Capítulo 9 - Víspera de los fatídicos días

476 13 14
                                    

La guerra no había terminado, pero el país de Hopaneyndraz estaba enteramente recuperado, y con ello, la seguridad de todos sus pobladores. En el año 354 se dieron varias batallas poco importantes, pero que pusieron punto y final a la guerra. El Alto Oligarca había intentado hacerse fuerte, comandando a tropas de palomas y pit bull asesinos desde un fortín enemigo a las afueras de Hopaneyndraz, pero nada pudo lograr. Las tropas de la Alianza Fáunica estaban mejor preparadas, y gracias a ello pudieron eliminar de por vida cualquier vestigio de maldad que hubiera en el reino.

Los dos años que Ualsge y compañía estuvieron afincados en el reino de Alfiler (desde 354 a 355) fueron excepcionales: en este tiempo se pudo reconstruir la fortaleza de Alfiler, al igual que hacer reformas en el Cortijo Castillo. A finales del año 354, todos los reinos que Hopaney controlaba entraron en la Alianza Fáunica y así estuvieron preparados para luchar contra su mayor enemigo, el Macho Negro, que empezó a hollar las tierras inferiores al Sonöe Aydaese con bestias oscuras y horrendas a los ojos de los habitantes de estos humildes países. La Alianza Fáunica, ahora completada, expulsó del reino de Alfiler los maleantes y con ellos, al Alto Oligarca y sus aliados, los cuales fueron condenados a una multa de varios montones de paja, agua y pienso, a no reclutar animales para usarlos con iniquidad y pagar altas sumas de dinero a muchos de los afectados. Así, prácticamente todos se manifestaron satisfechos, aun a costa de las vidas perdidas.

—Así aprenderán —dijo el Sumo Pastor a Lanosgo, que había vuelto al corral, después de meses sin pisarlo—. No creo que vuelvan a sublevarse durante el resto de su vida.

Durante la dura y trabajosa reconstrucción de Hopaneyndraz, el rey Alfiler se enamoró de Anikesunê, hija de Brendor, un veterano perro de raza bretona, de los más ricos comerciantes de Hopaney. Alfiler decidió celebrar la boda en 355: tenía todavía como huéspedes a los afamados héroes prostilianos (más uno sogoleino), a los generales Misifú y Verdoso, al comandante del ejército hopanendrayense Redorns, al rey Lanosgo y a la emperatriz Hallanhal. Un gran elenco de invitados estuvo atento a la boda. El viejo y afable sacerdote Kemskes condujo la ceremonia y esta fue conocida y comentada en todas las tierras y reinos próximos y lejanos a Hopaney. A solicitud de la Alianza Fáunica, muchos países como el viejo reino prostiliano de Ewonoal, más allá de las montañas salvajes del oeste, envió soldados para combatir el mal del Macho Negro. En verdad pocos reinos fueron ahora los que se negaron a dar ayuda.

—Estamos reuniendo un ejército de más de dos mil efectivos —dijo el rey Alfiler a sus generales—. Mi suegro Brendor nos dice, a través de Velio, que en su país hay reunida una gran fuerza, dispuesta a combatir el mal que se presente ante las puertas de la ciudad. ¡Pues aquí los esperaremos!

Alfiler estaba seguro de la victoria aliada, no le daba miedo ese Macho Negro; en su opinión, el Alto Oligarca había sido más dañino.

—No olvidemos —añadió Redorns— que no debemos subestimar al adversario... ¡Mucho se ha sufrido en las guerras del ayer por haber olvidado hoy ese básico precepto!

Tenía razón.

—Tenemos tus palabras en cuenta —le dijo Alfiler, algo más desesperanzado.

Después de la guerra, los componentes de la expedición de reconocimiento a Hopaneyndraz habían vuelto a sus vidas rutinarias. Gwaranûr, ya como íntimo amigo de Misifú, entrenaba con su arco a diario, y muchas veces iba a Hopaneyndraz a ver cómo iban las tareas de reconstrucción. Era visitado muchas veces por Dalmayal, que, junto a su escuadrón, vigilaba el cielo de la meseta y, sobre todo, viajaba al cebadero donde muchos perros de Prostilia residían, al este de Hopaneyndraz, y se informaba a través de Rufo. Otras veces iba más lejos y se refugiaba en un corral en ruinas que Prostilia tenía en Senethian, muy cerca de las tierras donde se decía había muchos animales extraños, malvados y sin corazón, pero nada vio ella. Lénsviae no marchó directamente a Galguia, sino que se quedó en La Fortaleza, bajo una licencia que le había otorgado su emperatriz (¡Bastante merecida, por supuesto!). Ayudaba todos los días a Fil a dirigir los rebaños, bajo la atenta mirada del Sumo Pastor.

—Si no hubieras nacido galgo —le dijo con una sonrisa—, hubieras sido un buen perro pastor. Habrías dirigido bien a todos mis rebaños.

A finales de año La Fortaleza recibió un buen susto. Muy al este del corral prostiliano situado en Senethia se habían dado una serie de guerras, o eso es lo que se decía, y no se sabía nada más. Las noticias preocupaban.

—Ocurre que a veces un rumor suele ser cierto en el diez por ciento de los casos —dijo seriamente Lanosgo al Sumo Pastor—. Creo que debes enviar a alguien a investigar al este.

—No podemos ahora —le dijo su amo—. Estamos reclutando a tropas, y necesitan ser entrenadas para la guerra contra ese Macho Negro.

—Poco sabemos de él —le contestó el rey de las cabras—. Recapitulemos: se cree que es un descendiente de Fynoaldae, más malvado y poderoso si cabe. Lo apodan como el Macho Negro, y suponemos que se esconde en el sureste, cerca del Sonöe Aydaese. No sabemos más... ¿crees que enfrentarse contra algo que no conoces, ni sabes lo que es, así como así, es de sabios?

El Sumo Pastor miró a su cabra con lícito sarcasmo.

—¿Me estás llamando necio? —le preguntó—. Estoy convencido de que es un mal mayor que el que se ha presentado en Hopaneyndraz. Cierto es que el Alto Oligarca era temible, pero era una simple marioneta dirigida por el Macho Negro, un actor secundario en el gran teatro del mal.

—Estoy de acuerdo —adujo Lanosgo—, pero insisto: creo conveniente enviar a alguien para investigar.

El Sumo Pastor se quedó pensativo; por momentos, parecía ser alguien diferente a quien era en realidad. Habló, al fin.

—¡Ya sé! —dijo—. Enviaré de nuevo a Ualsge y los demás en dirección al este para conseguir información. Pediré al rey Alfiler que envíe exploradores a las montañas y a la costa oriental.

—Eso está bastante mejor, mi señor —reconoció Lanosgo.

No tuvieron prisa los animales en volver al sur, al reino de Alfiler; volvieron escalonadamente, y se hospedaron en el Cortijo Castillo, ahora residencia oficial del rey y su esposa Anikesunê.

Allí, todos se emplearon con esmero para obtener la información deseada. A través de los exploradores de Alfiler les llegaban sombrías noticias del Sonöe Aydaese y la costa. En el bosque de la montaña había fuego y se escuchaban los gritos de las zorras y los jabalíes. En la costa se disputaba una batalla naval, entre unas islas cercanas a la costa y ésta en sí. Tierra adentro, un incesante movimiento de animales descorazonaba a los exploradores... No se recordaba que la tierra del este fuera tan nerviosa: esto significaba que algo estaba ocurriendo, y, a juzgar por los hechos, no era nada bueno.

—Guerras, incertidumbre por todos los rincones de este mundo —reflexiónó para sí Ualsge—. Y todo, supuestamente a causa de un mal que no conocemos, enarbolado por un tal Macho Negro.

Pensó sobre todas estas cosas mientras dormía sobre un caliente lecho de paja, en el Cortijo Castillo.

Fauna en guerra (Disponible en Amazon)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt