C A P Í T U L O 1: Antes de que la guerra llegara a Francia.

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20 de marzo de 1939

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20 de marzo de 1939.

Presenta:

Un pequeño pueblo de Francia, donde el olor a café, los jardines verdes con rosas rosadas adornándolos y las risas infantiles era parte de su tipicidad. Ese en donde se creía que una guerra no llegaría jamás.

—Perlas.

—No.

—Diamantes.

La rubia carcajeó, ensanchando una sonrisa celestialmente divina en su pálido rostro. Enzo la miró embelesado ante la belleza que ella poseía, una inocente y angelical culpable de envidias y deseos, se preguntó a si mismo si era un sueño o la realidad lo que estaba viviendo, estaba cortejando a la rubia desde 11 meses que había llegado y a juzgar por el beso que ella le había robado momentos antes, todo iba de maravilla.

—Entonces dime, ¿Qué necesitas para casarte conmigo? Iré al fin del mundo para que aceptes ser mi esposa.

Irina Delevoix lo miró con dulzura, analizando con sus orbes azul cielo el rostro de un joven Enzo lleno de frescura y determinación. Si, definitivamente se veía a su lado, siendo madre y aquella esposa que lo esperaría con un platón de huevos con tocino para desayunar, pero no sería fácil porque ella no era una de esas muchachas de su pueblo ansiosas por amarrar al primer hombre que pasara por ahí, sobretodo de un inglés como Enzo Buchanan, pues aunque le faltaba esa elegancia característica de un extranjero, poseía un atractivo extremo, por no decir brutal y que ponía en evidente ridículo a los demás hombres del pequeño lugar.

—¿Acaso tienes el anillo de compromiso?—canturreó con una sonrisa mientras corría a través de la pradera, con Enzo siguiéndola al instante.

—Lo conseguiré mañana mismo.

—Quiero un centenar de rosas blancas también.

—Tendrás doscientas.

—Un diamante enorme adornando la joya.

—Será el más hermoso y brillante de todo Francia.

Irina salió de su escondite, caminando directamente hacia el Buchanan dejándolo sin habla ante la vista antojable a fantasiosa que tenía frente a él, la belleza natural de la pradera mezclándose con la de la rubia era un paisaje digno de admirar y plasmarlo en una pieza de arte. Delevoix tomó sus manos, acariciándolas con el pulgar, mirándolo fijamente.

—La condición más importante para que me case contigo es que prometas no romperme el corazón.

—Antes de hacerlo preferiría romper el mío en mil pedazos y regalártelo para que hicieras con el cualquier cosa que desees.

—Y sobre todo, debes estar seguro de que no querrás dejarme nunca.

—¿Por qué abandonaría a la persona que más quiero en este mundo?

Enzo se inclinó varios centímetros para poder besar a la rubia, saboreando el beso inocente que le estaba regalando con esos labios rosados y regordetes de los que era fanático, disfrutando el contacto de sus pulgares con el pequeño rostro de la muchacha, terso, blanco y encantador, semejante al pétalo de la más bella rosa.

—Se mi esposa—musitó apenas el beso terminó, encontrándose incapaz de alejarse un centímetro del calor y la sensación que la cercanía con Irina le provocaba.

—Mi hermano va a matarte, Enzo.

—Por ti soy capaz de enfrentarme a él y a un ejército de hombres, todo porque me quieras de la misma manera en que yo te amo a ti.

Irina detuvo su caminar de pronto, una sensación recorrió cada parte de su cuerpo poniéndole la piel de gallina y provocando que su corazón latiera fuertemente. Giró sobre sus talones para mirar al hombre que estaba tras ella, este le regalaba una sonrisa pequeña y honesta, de esas de las que Delevoix estaba enamorada. La manera en que la última oración pronunciada por el hombre hizo vibrar su piel era adictiva.

—Repítelo.

—Te amo Irina Delevoix y no temo que gritarlo al mundo—pronunció fácilmente, siendo sincero con los muchos sentimientos que la muchacha provocaba en él y que eran encuadrados con un ''te amo''. —Quiero que seas mi esposa, prometo darte la vida que te mereces, nos iremos a vivir a París como tanto lo has soñado y llenarte de los mejores regalos, trabajaré incasablemente para lograrlo.

La rubia del vestido azul saltó a sus brazos, con una felicidad única embriagando cada parte de su ser. Que importaba si tenía que ir en contra de los ideales de su hermano al casarse con un extranjero, estaba segura de que todo valdría la pena porque aunque no quisiera admitirlo por completo, la verdad es que Enzo Buchanan la tenía a su merced.

Je suis d'accord pour vous marier.

Enzo procesó las palabras con lentitud en su mente, traduciendo letra por letra para asegurarse de no haber cometido un error. Su corazón se detuvo, la sangre dejó de correr en sus venas; todo su cuerpo dejó de responderle cuando se percató de lo que estaba pasando. Irina, su linda rubia había aceptado convertirse en su esposa, cosa que ni en sus mejores sueños se sentía como en esos momentos. La besó una, dos y tres veces más intentando convencerse de que todo era la realidad, al fin lo había logrado, finalmente Irina Delevoix seria suya, la dulce muchacha que le había robado el corazón desde la primera vez que la vio sería suya. Todavía faltaba avisarle a su hermano y honestamente el rubio le ponía los pelos de punta con la actitud y la fama que poseía pero que más daba; no existía nada que no hiciera por Irina.

—¿Cuándo nos casaremos?—preguntó la muchacha, abrazando el dorso de Enzo y recostando su cabeza sobre su pecho escuchando el latir desenfrenado de su corazón.

Calculó mentalmente el tiempo necesario para comprar el anillo y todos los detalles para una boda sencilla pero bonita, añadiendo el tiempo en que debía reunir valor para ir a hablar con Isaac Delevoix y pedirle la mano de su hermana, Enzo le respondió con certeza:

—El 3 de septiembre a esta hora ya serás Irina Buchanan.


1939Donde viven las historias. Descúbrelo ahora