Capítulo 7 - La culminación de la guerra

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Lénsviae se despertó de repente. Estaba solo en una tienda, acompañándolo, sin irse, un dolor de cabeza terrible. Tras mucho pensar, el galgo se ubicó y miró a su alrededor: lo veía todo distorsionado. No obstante, después la tienda y sus elementos comenzaron a estabilizarse y cobrar una forma definida. Una figura oscura entraba en esos momentos por la puerta entreabierta de la tela; era Filete, general del ejército enemigo.

—¿Cómo estas, hermano? —preguntó Filete, expectorando ironía y cinismo a partes iguales—. Serán días largos para ti y tu sufrimiento irá creciendo poco a poco, hasta que te sientas hastiado y desees no vivir más... ¡La ruina ha llegado a estas tierras!

El galgo no se encontraba muy bien aún, sentía náuseas, pero no se amilanó al querer replicarle.

—¡Perro rastrero y sucio, acreedor del mal! —le espetó—. ¡Púdrete con los de tu calaña!

Un par de latigazos no bastaron para hacer callar al galgo contestón. Filete llamó a unos guardias, que parecían ser hábiles torturadores.

—¡Lleváoslo y dadle su merecido castigo afuera, por descortés e indigno!

Lénsviae fue apaleado, bajo un sol de justicia, con inapelable dureza. Filete, tras la paliza, les dijo a algunos de sus secuaces que lo llevaran al cuartel general del Alto Oligarca. Allí se enteraría de lo que era el horror de verdad. Lénsviae estaba agotado y tenía hambre y sed, pero nunca perdió la esperanza: creía que sus amigos y el rey Alfiler lo salvarían de una muerte lenta y dolorosa.

En el noroeste, el ejército de la Alianza Fáunica, con Lanosgo, Hallanhal II y Fil a la cabeza, marchaba a paso ligero. Lanosgo y Fil se mostraban preocupados por el aislamiento de la resistencia y la ineficacia de los animales vecinos para ayudarles a tiempo. Cerca ya del país de Hopaneyndraz, los animales pudieron descansar, pero antes tenían que montar las tiendas de campaña. Cuando el improvisado campamento estuvo terminado la reina Hallanhal II, que era ya muy vieja, pero conservaba un espíritu juvenil, decidió acudir a la reunión que los jefes del ejército de la Alianza Fáunica habían convocado a medianoche en la tienda principal.

—¿Deberíamos atacar por tal flanco o por el otro más al este? —preguntó un indeciso Hêcanotyalda, señalando a un mapa de campaña.

—No —replicó Scêcural, hijo del rey Lanosgo y heredero al trono—. Creo que debemos atacar por el flanco del norte, justo donde estamos ahora. Así podremos ayudar a los habitantes de la Campiña y darles un respiro a los habitantes de Ucoláno. Podremos permitir el paso de las tropas de Zirinc hacia el este y combinar nuestros ejércitos para intentar desmantelar ese bastión suyo, la Colina Ocre.

La emperatriz notó que Lanosgo estaba callado, como siempre, e imaginó que sopesaba con atención las ideas que tenían unos y que tenían otros.

—Se me ocurre una cosa —añadió la galga a la charla—. Si llegamos al sur a tiempo, deberíamos atacar con todo cuando ellos ya estuvieran enfrascados en la lucha por el cuartel de nuestros aliados: estarían atrapados entre dos ejércitos y les sería más difícil pensar.

Todos creyeron que era una locura, pero era una buena idea.

Lanosgo seguía pendiente de todo, pero esperaba pacientemente, sin dar su opinión. Finalmente, decidió consultar con Fil, uno de sus mejores amigos.

—Dime, Alanfeylan: ¿cuál es el sitio más idóneo para atacar? Tú puedes aclararnos muchas cosas, conoces el terreno donde aconteció la pasada batalla.

—Lo que quieras —le contestó Fil.

—Algunos dicen que cabría la posibilidad de que no pudiéramos hacer nada por el rey Alfiler y el pueblo de Hopaneyndraz —añadió el rey de las cabras—. Deseo que la Alianza Fáunica perdure por muchos años, y las consecuencias de esta guerra serán cruciales para ello.

Fauna en guerra (Disponible en Amazon)Where stories live. Discover now