Capítulo Once: ¿Tienes enemigos?

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Todos nos levantamos de un golpe con los corazones acelerados

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Todos nos levantamos de un golpe con los corazones acelerados. Al salir hacia el pasillo notamos que el ambiente se había vuelto un remolino de gritos y empujones, el reto que implicaba abrirnos paso hasta la puerta era la prueba más difícil que jamás había experimentado.

Cuando el tumulto aumentó la histeria colectiva, yo ya no sabía para dónde estaba corriendo; repentinamente sentí una mano que me jaló hacia la puerta, logrando ver, por fin, el jardín que custodiaba la entrada principal.

—Por poco te pierdo entre la gente —dijo Kevin que me guiaba hacia la calle principal que, para entonces, ya estaba atestada de jóvenes.

—No puedo creerlo —expresé con una sonrisa—. ¿Te das cuenta de que ya lo hemos logrado?

—¿A qué te refieres? —preguntó él confundido.

—¡Ya lo tenemos! —grité dando saltitos—. Chad arruinó el baile para vengarse de Conan y Demian. Esa es la coartada.

El chico se quedó un momento analizando todo y después cambió su expresión por una mucho más eufórica.

—Es cierto —dijo riendo— ¡Lo logramos!

—¿Y ahora qué haremos? —cuestioné al tiempo que nos dirigíamos hacia mi casa con una energía renovada.

—Tengo que pensarlo mejor —respondió dando un salto de victoria.

—Estamos a un paso de tener todo completo, Kevin —dije mirándolo con alegría—. Bueno, ahora ya volveremos a ignorarnos por los pasillos cuando caminemos por la escuela.

—No tiene por qué ser así de nuevo —respondió él con una expresión relajada—. Donna y tú son nuestras amigas.

—Mañana le levantarán el castigo, por cierto —informé emocionada—. ¿Qué te parece si vamos todos a cenar el sábado?

—¿A las hamburguesas? —propuso él y yo sonreí para después asentir.

En ese momento, mi casa comenzó a hacerse visible y la hora de despedirse se acercaba.

—Oye, Kevin —dije mirando hacia el suelo—. En verdad fue divertido todo esto.

—¿Tú lo crees? —preguntó esbozando una enorme sonrisa.

—Yo lo sé —confirmé y él soltó una risita.

—Bueno, a tu vida quizá le faltaba la sazón de problemas —comentó con gesto travieso.

—¡Eres odioso! —dije riendo al tiempo que lo empujaba suavemente—. Te veo mañana en la reunión, ¿cierto?

—Claro.

Ambos nos despedimos con cautela y fuimos perdiéndonos en nuestros respectivos caminos. Justo antes de entrar a mi casa, me giré hacia el chico y lo admiré: con un porte desenfadado y sus rizos que se movían suavemente con el viento.

En este mundo no cabemos los dos ✨Where stories live. Discover now