CONTINUACIÓN

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Dormito embotado por una mezcla de dolores y alcohol.

Soy vagamente consciente de que Walter le da de cenar a Camel. Recuerdo haberme incorporado para aceptar un trago de agua y volver a desplomarme en el jergón. La siguiente vez que recupero la consciencia, Camel está tirado en el camastro, roncando, y Walter sentado en la manta del rincón, con la lámpara a su lado y un libro en el regazo.

Oigo pasos en el techo y, poco después, un golpe sordo fuera de la puerta. Todo mi cuerpo se pone en alerta.

Walter se desliza por el suelo como un cangrejo y empuña el cuchillo de detrás del baúl. Luego se coloca a un lado de la puerta, aferrando con fuerza el mango del cuchillo. Me hace un gesto para que me haga con la lámpara. Cruzo la habitación, pero con un ojo cerrado no tengo percepción de profundidad y me quedo corto.

La puerta empieza a abrirse con un chirrido. Los dedos de Walter se abren y se cierran sobre el mango del cuchillo.

—¿Jacob?

—¡Marlena! —exclamo.

—¡Por Cristo bendito, mujer! —grita Walter dejando caer el cuchillo—. Casi te mato —se agarra al quicio de la puerta y saca la cabeza para ver del otro lado—. ¿Estás sola?

—Sí —dice ella—. Lo siento. Tengo que hablar con Jacob.

Walter abre la puerta un poco más. Luego relaja la cara.

—Ay, madre —dice—. Será mejor que pases.

Cuando entra levanto la lámpara de queroseno. Tiene el ojo izquierdo amoratado e hinchado.

—¡Dios mío! —digo—. ¿Eso te lo ha hecho él?

—Pero fíjate cómo estás tú —dice alargando los brazos. Pasa las puntas de los dedos sobre mi cara sin tocarla—. Tienes que ir al médico.

—Estoy bien —digo.

—¿Quién demonios anda ahí? —pregunta Camel—. ¿Es una señora? No veo nada. Alguien me ha dado la vuelta.

—Oh, os pido perdón —dice Marlena, atónita ante la visión del cuerpo impedido en el camastro—. Creía que sólo estabais vosotros dos... Oh, lo siento mucho. Ya me voy.

—De eso nada —digo.

—No quería... a él.

—No quiero que te pases por los techos de los vagones en marcha, por no hablar de saltar de uno a otro.

—Estoy de acuerdo con Jacob —dice Walter—. Nosotros nos vamos donde los caballos para dejarte un poco de intimidad.

—No, no puedo permitirlo —dice Marlena.

—Entonces déjame que te saque el jergón ahí fuera —digo.

—No. No era mi intención... —sacude la cabeza—. Dios, no tenía que haber venido. Un instante después empieza a llorar.

Le paso la lámpara a Walter y la estrecho entre mis brazos. Ella, sollozando, se aprieta contra mí, con la cara hundida en mi pecho.

—Madre mía —dice Walter otra vez—. Probablemente esto me convierte en cómplice.

—Vamos a charlar —le digo a Marlena.

Ella sorbe y se separa de mí. Sale a las cuadras de los caballos y yo la sigo, cerrando la puerta al salir.

Hay un leve revuelo de reconocimiento. Marlena se pasea y acaricia el flanco de Midnight. Yo me siento pegado a la pared y la espero. Ella se reúne conmigo al cabo de un rato. Al tomar una curva, los tablones del suelo crujen debajo de nosotros y nos empujan hasta que nuestros hombros se tocan.

Yo rompo el silencio.

—¿Te había pegado antes?

—No.

—Si lo vuelve a hacer, te juro por Dios que le mato.

—Si lo vuelve a hacer, no será necesario —dice suavemente.

Levanto la mirada hacia ella. La luz de la luna entra por las rendijas a sus espaldas y su perfil es negro, sin rasgos.

—Le voy a dejar —dice bajando la barbilla.

Instintivamente, le tomo la mano. Su anillo ha desaparecido.

—¿Se lo has dicho? —pregunto.

—Muy claramente.

—¿Cómo se lo ha tomado?

—Ya has visto su respuesta —dice.

Nos quedamos escuchando el traqueteo de las ruedas. Fijo la mirada en los cuartos traseros de los caballos dormidos y en los retazos de noche que se ven por las rendijas.

—¿Qué vas a hacer? —pregunto.

—Supongo que hablaré con Tío Al cuando lleguemos a Erie para ver si me puede encontrar una litera en el vagón de las chicas.

—¿Y mientras tanto?

—Mientras tanto me iré a un hotel.

—¿No quieres volver con tu familia?

Pausa.

—No. Además, no creo que me aceptaran.

Nos quedamos apoyados en la pared en silencio con las manos entrelazadas. Al cabo de una hora más o menos, se queda dormida y se desliza hasta que descansa la cabeza en mi hombro. Yo sigo despierto, con todas las fibras de mi cuerpo conscientes de su proximidad.

Agua para ElefantesWhere stories live. Discover now