Capítulo 14

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Fui con la ginecóloga el mismo día en el que se cumplieron los 30 días del mes. Había estado ansiando ese momento porque a partir de allí, todo sería más real. Aunque lo tenía como algo difícil para asimilar al principio, fue más fácil después de que tuve todas las confirmaciones, más cuando comprendí que en una situación como esta no hay cuenta atrás.

Tengo que admitir que hasta me hace ilusión la idea de ser madre. Una pequeña versión mía, llorando, riendo y metiéndose en problemas frecuentemente era la imagen más tierna que alguna vez haya podido tener rondando en mi cabeza.

Y no, esto no lo estoy diciendo porque las cosas con Justin han mejorado hasta el punto de ser lo más cercano a lo que un ser humano llama relación amorosa. Esto lo digo como algo que alguna vez en la vida las mujeres tenemos que experimentar, y mientras más pronto se da, mejor es. Porque tenemos más energía y fuerza para salir adelante con nuestros pequeños retoños.

—¿No te cansas de vernos las caras? —le indagó Jazmyn a Justin, el antes mencionado sacó su cabeza de mi cuello y tontamente le respondió.

—De la tuya sí.

La cara de mi pobre amiga se transformó en una que ni siquiera podía describir, y asintió sin decir nada. Le pegué a Justin en el brazo suavemente haciéndolo reír.

—Te pasaste un poco —lo reprendí en voz baja, para que Jazmyn no fuera capaz de escucharnos.

—Solo era bromeando.

—Pero ella no lo tomó así, ¿viste su cara cuando lo dijiste?

Él asintió.

–Oye, Jazzy —intentó llamar su atención hablando más alto, pero ella hizo como si nadie le hubiese hablado—. ¿Te enojaste de verdad o estas fingiendo?

Silencio.

—Dios, te enojas por cualquier cosa. Yo estaba bromeando, para que sepas.

—Los viejos no tienen que hacer bromas, no les salen graciosas.

—Bien, disculpa.

Jazmyn no respondió pero le levantó el pulgar, señalándole que todo estaba bien. Quizá estaba bromeando con ese tema pero ha habido ocasiones en las que yo le hice bromas similares y me dejo de hablar por días. Resulta ser una reina del drama.

—Te dijo viejo —lo molesté en voz baja cuando volvió a hundir su cara en mi cuello. Le gustaba estar de esa forma cuando nos sentábamos juntos y no teníamos más nada que hacer.

—No me importa, todavía no estoy en la tercera edad. Ella simplemente es la fastidiosa amiga que debo de soportar por verte a ti.

—El aire que sale cuando hablas es caliente —le dije riendo, porque incluso hasta me hacía sentir cosquillas. Él comenzó a respirar fuerte e hizo ruidos extraños.

—¡Eso suena asqueroso, Justin!

—Ve a comer un poco de miel, Jazmyn. Hazme el favor —él le señaló la cocina—. De paso me traes un poco de agua.

Lo más gracioso de todo es que ella le hizo caso. Se levantó como niña regañada del mueble en el que estaba, pero terminó yendo. Y cuando regresó venía con el vaso de agua que Justin le había pedido. Él le agradeció y bebió un poco.

—¿Quieres? —me preguntó moviendo sus ojos hasta el vaso.

—Un poquito.

Como una madre haría con un bebé que todavía no puede sostener ni el biberón, él me empinó el vaso para que pudiera beber agua. Una vez yo tomé suficiente, Justin se tomó lo que había sobrado de un solo sorbo.

—Gracias por el agua, Jazzy. Ya puedes llevar el vaso.

—Puedo tener cara de todo, menos de tu sirvienta. Levántate y llévalo tú.

—¿Qué tienes hoy que andas toda de malas? Me gusta más cuando eres toda graciosa, aunque tus chistes sean peores que los míos.

—Disculpa, pero no hay chistes en la tierra que sean peores que los tuyos.

Justin se incorporó, sentándose bien en el mueble, golpeándome con su codo inconscientemente en el proceso. Me quejé empujándolo.

—Perdón, preciosa —se disculpó, y luego se dirigió a Jazmyn—. Hagamos una guerra de chistes.

—¿Es en serio? —inquirí, pero me ignoró y siguió hablando.

—Yo contaré uno y si te ríes, pierdes un punto. Luego será tu turno y si me rio, pierdo otro punto. Comenzamos con cinco puntos.

—No me motiva. Hablemos de negocios, si pierdo, tú me das una cantidad de dinero. Y si pierdes, yo te doy la misma cantidad.

—Hecho. ¿Cuánto quieres?

—Estúpido rico —bromeó Jazmyn—. No sé, pero que sea algo bajo. No tengo dinero para andar regalando por la vida.

—¿Ya te estas declarando perdedora?

Me estaba retorciendo de la risa con sus intentos de chistes, agradecida de que no me hayan puesto a ser su juez porque ni siquiera eran graciosos. Lo único que causaba mi risa era lo estúpidos que eran y lo infantiles que se veían intentando no reír. Porque al parecer para ellos dos sus chistes si eran graciosos. Tanto que se reían incluso antes de contarlos.

—¡Yo tengo uno bueno! —les interrumpí para que acabarán con su tontería, al paso que iban ninguno iba a ganar nada.

—Adelante, veamos qué tan bueno es.

—Bueno.

—Dilo.

—Pero prepárense, esto es buenísimo.

—Déjate de tanto rodeo, Haizel.

—Aquí voy.

—Si sales con uno malo te caen los coscorrones. Porque además de malo le hiciste mucha pinta.

—¿Cuál es el colmo de un jorobado?

—¿Eso es un chiste? —preguntó Jazmyn, dudosa. Ella no sabe nada. Por lo que volví a preguntar.

—¿Cuál es el colmo de un jorobado? —ninguno contestó, pero yo tenía la respuesta en la punta de la lengua y comencé a reírme porque es lo más gracioso del mundo—. Estudiar derecho. ¿Entienden?

—No.

—Muérete, Jazmyn —alegué ente risas. Justin quién al parecer si había entendido parecía foca con asfixia riéndose a mi lado.

—Estuvo bueno. Choca esos cinco.

Choque los cinco con él, orgullosa de que no me dejaba en vergüenza y se riera de mi súper chiste. Lo oí por primera vez cuando tenía ocho años y todavía me sigue dando tanta risa como el primer día.

Bajo las sábanas {j.b} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora