CONTINUACIÓN

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—¿Qué? —dice August—. ¿Que tiene qué?

—Laminitis —repito—. Es cuando los tejidos conectivos entre el casco y el hueso pedal están inflamados y el hueso pedal rota hacia la planta del casco.

—En cristiano, por favor. ¿Es grave?

Miro a Marlena, que sigue tapándose la boca.

—Sí —digo.

—¿Puedes curarlo?

—Podemos inmovilizarlo y tratar de que no apoye las patas. Darle sólo forraje, nada de grano. Y que no trabaje.

—Pero ¿puedes curarlo?

Vacilo y echo una mirada fugaz a Marlena.

—Probablemente no.

August mira fijamente a Silver Star y resopla con las mejillas hinchadas.

—¡Bueno, bueno, bueno! —retumba una voz a nuestras espaldas—. ¡Pero si es nuestro propio médico de animales!

Tío Al viene hacia nosotros vestido con unos pantalones de cuadros blancos y negros y chaleco carmesí. Lleva un bastón con contera de plata que balancea ostentoso a cada paso. Un grupito de personas revolotea detrás de él.

—¿Qué dice el matasanos? ¿Ya has conseguido arreglar el caballo?—pregunta en tono jovial deteniéndose delante de mí.

—No exactamente —digo.

—¿Por qué no?

—Parece ser que tiene laminitis—dice August.

—¿Que tiene qué? —pregunta Tío Al.

—Son las patas.

Tío Al se inclina a mirarle los cascos a Silver Star.

—A mí me parece que están bien.

—Pues no lo están —digo yo.

Se vuelve hacia mí.

—¿Y qué propones que hagamos al respecto?

—Descanso en el establo y quitarle el grano. No se puede hacer mucho más que eso.

—El descanso está fuera de discusión. Es el caballo principal en el número de libertad.

—Si este caballo sigue trabajando, el hueso pedal girará hasta atravesarle la planta y lo perderán—digo con certeza.

Tío Al parpadea. Luego mira a Marlena.

—¿Cuánto tiempo estará inactivo?

Hago una pausa para elegir las siguientes palabras con cuidado.

—Es posible que para siempre.

—¡Maldita sea! —exclama mientras clava el bastón en la tierra—. ¿De dónde demonios voy a sacar un caballo entrenado a mitad de temporada? —recorre con la mirada a sus seguidores.

Éstos se encogen de hombros, murmuran y retiran la mirada.

—Inútiles hijos de puta. ¿Para qué os tendré a mi lado? Bueno, tú —me señala con la punta del bastón—. Estás contratado. Cura a ese caballo. Nueve dólares a la semana. Respondes ante August. Pierde este caballo y estás despedido. De hecho, al menor indicio de problemas, te largas de aquí —da un paso hacia Marlena y le da unas palmaditas en el hombro—. Ya, ya, querida —le dice cariñosamente—. No te agobies. Jacob le va a cuidar muy bien. August, tráele algo de desayunar a esta chiquilla, ¿quieres? Tenemos que ponernos en marcha.

August gira la cabeza de golpe.

—¿Qué quieres decir con <<ponernos en marcha>>?

—Desmontamos —dice Tío Al con un gesto vago—. Nos vamos de aquí.

—¿Qué coño estás diciendo? Acabamos de llegar. ¡Todavía estamos montando!

—Cambio de planes, August. Cambio de planes.

Tío Al y su comitiva se alejan. August se queda mirándoles con la boca abierta.



La cantina es un hervidero de rumores.

Delante de las patatas con cebolla:

—Hace unas semanas pillaron al circo de los Hermanos Carson estafando en la taquilla. Han quemado el territorio.

—Ja —ríe otro—. Eso es lo que hacemos habitualmente.

Delante de los huevos revueltos:

—Han oído que llevábamos alcohol. Van a hacer una redada.

—Desde luego que van a hacer una redada —es la respuesta—. Pero no por el alcohol, sino por la carpa del placer.

Delante de los cereales:

—Tío Al no le pagó al sheriff la tarifa del terreno el año pasado. La poli dice que nos dan dos horas antes de venir a corrernos.

Ezra está arrebujado en la misma postura que ayer, los brazos cruzados y la barbilla pegada al pecho. No me hace el menor caso.

—¿Qué pasa , chicharrón? —dice August cuando me dirijo hacia el separador de la lona—. ¿A dónde crees que vas?

—Al otro lado.

—Tonterías —dice—. Eres el veterinario del circo. Ven conmigo. Aunque debo decir que casi me dan ganas de mandarte al otro lado para que te enteres de lo que están diciendo.

Sigo a August y Marlena hasta una de las mesas bonitas. Kinko está sentado a unas mesas de distancia con otros tres enanos y Queenie a sus pies. Ésta levanta la mirada esperanzada, con la lengua colgando a un lado. Kinko la ignora, lo mismo que todos los demás de la mesa. Me mira fijamente, moviendo las mandíbulas de un lado a otro de un modo siniestro.

—Come, cariño —dice August mientras empuja un bol de azúcar hacia el cereal de Marlena—. Preocuparse no sirve de nada. Tenemos con nosotros un buen veterinario.

Abro la boca para protestar, pero la vuelvo a cerrar.

Una rubita menuda se acerca a nosotros.

—¡Marlena, tesoro! ¡Nunca adivinarías lo que he oído!

—Hola, Lottie —dice Marlena—. No tengo ni idea. ¿Qué pasa?

Lottie se instala junto a Marlena y se pone a hablar sin parar, casi ni para respirar. Es una de las trapecistas y se ha enterado de una primicia de fuentes fiables: su confidente oyó a Tío Al y al oteador en una acalorada discusión fuera de la gran carpa. Al poco rato, una muchedumbre rodea nuestra mesa; entre Lottie y los comentarios que aporta su público, me entero de lo que significará un giro determinante en la historia de Alan J. Bunkel y El Espectáculo Más Deslumbrante del Mundo de los Hermanos Benzini.

Agua para ElefantesWhere stories live. Discover now