Capítulo 2 - Reuniones y explicaciones

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Lanosgo, imponente macho cabrío, oyó el estruendoso rugido que antes había inquietado su sueño. No le concedió excesiva importancia, puesto que la habitualidad de esas situaciones (un castillo de fuegos artificiales, el cañón de la madrugada) hizo omitir un intento de desvelo; además, la mullida cama de paja estaba demasiado caliente como para abandonarla a tan altas horas de la madrugada. Ya de mañana notó un ambiente extraño flotando en el ambiente. Se preguntó si su hermano Ualsge se encontraba bien, pero se le pasó pronto la angustia y se demoró en tomar alimento. Aunque fuera el mismísimo rey de las cabras, le gustaba prepararse el desayuno.

Dilación hubo, ya que eran casi las nueve de la mañana de un sábado, cuando un macho cabrío golpeó la puerta de su hogar con pocas, pero contundentes cornadas. Lanosgo, demorándose solo lo necesario, decidió ir a abrir a tan terco individuo. El sonido le era familiar.

—¿Quién es?

—¡Lanosgo! Abre, soy tu hermano.

El cielo no estaba muy nublado, pero el sol jugaba al escondite entre las plateadas alturas de los profusos cúmulos. El patio central de la residencia caprina había sido invadido por tres o cuatro gorriones que picoteaban el suelo, y que huían si un pícaro choto se acercaba a cabecearlos. Las cabras estaban alteradas, y habían dicho a Maese Ualsge que no temiera por su hermano, que descansaba en su habitación desde anoche, y que era bastante difícil que estuviera al tanto de los acontecimientos.

—¿Te ocurre algo? —preguntó Lanosgo a su hermano—. Puedes decirme qué es...

Ualsge, ensimismado, miraba el húmedo techo de laja que cubría el corredor, y no contestó de manera inmediata.

—¿Puede ser que ayer por la noche sucediera algo? —preguntó de nuevo, impasible, el rey caprino a su hermano, adivinando de qué se trataba—. Ayer por la tarde no te pasaba nada, ¡estabas tan contento con el asunto de tu Lanyal! Pero ahora me traes esta cara de circunstancia. Oí el ruido que hubo por la noche y pensé en una fiesta, en lo que te estarías divirtiendo en ella, y no le di más vueltas... No obstante, viéndote así, creo que tienes algo importante que contarme, y creo que me merezco una explicación.

Ualsge miró a su hermano fijamente.

—No, no me pasó nada que no me hubiera ocurrido otras veces... —contestó—. ¡De verdad!

—¿Seguro?

Torció el gesto y confesó.

—Bueno, en lo que a Lanyal se refiere, por motivos ajenos a mis intenciones, tuvo que cancelarse la cena... ¡Y todo está relacionado con el «ruido» que dices que escuchaste anoche, hermano!

Lanosgo rió con gana. ¿Por el ruido? De veras algo extremadamente raro. ¿Un ejército, quizás, se había plantado ante Ualsge? De ser así, habría sido tanto el miedo de este que, sin más remedio, tendría que haber salido huyendo, dejando indefensa a su prometida. Se imaginó una cosa así. Su hermano, consciente de la actitud de Lanosgo para con él, se sintió muy avergonzado.

—No haces bromas... —terció Lanosgo, ya serio—. ¡Voy a enterarme de lo que ha pasado!

El rey caprino se sentía desubicado y jamás consentiría que, debido a su estatus, no se le mantuviera informado de los asuntos importantes. Sospechaba algo, pero nada en concreto le hacía intuir lo ocurrido. Más tarde, debidamente al tanto, procedió a continuar la conversación con su hermano, que lo esperaba en el interior de su vivienda. Ualsge había observado, durante media hora, los pasos que su hermano había seguido hasta transformarse en un demonio andante: de la risa había pasado a la sorpresa, después a la indignación, y más tarde a una inquietante furia. Por suerte para él, a la mitad del corredor Lanosgo se contuvo y entró, manso, a la vivienda.

Fauna en guerra (Disponible en Amazon)Where stories live. Discover now