja. El joven pelinegro se encontraba recostado en la cama, con un libro desplegado entre sus manos.

Todas las mañanas iniciaban igual en el Orfanato de Wool; la señora Cole tocaba su puerta para anunciar la hora del alimento, mas nunca se atrevía a entrar o abrir la puerta. Eso hacía más soportable la permanencia en el lugar, sin ser importunado más que con unos titubeantes golpes en su puerta.

Los infantes del orfanato eran desagradables, catalogando quién es mejor a quién, pero muchas veces se equivocaban, y estaban más que equivocados con respecto a Tom.

Tom Riddle se caracterizaba por su seriedad y frialdad. No tenía ningún camarada en ese repugnante lugar, y no era que le importara; él no se permitiría estar con ese tipo de muggles, siempre inferiores a él.

Tom levantó la mirada de su libro cuando la señora Cole tocó la puerta por segunda vez en el día, indicando la hora del alimento. Aunque no le gustaba rodearse de ese tipo de gente, Tom, con presteza, formalidad y elegancia, se levantó de su cama y dejó el libro en el maltrecho escritorio que se encontraba a su lado.

Era preferible elegir una mesa apartada de todos, comer lo más rápidamente posible y regresar para seguir con su lectura. Un libro diferente cada día. Los Slytherin del grupo de Tom se encargaban de eso, siempre proporcionándole un libro diferente antes de salir de vacaciones, uno más interesante que el otro.

Como era de esperar, el deteriorado comedor se empezaba a llenar cuando él llegó al lugar, pero no era algo con gran significado. El ojiazul se dirigió abriéndose paso entre los jóvenes a la barra donde servían la comida; los niños le daban el pase rápidamente cuando lo veían, sin mencionar que le daban su propio puesto en la fila para no molestarlo, aunque había algunos desafortunados que aún no aprendían eso. Afortunadamente, ese día en particular parecía ser tranquilo. Tan tranquilo que en cierto punto parecía extraño.

Tom no le dio importancia y comió con educación y modales. El encanto nacía solo en él, era natural y embellecedor, tal como decían las encargadas del roído lugar.

Dejando los cubiertos sucios en su sitio, el joven mago se dirigió a su habitación en tiempo récord; nunca había sido tan fácil comer en ese orfanato, siempre topándose con cualquier estúpido que se creía con la habilidad de vencerlo.

Totalmente patético.

Cerró la puerta y se dirigió a su cama nuevamente, agarrando el libro que había dejado y volviendo a la lectura. Tom Riddle tenía un gran apetito por el conocimiento, se sentía orgulloso con sus maravillosas notas y amplio conocimiento en los distintos temas; muchos se preguntaban si realmente no pertenecía a Ravenclaw, pero él más que nadie sabía que era un Slytherin hecho y derecho, el mejor que pudo haber existido en siglos.

Pero, como ya fue dicho, ese día no era exactamente normal.

Una luz blanca apareció a un metro de la puerta, iluminando por completo la habitación y llamando la atención de Tom, quien se puso instantáneamente en guardia. Si algo le había enseñado la vida, es que estar en alerta permanente era siempre la mayor ventaja que tuvieras ante tus enemigos.

La luz fue disminuyendo rápidamente, sin dejar rastro de que algo raro había pasado dentro de la habitación, claro, sin contar al joven azabache que había aparecido junto a ésta. Algo perplejo, Tom miró la delgada figura ante él y, por más que pareciera escuálido y mucho más pequeño de lo que alguien debería, debía admitir que su ser irradiaba una aureola llamativa.

—Estúpidos gemelos —gruñó el joven con los ojos cerrados, buscando a tientas algo en el suelo—, mientras más digas que no lo hagan, lo hacen... ¡Aquí está! —el azabache agarró unos lentes redondos y se los colocó con cuidado.

Asombrado, observo embelesado las brillantes esmeraldas que se encontraban detrás de aquellas torcidas y feas gafas. En su primer vistazo al niño no había notado más allá que su ser frágilmente llamativo, ahora, podía notar sus ojos. En ningún lugar se podía ver ese verde, tan vivo y brillante.

El ojiverde observó a su alrededor con rapidez, quedando paralizado al notar la presencia de Tom, quien no dudó desde el primer instante en apuntarle con su varita.

—Eh, hola —susurró con cuidado, levantándose del frío piso.

Tom simplemente movió la varita, esperando algo más del recién llegado.

—Esto... ¿me puede decir dónde estoy? —preguntó con cautela.

—Orfanato de Wool —siseó Tom con frialdad.

—¿Y eso está en...?

—Londres, Inglaterra —contestó nuevamente.

—¡Genial! No me queda tan lejos la Madriguera... Relativamente. —los ojos del azabache brillaron con alegría— Ahora, ¿puedes bajar tu varita? Me pone algo nervioso.

—¿Quién eres? —cuestionó Tom sin bajar su varita, irritado por el comportamiento del otro. Si bien, el reconocimiento de una herramienta mágica como la varita delataba que el chico procedía del mundo mágico, la aturdidora llamada también era un claro ejemplo de su procedencia y, más allá del gusto, la alerta inundaba la mente su mente.

—Harry —respondió el contrario—, ¿y tú?

Tom se quedó callado, sin ganas de contestar, no se le pasaba por alto que el joven había omitido su apellido.

—¡Alto! Yo te conozco —dijo el joven con una pizca de terror en su rostro. Su mano derecha viajó rápidamente a su túnica, buscando algo entre la tela—. Tom Riddle.

El mencionado levantó la ceja con fastidio, ¿quién era y cómo sabía su nombre? Por lo que veía, el joven sabía más de él de lo que se imaginaba y, pero aún, era claro que nunca lo había conocido, podía poner en una lista todos los rostros y nombre de los estudiantes y el personal de Hogwarts sin titubear, recordando a cada uno y algunas características de éstos... Harry no estaba dentro de esa lista.

—¿De todos los lugares en el mundo, de todos los años, minutos y segundos ocurrentes, tuve que aparecer aquí y ahora? —gruñó con fastidio el azabache, sacando su varita y apuntando al Slytherin con ella— Te hago un trato, tú bajas tu varita y yo la mía.

Las palabras hicieron fruncir el ceño a Tom. Si algo había aprendido, era a no confiar en los demás, pero aquellos ojos verdes parecían cumplir con lo que prometían, sin mencionar que el chico parecía ser una persona buena, tal vez algo torpe, y, por cómo traía su túnica, Tom afirmó esa declaración.

Independientemente de esa observación, dudaba mucho que el niño pudiera hacer algo en su contra. No que desconfiara de su capacidad, sino que conocía muy bien las de él mismo.

Con cuidado y sigilo, el pelinegro fue bajando su varita al mismo tiempo que Harry lo hacía.

—¿Qué haces aquí y por qué sabes quién soy? —preguntó Tom en tono neutro, tal vez si preguntaba bien el chico contestaría sin recorrir a métodos no convencionales.

—Te conozco más de lo que piensas, Riddle... —a Tom no se le pasó por desapercibido cómo Harry escupía su nombre— pero no estoy aquí para pelear, ¿sabes? Estoy cansado y dolorido, necesito pensar qué rayos voy a hacer estando aquí antes de...

Las piernas del niño fallaron de un momento a otro. Lo único que se oyó fue el golpe de sus rodillas al chocar con el piso y un leve gemido antes de notar al ojiverde cerrar los ojos y quedar dormido.

Tom miró sorprendido al chico, pero no podía dejarlo ahí. Algo le decía que debía ayudar al recién llegado; tal vez fue el ligero brillo de debilidad en los ojos del joven o puede que su pequeño y delicado físico le hicieran compadecerse de él, pero terminó por cargarlo y acostarlo en su cama, admirando las delicadas facciones del chico misterioso.

Un nuevo mañana.Where stories live. Discover now