CONTINUACIÓN

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Dentro hay todavía más. Kinko ejerce de anfitrión de la fiesta con una botella en la mano y una ebria hospitalidad reflejada en la cara. Cuando me ve, tropieza y cae de bruces. Varias manos se alargan para sujetarle.

—¡Jacob! ¡Mi héroe! —exclama con los ojos enloquecidamente brillantes. Se libera de sus amigos y se levanta—. Chicos... ¡Amigos! —grita a los presentes, unas treinta personas, que ocupan el espacio habitualmente destinado a los caballos de Marlena. Se acerca y me echa un brazo alrededor de la cintura—. Éste es mi queridísimo amigo Jacob —hace una pausa para dar un trago de la botella—. Dadle la bienvenida —dice—, en consideración a mí.

Sus invitados silban y ríen. Kinko ríe hasta que le da la tos. Se suelta de mi cintura y se pone la mano delante de la cara enrojecida hasta que deja de toser. Luego agarra de la cintura a un hombre que está a nuestro lado. Juntos se alejan.

Puesto que el cuarto de las cabras está abarrotado, me dirijo al otro extremo del vagón, donde antes residía Silver Star, y me dejo caer contra la pared de listones.

Algo rebulle en el montón de paja a mi lado. Acerco una mano y lo toco, con la esperanza de que no sea una rata. La cola cortada de Queenie queda al descubierto durante unos instantes, antes de volver a enterrarse aún más profundamente en la paja, como un cangrejo en la arena.

A partir de ahí no recuerdo muy bien el orden de los acontecimientos. Me pasan botellas y estoy bastante seguro de que bebo de casi todas ellas. Al poco rato, todo flota y me siento henchido de una cálida bondad humana hacia todas las cosas y las personas. La gente me echa los brazos por los hombros y yo los míos sobre los suyos. Reímos estentóreamente... de qué, no lo recuerdo, pero todo me parece divertidísimo.

Jugamos a un juego en el que uno tiene que tirarle algo al otro y, si falla, tiene que beber una copa. Yo fallo constantemente. Al final, creo que voy a vomitar y me voy a cuatro patas, para gran regocijo de todos los presentes.

Estoy sentando en el rincón. No sé cómo he llegado aquí, pero me apoyo en la pared con la cabeza entre las rodillas. Me gustaría que el mundo dejara de dar vueltas, pero no lo hace, así que intento apoyar la cabeza en la pared para compensar.

—Vaya, ¿qué tenemos aquí?—dice una voz sensual  desde algún lugar muy cercano.

Abro los ojos de golpe. Justo debajo de mi nariz veo veinte centímetros de canalillo bien apretado. Voy subiendo la mirada hasta encontrar una cara. Es Barbara. Parpadeo rápido para intentar ver sólo una de ellas. Dios mío... No hay nada que hacer. Pero no..., espera. No pasa nada. Nos son muchas Barbaras. Son muchas mujeres.

—Hola, cariño —dice Barbara mientras me acaricia la cara—. ¿Te encuentras bien?

—Mmm —digo intentando asentir con la cabeza.

Ella deja los dedos debajo de mi barbilla mientras se vuelve hacia la rubia que está agachada a su vera.

—Es muy joven. Y más bonito que un San Luis, ¿verdad, Nell?

Nell le da una calada a su cigarrillo y expulsa el humo por un lado de la boca.

—Sí que lo es. Creo que no le había visto nunca.

—Estuvo echando una mano en la carpa del placer hace unas noches —aclara Barbara. Se vuelve hacia mí—. ¿Cómo te llamas, tesoro? —dice suavemente mientras pasa el dorso de los dedos por mi mejilla una y otra vez.

—Jacob —contesto, intentado evitar un eructo.

—Jacob —dice—. Ah, ya sé quién eres. Es el que nos decía Walter—le dice a Nell—. Es nuevo, un novato. Se portó muy bien en la carpa del placer.

Me agarra de la barbilla y la levanta, mirándome profundamente a los ojos. Intento devolverle la mirada, pero me cuesta enfocar.

—Ay, eres una monería. Y dime, Jacob... ¿Has estado alguna vez con una mujer?

—Yo... eh... —digo—. Eh...

Nell suelta una risita. Barbara se endereza y se pone las manos en la cintura.

—¿Qué te parece? ¿Le damos una bienvenida en condiciones?

—Casi no nos queda otro remedio. ¿Un novato y virgen?—pasa una mano entre mis muslos y la desliza por mi entrepierna. Mi cabeza, que se bambolea inanimada, se endereza de golpe—. ¿Crees que también será pelirrojo ahí abajo?—dice metiéndome mano.

Barbara se me acerca, me separa las manos y se lleva una a la boca. Le da la vuelta, pasa una larga uña por la palma y me mira fijamente a los ojos mientras recorre el mismo camino con la lengua. Luego coloca la mano sobre su pecho izquierdo, justo donde debe de estar su pezón.

Dios mío. Dios mío. Estoy tocando un pecho. Por encima del vestido, pero así y todo...

Barbara se levanta un instante, se estira la falda, mira furtivamente alrededor y se acuclilla. Trato de interpretar este cambio de posición cuando ella vuelve a agarrarme la mano. Esta vez la mete debajo de la falda y aprieta mis dedos contra la seda caliente y húmeda.

Contengo la respiración. El whisky, el alcohol ilegal, el lo-que-sea, todo se disipa en un instante. Mueve mi mano arriba y abajo por sus extraños y maravillosos valles.

Mierda. Podría correrme ahora mismo.

—Mmmmm —ronronea reordenando mis dedos de manera que el corazón entre más profundamente en su interior. La seda caliente se abulta a ambos lados de mi dedo, palpitando bajo mi caricia. Me quita la mano, la vuelve a dejar sobre mi rodilla y le da a mi entrepierna un apretón de prueba—. Mmmmmm —dice con los ojos entornados—. Ya está listo, Nell. Diablos, me encantan a esta edad.

Agua para ElefantesTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang