Capítulo 3 - Fauna en incertidumbre

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Ualsge y Fil partieron inmediatamente, a galope tendido. La cerveza adquirida en la taberna se había acabado, lo que demostraba sobremanera la celeridad de aquellos valientes animales, curtidos en mil aventuras, amigos desde la infancia, tanto en el campo de batalla como en la vida cotidiana. La cerveza era para ellos un hábito común, refrescante a la par que espirituoso, adquirido durante su estancia en Khandraz, donde es habitual beber cerveza durante las comidas cuando el calor aprieta. Los dos estaban de servicio en el ejército, sirviendo para su país en misiones de paz en zonas devastadas por la guerra, donde la tónica habitual eran las matanzas a porfía. Y quizá el horror de la muerte, el odio y la destrucción, unidos a la más reconfortante de las sonrisas de los habitantes de aquellos parajes, hicieron que, para ellos, amigos forjados y, por ende, inseparables, que la cerveza fuera su nexo de unión con todo lo que los había hecho madurar. Y nunca jamás se emborrachaban.

Durante la travesía a la provincia de Galguia sólo se cruzaron con dos o tres carretas de mercancías, y un par de peregrinos que quizá se encaminaran a rezar a un famoso monasterio situado en las colinas del oeste del país. Fil, presa del aburrimiento más que de la curiosidad, intentó sonsacar algo a su amigo caprino.

—Ualsge, quiero ayudarte, pero ¿qué vamos a hacer en Galguia? Tu hermano no me ha hablado de la misión que tienes... Bueno, ¡que tenemos que llevar a cabo!

—Bien dicho, «que tenemos que llevar a cabo». No te quites mérito —le dijo la cabra, riendo al tiempo—. Con respecto a la misión encomendada por mi hermano, te digo que son asuntos secretos.

—¿Y no tendrá por casualidad que ver con el atentado del año pasado, el que causó la muerte de una docena de animales y que casi mata a nuestro Sumo Pastor?

Ualsge se rindió ante la perspicacia de su colega perruno, así que dejó volar una leve confesión en el aire.

—En parte.

Fil rumiaba la información con lentitud, pero pronto se olvidó del asunto. No tardaron mucho en cruzar la vieja torre de piedra, donde descansaban las tórtolas y las palomas, próxima a unos altos eucaliptos. Al cabo del día llegaron a la Fortaleza de los Galgos y, cansados como estaban por la travesía, allí pernoctaron toda la noche, no sin antes charlar distendidamente con los galgos, viejos conocidos, Maylansal y Selanuyë. Estos estaban muy interesados en las noticias que hablaban de la extraña huida de Fúsefolt, y despachaban con finura el asunto del grupo terrorista y su vinculación con el galgo preso allí que hace unos años había asesinado a Daehalfe III, rey gatuno.

—Si no le molesta que le pregunte, Maese Ualsge... —adujo la galga Maylansal—, ¿qué ha venido a hacer aquí con su compañero canino, este buen perro pastor, si no corren tiempos de necesidad para el pueblo de los galgos?

Ualsge, condescendiente, habló.

—No es al pueblo de los galgos al que venimos a ayudar, sino que nuestra ciudad, todos sus habitantes, corren peligro, y hemos venido aquí a pedir auxilio.

Un poco exagerado, pero sirvió. Los jóvenes galgos quedaron prendados con las palabras del macho cabrío. Él continuó con su charla.

—Mi hermano Lanosgo, rey de cabras, cree que Fúsefolt VI ha abandonado a su amo Corchero, aparte que Dalmayal le notificó que muchos animales del sur están inquietos porque una sombra cae desde las laderas del Sonöe Aydaese, cerniéndose sobre sus tierras. Basándose en esta información, ¿usted qué creería, dama Maylansal?

Un silencio general se estableció entre los cuatro animales, pero la galga, muy interesada en el tema, no tardó mucho en dar su opinión.

—Si por mí fuera —dijo— ignoraría el hecho por completo, pero hay que tener en cuenta que esa información ha salido de boca de Lanosgo, ¡y más digo! Porque proviniendo esos rumores de mi querida amiga Dalmayal, entonces creo decididamente que tiempos aciagos nos ha tocado vivir.

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