SIETE

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Los vagones no están ordenados por número y tardo un rato en encontrar el 48. Está pintado de un color burdeos oscuro y rotulado con letras doradas de treinta centímetros que anuncian a los cuatro vientos EL ESPECTÁCULO MÁS DESLUMBRANTE DEL MUNDO DE LOS HERMANOS BENZINI. Justo debajo de estas palabras, sólo visible en relieve bajo la pintura reciente, se lee otro nombre: CIRCO DE LOS HERMANOS CHRISTY.

—¡Jacob! —flota la voz de Marlena desde una ventana. Unos segundos después aparece en la plataforma del final, colgada de la barandilla, de manera que su falda vuela a su alrededor—. ¡Jacob! Cuánto me alegro de que hayas venido. ¡Pasa, por favor!

—Gracias —digo mirando entorno a mí. Me subo y la sigo por el pasillo interior hasta la segunda puerta.

El compartimento 3 es grandioso, además de tener una denominación inexacta: constituye como poco la mitad del vagón y tiene, por lo menos, una habitación más, que está separada del resto por una cortina de terciopelo. La habitación principal está revestida de madera de nogal y decorada con muebles de damasco, un pequeño comedor y cocina empotrada.

—Por favor, ponte cómodo —dice Marlena ofreciéndome una silla con un gesto—. August se reunirá con nosotros dentro de un minuto.

—Gracias —digo.

Se sienta enfrente de mí.

—Oh —dice levantándose de nuevo—. ¿Dónde están mis modales? ¿Te apetece una cerveza?

—Gracias —digo—. Eso sería estupendo.

Pasa junto a mí revoloteando en dirección a una nevera.

—Señora Rosenbluth, ¿puedo preguntarle una cosa?

—Oh, por favor, llámame Marlena—dice mientras abre el tapón de la botella. Inclina un vaso largo y vierte la cerveza lentamente por un lado, evitando que se forme espuma—. Y, sí, por supuesto. Puedes preguntar lo que quieras—me pasa el vaso y va por otro.

—¿Cómo es que todo el mundo tiene tanto alcohol en este tren?

—Siempre vamos a Canadá al principio de la temporada —dice volviendo a sentarse en su silla—. Sus leyes son mucho más civilizadas. Salud —dice levantando el vaso.

Choco el mío con el suyo y doy un trago. Es una cerveza rubia, fría y limpia. Magnífica.

—¿No les revisaron los guardias de aduanas?

—Guardamos la bebida con los camellos —explica.

—Lo siento. No entiendo.

—Los camellos escupen.

Casi se me sale la cerveza por la nariz. Ella también se ríe y se lleva un mano a la boca tímidamente. Luego suspira y deja la cerveza.

—¿Jacob?

—¿Sí?

—August me ha contado lo que pasó esta mañana.

Miro mi brazo amoratado.

—Se siente fatal. Tú le caes bien. De verdad. Pero es que... Bueno, es algo complicado —baja la mirada a su regazo, ruborizándose.

—Bah, no pasa nada —digo yo—. Está bien.

—¡Jacob! —exclama August detrás de mí—. ¡Mi querido amigo! Me alegro mucho que hayas podido acompañarnos en nuestra pequeña soirée. Ya veo que Marlena te ha ofrecido un trago. ¿Y te ha enseñado ya el tocador?

—¿El tocador?

—Marlena —dice mientras se vuelve hacia ella y sacude la cabeza tristemente. La reprende con un dedo acusador—. Muy mal, querida.

—¡Oh! —dice ella levantándose de un brinco—. ¡Lo he olvidado por completo!

August se acerca a la cortina de terciopelo y la retira con una sacudida.

—¡Ta-chán!

Dispuestos sobre la cama hay tres atavíos. Dos móquines, con sus zapatos y todo, y un precioso vestido de seda rosa con pedrería en el escote y en el bajo.

Marlena suelta un chillido y palmotea encantada. Corre hasta la cama y agarra el vestido, apretándolo contra su cuerpo y dando vueltas.

Yo me giro hacia August.

—Éstos no serán del Hombre de los Lunes...

—¿Un esmoquin en un tendedero? No, Jacob. Ser director tiene sus beneficios adicionales. Puedes arreglarte ahí dentro —dice señalando una puerta de madera brillante—. Marlena y yo nos cambiaremos aquí fuera. No hay nada que no hayamos visto antes, ¿verdad querida?

Ella agarra el zapato de seda rosa por el tacón y se lo lanza.

Lo último que veo antes de cerrar la puerta del baño es una maraña de pies derrumbándose en la cama.

Cuando vuelvo a salir, Marlena y August son la viva imagen de la dignidad, de pie al fondo del compartimento, mientras tres camareros de guantes blancos se afanan a una mesita de ruedas y fuentes con tapaderas de plata.

El escote del vestido de Marlena apenas cubre sus hombros, dejando al aire sus clavículas y un fino tirante del sujetador. Ella sigue mi mirada y esconde el tirante debajo de la tela, ruborizándose de nuevo.

La cena es sublime: empezamos con bisque de ostras seguido de costillas con patatas cocidas y espárragos a la crema. Luego nos sirven ensalada de langosta. Para cuando llegan los postres —pudin inglés de frutas con salsa de brandy—, creo que no puedo comer ni un solo bocado más. Y sin embargo, unos minutos después, me encuentro rabañando el plato con la cucharilla.

—Al parecer, a Jacob la cena no le ha parecido suficiente —dice August en un tono solemne.

Mi cucharilla se detiene a medio camino.

Luego, Marlena y él explotan en un ataque de risa.

Yo dejo la cucharilla, avergonzado.

—No, no, muchacho, es una broma... evidentemente —ríe mientras se inclina para darme una palmada en la mano—. Come. Disfruta. Toma, sírvete un poco más —dice.

—No. No puedo más.

—Bueno, pues bebe un poco más de vino —dice volviendo a llenar mi copa sin esperar respuesta.

August se muestra generoso, encantador y malicioso, tanto que, a mediada que transcurre la velada, empiezo a pensar que el incidente con Rex no ha sido más que una broma que se le ha ido de las manos. Su rostro se ilumina con el vino y el sentimiento cuando me relata la historia de cómo conquistó a Marlena. Como él, tres años antes, percibió el poderoso influjo que Marlena ejercía sobre los caballos nada más entrar ella en la carpa de las fieras, y lo captó a través de los propios caballos. Y cómo, para gran desasosiego de Tío Al, se negó a hacer nada hasta que hubiera conseguido enamorarla y casarse con ella.

—Me costó un poco de trabajo—dice August vaciando los restos de una botella de champán en mi copa y yendo por otra—. Marlena no es cosa fácil, aparte que en aquel momento estaba prácticamente prometida. Pero esto es mucho mejor que ser la mujer de un banquero regordete, ¿verdad, cariño? Sin lugar a dudas, había nacido para esto. No todo el mundo puede trabajar con caballos en libertad. En un don de Dios, un sexto sentido, si lo prefieres. Esta chica habla el idioma de los caballos y, créeme, ellos la escuchan.






Nota: Quiero dedicar este capítulo a una chica que ha estado muy al pendiente de la historia.
¡Gracias! monicaaleax 😉

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