Capítulo 3

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El Rey caminaba de un lado a otro, lo poco que le permitía moverse su manto que cubría todo el planeta. Hablaba para sí y se decía:
Es de vital importancia convocar una reunión urgente con nuestros embajadores para tener noticia de cuántos súbditos posee mi reino sobre otros planetas. -
A su alrededor no había nadie y nadie había tomado nota de aquello, solamente la rata, el único habitante además de él, lo miraba con curiosidad desde atrás de su trono. El Rey se dio cuenta entonces de que su reino poseía un solo embajador.
Es de vital importancia que nuestro único embajador traiga noticias sobre cuántos súbditos posee mi reino sobre los otros planetas. -
Dicho esto puso su mano sobre la frente como se hace para mirar de lejos y observó en todas direcciones. Pudo divisar no muy lejos de ahí que alguien con un sombrero muy raro caminaba y hacía ademanes. "Un súbdito" pensó el Rey entusiasmado.
- ¡Te ordeno que te acerques! - dijo y esperó a que lo escuchara. Mientras tanto el Hombre que se divisaba en aquel planeta seguía caminando y gesticulando sin escucharlo. El Rey al ver que no lo había escuchado volvió a hablar.
¡Te ordeno que no te acerques! -
El Hombre lo escuchó y le llamó la atención. Se acercó lo más que pudo llegando al borde de su pequeño planeta. "Un admirador" pensó y de inmediato acomodó su sombrero.
Puedes admirarme... - dijo el Vanidoso y practicó su mejor pose.
¡Tú debes admirarme a mí! - respondió el Rey como si hubiera recibido una gran ofensa.
¡Los admiradores no pueden ser admirados! - dijo el Vanidoso algo molesto.
¡Escúchese hablarle así a su Rey!
¡Usted no es mi Rey! ¡Usted es mi admirador! ¡Golpee sus manos una contra la otra!
¡Los reyes no hacemos esas cosas! ¡Usted debe hacer una reverencia ante mí, pues está frente al soberano de todo!
El Vanidoso comprendió que aquel Rey era ya muy viejo y se compadeció de su condición. Decidió no contradecirlo pues veía que no estaba del todo en sus cabales. Él todavía era joven y fuerte, y ya tendría oportunidad de conseguir admiradores. En cambio el Rey se veía bastante débil, es por esto que decidió complacerlo.
Tiene usted toda la razón Su Majestad, le ofrezco mis disculpas - dijo y de inmediato hizo una reverencia.
¿Qué requiere Su Majestad que haga? -
Te ordeno que vayas donde sea necesario y me traigas noticias de mi embajador. Lo he enviado hace ya bastante y necesito que me informe la cantidad de súbditos de mi reino que hay en otros planetas. -
El Vanidoso lo pensó un instante. Intentaría no contradecir al viejo Rey pero tampoco iba a hacer caso a cualquier disparate. Se limitó simplemente a preguntar.
¿Y cómo es ese embajador que has enviado? ¿Cómo viste, cuál es su aspecto?
Por supuesto viste casi como un príncipe, digno representante de mi reino. Tiene el aspecto de un niño, sus cabellos son como el oro...
¡Lo he visto! También a mi me visitó.-
Por supuesto, como buen súbdito que eres de mi reino, has recibido una visita oficial. -
Aquí el Vanidoso se mordió los labios por no contestarle. No le hacía gracia para nada que lo llamará súbdito.
Sí, he recibido la visita oficial, Su Majestad. -
Pues bien. Entonces a ti también te nombro emisario real para que vayas en su búsqueda, seguramente has visto que camino tomó. -
Sería un honor para mí complacerlo. Pero sólo he podido ver que fue en dirección del planeta siguiente, que no está muy lejos. Sé que alguien habita ese pequeño planeta, podríamos preguntarle si lo vio y en qué dirección se fue. -
Te ordeno que lo hagas - dijo el Rey solemnemente.
El Vanidoso caminó unos pasos y quedó casi de espaldas al Rey. Ambos podían divisar, no muy lejos de ahí, un pequeño planeta y un hombre rodeado de botellas vacías y llenas, que estaba bebiendo.
¡Ey, usted! ¿Puede oírme?- dijo el Vanidoso poniendo las manos a modo de megáfono.
El Bebedor estaba en silencio con la mirada fija en nada. Parecía no escuchar lo que el Vanidoso le había dicho. Lentamente alzó la mirada y los vio.
¡Quisiéramos saber si fue visitado por un niño de cabellos de oro! -
El Bebedor sin decir palabra señaló en dirección donde había un hombre que se veía muy ocupado haciendo cálculos.
¡Gracias! - dijo el Vanidoso y el Bebedor siguió con la mirada pérdida en la nada.
¡Que súbdito más extraño!- observó el Rey con curiosidad.
El Vanidoso hizo unos pasos más y quedó de espaldas al Rey, muy al borde de su pequeño planeta. Podía verse no muy lejos de ahí un hombre rodeado de montañas de papeles y haciendo cálculos y más cálculos. El Rey no salía de su asombro al ver qué extraños súbditos había en su reino.
¿Puede oírme?- dijo el Vanidoso poniendo nuevamente las manos en megáfono.
El Hombre no hizo caso. Seguía con sus cálculos sin prestar atención. El Vanidoso levantó aún más la voz.
¿Puede oírme? - dijo fuertemente.
El Hombre quitó los ojos de sus papeles y lo miró.
¡No tengo tiempo para distraerme! - contestó algo molesto por la distracción.
¡Quisiéramos saber si fue visitado por un niño de cabellos rubios y en que dirección se fue!-
El Hombre se resignó porque con tanto bullicio ya había perdido la cuenta de lo que estaba calculando. Se armó de paciencia y les contestó bastante molesto.
¡Sí, fui visitado por ese niño! Fue en dirección del siguiente planeta, eso es todo lo que sé. -
¿Y vive alguien en el siguiente planeta? -
Sí, vive alguien- contestó sin ganas.
¿Le podría preguntar si lo ha visto?-
El Hombre de Negocios llegó al colmo de su enojo. Para lo que estaba haciendo ya se había dado cuenta que no se libraría de aquel extraño a menos que de alguna forma lo ayudara. Se detuvo un instante, se sacó los lentes y le contestó.
Si no le parece mal, lo invito a que se acerque y hable usted con aquel hombre. De esta forma podré continuar con mi trabajo. -
¡Muy bien!-
El Vanidoso volvió hasta donde estaba el Rey y le comentó lo sucedido. Le dijo que él se encargaría, si le era permitido, de tal asunto real. El Rey se quedó pensativo un instante, miró a su alrededor y respondió.
Te ordeno que lleves adelante la misión real pero además te ordeno que me lleves contigo. Hace mucho que este viejo Rey no tiene una aventura. -
¡Por supuesto Su Majestad! Este súbdito se siente por demás honrado con tal petición. Además hace mucho tiempo también que no tengo aventuras. -
El Rey se quitó el manto de armiño que cubría todo su planeta. Debajo, tenía un manto más pequeño, pero no menos vistoso, que era para las salidas oficiales. El manto comenzó a flamear, esto era porque una corriente de aire se avecinaba. De repente la corriente fue más grande y lo depositó en el planeta del Vanidoso. Y de ahí otra corriente los llevó al planeta del Hombre de Negocios. Una vez allí, éste les señaló un planeta cercano muy grande en el que se veía un hombre bastante ocupado rodeado de grandes mapas y enormes libros en pilas muy altas. El Vanidoso se adelantó mientras el Rey observaba con curiosidad y el Hombre de Negocios retomaba sus cálculos.
¡Oiga, usted! ¿Ha visto un pequeño Príncipe, un niño de cabellos de oro? ¿Lo ha visitado?-
El Hombre sacó la vista de sus mapas y alejó y acercó sus lentes para ver quien le hablaba.
No me ocupo de las personas, me ocupo de los ríos, las montañas y los valles. De vez en cuando recibo la visita de algún explorador que me trae noticias por haber descubierto un volcán o un cañón. Pero eso es todo. -
¡Efectivamente, es un explorador! -dijo el Vanidoso para convencerlo.
A ver, a ver... ¡Sí, ya lo recuerdo! Me describió su pequeño planeta en donde sólo había tres volcanes, dos en actividad y uno extinguido. También me habló de una rosa, pero de esas cosas no nos encargamos los geógrafos. Le recomendé que visitara la Tierra. Hacia allí debe haber ido. -
¿Está seguro? -
Sí, es un planeta muy vistoso, tiene muy buena reputación. Allí viven millones y millones de personas. Tiene miles de ríos, montañas, valles, ciudades y desiertos. Por la noche pueden verse millones de estrellas. -
¡Millones de estrellas! -dijo el Hombre de Negocios dejando a un lado sus cálculos.
Sí, millones de estrellas-replicó el Geógrafo.
¡Debo conocer de inmediato ese planeta! ¡Vayamos allá! -gritó con gran entusiasmo el Hombre de Negocios.
¡Millones de personas! ¡Podré conseguir millones de admiradores! -se entusiasmó el Vanidoso.
¡Millones de súbditos! Allí debo tener millones de súbditos. Mi embajador ha cumplido su trabajo con toda eficacia. ¡Lo declararé Consejero Real! -dijo el Rey inflamado de orgullo por haber elegido tan bien a su embajador.
¡Muy bien! ¡Vayamos entonces a la Tierra! -dijo el Vanidoso acomodándose su extraño sombrero.
El Hombre de Negocios tomó una libreta para seguir anotando y el Rey acomodó nuevamente su pequeño manto para las salidas reales. Los Tres se alinearon y una corriente de aire los encaminó en dirección a la Tierra.

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