Capítulo Uno: La noche del baile.

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Kevin Baxter

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Kevin Baxter... ¿Por dónde puedo comenzar a describir a Kevin Baxter? Podría decir que es el típico bufón de la clase que no deja de mover su cabello rizado esperando a que todas vengan por él; pero delimitar mi descripción de Kevin a un estereotipo adolescente cualquiera no le haría justicia a un chico como él.

Regresemos al día en que lo conocí.

Doce años y mi ilusión más grande era agradarles a las chicas populares de mi nueva escuela. Recuerdo mis frenos de colores y esas coletas mal hechas, casi me doy pena a mí misma. En especial cuando pienso en la cara que hice al mirar a Kevin entrando al salón de clases.

Vaya, su piel tan tersa y aquellos rizos castaños lo hacían lucir casi perfecto. El encanto principesco lo persiguió hasta que fue roto por el estruendo de Brenda Kasaki cayendo al suelo.

¿Por qué un niño  lindo había empujado de una manera tan brutal a una pequeña inofensiva? La mirada de Kevin había quedado suspendida, con la mochila que había perpetuado el crimen todavía sobre sus hombros. El resto del salón lo miraba con fuerza. Después de breves segundos, no hizo más que romper la bomba con una risa estruendosa y  su dedo índice bien estirado hacia la pequeña. 

Sí, un niño tan lindo no pudo empujar a Brenda "sin querer", por una simple razón: Kevin no es, fue, ni será un niño lindo.

Y lo comprobé tantas veces. Lo comprobé cuando Kevin repartió todos los lápices nuevos de Stephen Collins solo porque le pareció que era demasiado presuntuoso que tuviera tantos. Lo comprobé cuando Emma Fitzgerald llevó su proyecto de ciencias y Kevin no dejó de burlarse un mes porque dijo "volcán indecente" en vez de "volcán incandescente". Lo comprobaba cada vez que veíamos desfilar a su madre hacia la oficina del director y cada que alguno de nosotros se volvía parte de su diversión.

Yo lo odiaba. Lo odiaba tanto... y aun así sucedió... esa noche.

—¡Nicole! —gritó Donna desde el otro lado del estacionamiento—. ¿Vas a ir al baile?

—¡Claro! ¡Beber ponche de huevo con el equipo de ajedrez es mi deseo de Navidad! —contesté sin detener mi paso.

—¡Entonces nos encontramos ahí!

Donna no solamente era mi amiga por su peculiar forma de observar el mundo. Desde que había llegado a este pequeño pueblo, parecimos haber hecho un clic inmediato que nada era capaz de separar. Ni el equipo de animadoras, burlándose de nuestras mochilas a juego; ni los profesores que solían cambiarnos de sitio debido al estruendo que generaban nuestras risas. De esas amistades realmente inolvidables.

Por cierto, si se preguntan quién es la que cuenta esta historia, ahí va mi presentación.

Yo soy Nicole Sadstone. Lo sé, lo sé, apellido extraño. He tratado de arreglarlo, pero no se puede y Kevin no me dejó olvidar lo humillante que debía ser apellidarme así, cuando hizo un dibujo enorme en el pizarrón de mí llorando sobre una piedra mientras el grupo jugaba "caras y gestos".

En este mundo no cabemos los dos ✨Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz