Capitulo 16. "La Reina"

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               dedicado a Srta_fujoshi

Ptolomeo Alejandro

Ha pasado exactamente una semana desde la partida de Adriano de Egipto; siete días compuestos por acciones dolorosamente monótonas y aburridas.

Me duele mucho recordar que cuando estábamos juntos, los días parecían sólo minutos, sólamente volutas de humo hechas con momentos preciosos. Pero mientras más hermosos eran los momentos que pasamos, más doloroso es recordar. Jamás me cansaba de él, y sin importar cuántas veces al día él me tomara, jamás lograba tener suficiente de él.

Me amarga la boca pensar en lo horribles que han sido mis días sin él a mi lado. ¡Ha pasado apenas una semana! ¿Cómo lograría vivir toda una vida de esta forma? Es increíble como en tan poco tiempo se metió hasta el fondo de mi corazón, dejándome una marca imborrable en el alma, una marca que aún late y sangra, recordándome el rencor y la añoranza que plantó en mi corazón. Incluso estando en Alejandría me siento incompleto. Ya ni siquiera estar en la ciudad que añoré por muchísimo tiempo alegra mis días.

Cuando estábamos juntos, mis días con el eran los mejores, incluso cuando dormimos en una manta sobre las dunas del desierto estaba bien. Mis manos aun pican, y es como si tuviera todavía su barba incipiente raspando las palmas de mis manos. No había nada de él que no me gustara, pero sin duda alguna, la textura áspera de su barba sobre mi piel era la mejor sensación. Y (con amargura reconozco) que no había ningún rincón en Egipto que no me recuerde a él, sin importar si hubiéramos estado allí o no.

Amo con tanta locura a ese hombre, que siento que podría morir de la desesperación en cualquier momento; pero aun así mi orgullo jamas me permitirá dar mi brazo a torcer, aunque por dentro los celos y el dolor me pudren al imaginarlo tocando, amando a su esposa o a cualquier otra persona que no sea yo, hacen que nazcan en mi unas inmensas ganas de sacarle los ojos a cualquiera que se atreva a tocarlo o mirarlo siquiera, incluso quisiera matarlo a él por hacerme tan débil y necesitarlo a mi lado todo el tiempo, pero mi lado más humano me hace comprender que su familia lo necesita, y aunque mi orgullo herido quisiera lastimarlo, mi amor por él es mas grande. Primero preferiría nadar en el Nilo infestado de cocodrilos a lastimarlo. Sé que no podría.

Lo único que hago en este momento es caminar de un lado a otro por la terraza del palacio, tal vez trando de matar de esa manera el tiempo, que parece pasar mucho más lento que de cosumbre. Una fresca brisa mueve las hebras de mi cabello, haciendo que sus puntas me lastimen el rostro, como miles me pequeños látigos golpeando la piel sensible. Algo que odio es tener que cubrir mi cabello con esas molestas pelucas, que raspan el cuello, los hombros y clavículas (si es que son muy grandes) en el infernal calor de Egipto ¡Es como tener una brasa en la cabeza! Por lo menos en Alejandría soy libre de vestir como normalmente lo haría, y dado que el clima aquí es benévolo, puedo usar más ropa de estilo griego. Generalmente uso vestimenta Egipcia para agradar al pueblo (y porque esta diseñada para soportar las altas temperaturas del interior de Egipto), pero en Alejandría el calor es mas tolerable.

Yo suelo concentrarme demasiado en algo, tanto que parezco estar sumido en un trance, pero esta no es la ocación. No es estoy lo suficientemente concentrado como para no notar a esa mujer hermosa, que camina por el lado opuesto de la terraza. Es blanca, de cabello dorado como el mio, solamente con la diferencia de que el suyo es rizado.

Tiene el porte de elegancia un poco forzado. La postura demasiado estricta, considerando su altura; las ropas también finas, y demasiado maquillaje.

— Mardian. — Llamo a mi consejero. Él ha estado sentado al lado mío en la terraza, haciendo no sé qué cosas.

— ¿Alteza? ¿Ocurre algo? — Me pregunta, y yo asiento con la cabeza.

El Príncipe De Egipto © (Gay) (Versión En Borrador) Where stories live. Discover now