CONTINUACIÓN

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Gracias a las insuperables técnicas comerciales de Tío Al, la gran carpa está llena a rebosar. Se venden tantas entradas que, después de que Tío Al pida al público que se junte más por cuarta vez, queda claro que no será suficiente.

Envían a los peones a echar paja en la pista de los caballos. Para entretener al público mientras lo hacen, la banda da un concierto, y los payasos, Walter incluido, recorren las gradas repartiendo caramelos y acariciando las barbillas de los más pequeños.

Artistas y animales se encuentran alineados en la parte de atrás, listos para empezar la cabalgata. Llevan veinte minutos de espera y están inquietos.

Tío Al sale por la puerta de atrás hecho una furia.

—Vale, chicos, escuchad —vocifera—. Esta noche tenemos suelo de paja, así que no os salgáis de las pistas centrales y aseguraos de que quedan sus buenos dos metros de separación entre los animales y los palurdos. Si resulta atropellado aunque sea un solo crío, desollaré con mis propias manos al encargado del animal que lo haya hecho. ¿Queda claro?

Gestos de asentimiento, murmullos, más retoques en los trajes.

Tío Al saca la cabeza por la cortina y le hace un gesto con el brazo al director de la banda.

—Muy bien. ¡Adelante! ¡Que se queden muertos! Pero no literalmente, ya sabéis lo que quiero decir.

No arrollan ni a un solo crío. De hecho, todo el mundo está magnífico, y Rosie mejor que nadie. Lleva a Marlena sobre su cabeza cubierta de lentejuelas rosas durante la Parada, con la trompa curvada a modo de saludo. Delante de ella va un payaso, un hombre desgarbado que alterna volatines y saltos mortales hacia atrás. En cierto momento, Rosie alarga la trompa y le agarra de los pantalones. Tira tan fuerte de él que los pies del payaso se despegan del suelo. Se gira, ofendido, y se encuentra con una elefanta sonriente. El público silba y aplaude, pero a partir de ese momento el payaso mantiene las distancias.

Cuando casi es la hora de la actuación de Rosie, me cuelo en la gran carpa y me pego a una sección de gradas. Mientras los acróbatas reciben su ovación, los peones entran corriendo en la pista central rodando dos bolas: una pequeña y una grande, ambas decoradas con estrellas rojas y rayas azules.  Tío Al alza los brazo y mira al fondo. Su mirada pasa por encima de mí y alcanza a August. Hace un leve gesto con la cabeza y una señal al director de la banda, que ataca un vals de Gounod.

Rosie entra en la gran carpa paseando junto a August. Lleva a Marlena sobre la cabeza, saluda con la trompa levantada y la boca abierta en una sonrisa. Cuando entran en la pista central, Rosie levanta a Marlena de su cabeza y la deja en el suelo.

Marlena salta teatralmente al anillo, un torbellino de destellos rosas. Sonríe, gira, levanta los brazos y lanza besos al público. Rosie la sigue a buen ritmo, con la trompa curvada en el aire. August va a su lado, azuzándola con el bastón de contera de plata en vez de con la pica. Observo su boca, leo en sus labios las frases en polaco que ha aprendido de memoria.

Marlena recorre bailando el perímetro de la pista una vez más y se detiene junto a la bola pequeña. August conduce a Rosie al centro. Marlena les contempla y luego se vuelve hacia el público. Hincha las mejillas y se pasa una mano por la frente remedando un gesto de exagerado agotamiento. Luego se sienta en la bola. Cruza las piernas y coloca un codo en ellas, apoyando la barbilla en la mano. Da golpecitos con el pie en el suelo y levanta la mirada al cielo. Rosie la observa sonriente y con la trompa levantada. Al cabo de un instante, se da la vuelta poco a poco y desciende su enorme trasero gris sobre la bola grande. La risa surge de entre el público.

Marlena la mira sorprendida y se levanta con un gesto de falsa irritación en la boca. Le da la espalda a Rosie. La elefanta se levanta también y se gira pesadamente hasta presentarle la cola a Marlena. El público ruge de placer.

Marlena se gira y le lanza una mirada furibunda.

Con aire dramático, levanta uno de los pies y lo planta encima de su bola. Acto seguido, cruza los brazos y asienta con la cabeza una sola vez, con energía, como si dijera: <<Chúpate ésa, elefanta>>.

Rosie enrosca la trompa, levanta la pata delantera derecha y la pone con cuidado encima de su bola. Marlena la mira enfurecida. Entonces separa los dos brazos a los lados y levanta el otro pie del suelo. Endereza la rodilla lentamente, con la otra pierna separada hacia un lado, con la punta del pie estirada como una bailarina de ballet.

Una vez que ha extendido del todo la rodilla, baja la otra pierna de manera que queda de pie sobre la bola. Sonríe abiertamente, convencida de que ha logrado derrotar a la elefanta. El público aplaude y silba, también convencido. Marlena se gira, dando la espalda a Rosie, y levanta los brazos victoriosa.

Rosie espera un momento y coloca la otra pata sobre la bola. El público explota. Marlena mira incrédula por encima de su hombro. Vuelve a girar con cuidado hasta ponerse de frente a Rosie y otra vez se pone las manos en las caderas. Frunce el ceño profundamente y sacude la cabeza, frustrada. Levanta un dedo y lo agita ante Rosie pero, al cabo de unos instantes, se queda paralizada. Su expresión se ilumina. ¡Una idea! Levanta el dedo por el aire y lo mueve para que todo el público pueda asimilar que está a punto de derrotar a la elefanta de una vez por todas.

Se concentra un momento con la mirada fija en las zapatillas. Y entonces, acompañada de un redoble de tambor in crescendo, empieza a arrastrar los pies haciendo que la bola ruede hacia delante. Va cada vez más deprisa, moviendo los pies a toda velocidad, moviendo la bola por toda la pista mientras el público aplaude y pita. Entonces se oye una bestial explosión de gritos gozosos.

Marlena para y se vuelve. Estaba demasiado concentrada en su bola y no se ha percatado de la desatinada imagen que tiene detrás. El paquidermo se ha subido en la bola grande, con las cuatro patas muy juntas y el lomo arqueado. El redoble de tambor empieza de nuevo. Nada al principio. Luego, poco a poco, la bola empieza a rodar bajo las patas de Rosie.

El director de la banda hace una señal a los músicos para que ataquen una pieza más rápida y Rosie mueve la bola unos dos metros. Marlena sonríe satisfecha y, dando palmas, señala a Rosie invitando al público a adorarla. A continuación salta de la bola y se acerca a Rosie, que desciende de la suya con mucha precaución. Baja la trompa y Marlena se sienta en su arco, se agarra colocando un brazo alrededor de ésta y estira las puntas de los pies elegantemente. Rosie levanta la trompa y sube a Marlena por el aire. Luego la deposita sobre su cabeza y sale de la gran carpa entre los vítores de una multitud embelesada.

Y entonces empieza la lluvia de dinero; la dulcísima lluvia de dinero. Tío Al no cabe en sí de gozo y, de pie en medio de la pista de los caballos, con los brazos extendidos y la cabeza levantada, se regodea bajo las monedas que le caen encima. No baja la cara a pesar de que las monedas le rebotan en las mejillas, la nariz y la frente. Creo que es posible que esté llorando.

Agua para ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora