8. Mi debilidad

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Liam

Hace ya tres días que no veo a Mel pero no quiero estar arriba de ella todo el tiempo, mi intención no es abrumarla, pero quiero saber que piensa, por momentos parece sentirse bien conmigo, no sé si es por lo de Sophia o qué pero no muestra resistencia a mi tacto. Sin embargo de vez en cuando se aparta y me pide que me vaya. Siempre fue bastante determinada, de esas chicas que saben lo que quieren hasta en lo más mínimo pero ahora creo que ni ella se entiende y no la culpo, estos días han sido como un torbellino de emociones para ella.

Decido ir y toco el timbre. Nada. Espero un rato y vuelvo a tocar, siento unos pasos corriendo hacia la puerta.

—Liam —me dice Mel bastante sorprendida, está con el cabello recogido en un rodete, que deja caer algunos mechones de pelo rebelde. Su cuerpo viste una camisa a rayas apenas prendida, que deja al descubierto casi todo sus muslos y está empapada—. Estaba en la piscina por eso demoré, entra.

—No te quiero molestar si estás con alguien, quería saber cómo estabas.

—Estoy sola, de todas formas no molestas —me dice al tiempo que esboza una sonrisa y hace un ademán para que la siga. Camino detrás de ella al patio y no puedo dejar de observarle el trasero —. Voy a buscar algo de comer a la cocina si te parece —continúa, asiento y ella se retira.

El celular de Mel suena, no puedo evitar mirar y tomo el celular. Tiene un WhatsApp de un tal Simon. Sin querer toco la pantalla del iPhone y para mi desgracia no tiene código y el mensaje se abre.

Mels, sé qué Dylan habló contigo y por el hecho de que no le hayas contestado puedo suponer que no tenés ningún interés en saber de mí. Las cosas no son como piensas, yo no te quise dejar, necesito que hablemos-.

Mierda. Debe ser el idiota del que me habló Nolan y el mismo del que Mel dice no saber si se enamoró. Le dice Mels, ¿le agrega una s y ya se cree especial? Si dejo el mensaje va a saber que le toqué el celular así que por impulso decido borrarlo y al tiempo que hago esto me arrepiento. Estoy tratando de hacer bien las cosas una vez en la vida con ella y la cago de esta manera. Con suerte no le vuelva a hablar, pero si lo hace estoy verdaderamente jodido.

Me dirijo a la cocina y la encuentro de espaldas a mí con la camisa subida hasta su espalda, en puntillas, tratando de bajar la licuadora de un estante. Parece que me lo hiciera por gusto. Ella se da la vuelta y se ríe.

— ¿Vas a quedarte mirándome como un boludo o me vas a ayudar? —no puedo evitar reírme y me acerco a ella.

—En mi defensa, estabas mostrándome el trasero —le digo recostándome contra la pared —. Pero ya te ayudo puesto que tu metro veinte está difícil para alcanzar algo.

—Metro sesenta y dos —me corrige, saca la lengua al instante que arruga su nariz y se da la vuelta—. ¡Y no te estaba mostrando nada!

—Como digaaaaaas —le contesto y me acerco a ella por atrás. Le doy un beso en el cuello, tiene un pequeño tatuaje en él que no conocía y siento como se le eriza toda la piel. Se voltea y me mira perpleja con sus ojos negros, pero no se separa de mí. La siento encima de la mesada de la cocina y meto mi cintura entre sus piernas, me acerco a su boca y nos dejamos llevar por un beso. Le desprendo la camisa y no puedo dejar de notar lo buena que está. La acaricio y su piel es tan suave como antes, me acuerdo cuando nos escapamos por el fin de semana a un motel a las afueras de Jersey City y ella se olvidó de sus cremas, esa era sin dudas su única preocupación, ni siquiera pensaba en lo preocupados que estaban nuestros padres. Ella me quita la remera y me desprende la bermuda. No puedo describir la sensación que tengo de tenerla así, somos como dos piedras que tienen un encastre perfecto y al tiempo que pienso eso entro en ella con suaves movimientos, que van siendo más rápidos a medida que pasan los segundos. Ella gime y arquea su espalda acercando su cuerpo al mío de tal manera que no hay espacio entre nosotros, tiene las pupilas dilatadas y clava sus uñas en mi espalda al tiempo que dice mí nombre. Acabo dentro de ella y quedamos abrazados un rato largo, ella sonríe y me da besos en el cuello. La extrañaba.

—Te amo —le digo sin siquiera pensarlo y ella me mira a los ojos confundida.

—Lo dice alguien que acaba de tener sexo conmigo —trato de hablar pero ella me calla con un beso —. Mejor no arruinemos esto ¿sí? —dice y yo asiento, la amo de verdad, nunca dejé de amar a esta chica.

—Vamos a tener que hablar de esto en algún momento, lo sabés.

—Creéme que sí, pero quiero acordarme de hoy así, sin complicaciones ni conversaciones que lo arruinen. Quiero que sea un recuerdo feliz —quiero decirle que no tenemos por qué ser un recuerdo, que no quiero vivir sin ella ni un segundo más de mi vida, pero no digo nada, después de todo si esto va a ser un recuerdo como dice ella, que sea uno feliz.

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