C A P Í T U L O 6: Ese alemán es nuestro enemigo.

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7 días después de haberla visto por primera vez

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7 días después de haberla visto por primera vez.

Eran las cinco de la mañana de aquel día que apenas comenzaba en Pont-Aven dando la bienvenida con un clima grisáceo amenazante a famélico, las cosas iban de mal en peor y aparentemente el astro solar también había caído en una depresión fantasiosa. El aire alrededor era pesado y penumbroso, semejante a la sensación que se producía a través de las venas de Irina de manera furtiva.

Estáticamente sus orbes azuladas observaban el horizonte perdiéndose por el anhelo que las sofocaba ante algo —o alguien— que probablemente jamás llegaría, Ancel quien se encontraba silenciosamente a espaldas de ella se preguntó cuál sería la razón por la que Irina lucia igual de apagada que una fría madrugada. En sus manos sostenía un pequeño cuadernillo de dibujo el cual estaba siendo presa de la intensidad con la que el alemán se encargaba de dibujar a esa mujer con un ápice de devoción prematura intentando emular aquella belleza de cabellos dorados.

—Parece que el sol perdió la alegría el día de hoy—comentó Ancel bajando por las escaleras con precaución, como si no estuviera seguro de lo que hacía. Irina respiró visiblemente cuando aquel acento felino taladró su sentido auditivo con suavidad, no volteó a verlo pero su presencia tras de sí era notable. —...al igual que usted, mademoiselle.

La Delevoix lo miró de reojo, analizándolo tanto como era posible a través de ese uniforme que aberraba con el alma, pensó en una variedad de posibilidades para soslayar el hecho de pronunciar alguna palabra con el alemán pero finalmente, tras 65 segundos de silencio se permitió una oportunidad.

—No entiendo que es lo que le hace pensar eso, Mayor Deschner—él hombre no deparó en ser discreto cuando una sonrisa se trazó con lentitud en sus labios permitiéndose regalarle aquel detalle que muy pocas veces lo visitaba, dio un par de pasos más hasta detenerse a su lado.

—Puede llamarme Ancel—comentó delicadamente antes de decidirse a continuar. —El azul de sus ojos luce como un óleo que se hubiera trazado en un lienzo antaño; apagado.

—Está muy equivocado...—atacó Irina tan bruscamente como le fue posible cosa que no hizo más que delatar que las palabras dichas anteriormente eran verdaderas. —...de cualquier forma no es algo de su incumbencia.

—Lo es si está en mis manos ayudar a disolver ese sentimiento que parece consumirla.

—Mi hermano está en la guerra gracias a ustedes—subrayó de manera brusca sin atreverse a mirarlo a los ojos por más que lo deseara, aquel rio color ámbar que inundaba las orbes del alemán eran un camino a la perdición. —Me han arrebatado fugazmente todo a quien tenía y lo que conocía dejándome en el limbo sin un cuerpo sobre el cual llorar.

La acidez con la que sus palabras drenaron la piel de Ancel lo dejó inmóvil. Irina entonces lo miro como si estuviera cometiendo un pecado al deleitarse con las facciones que eran una mezcla irracional entre lo delicado que rozaba la perfección y lo soberbio. Aquel par de ojos color ámbar puro se movieron hasta hacer contacto con el océano azul cielo de la francesa, suavizándose débilmente en un instante.

—Lo lamento—pronunció quedamente rozando los oídos de Irina como si estos fueran los más bellos pétalos de una rosa. Ella cerró los ojos efímeramente, deleitándose culpablemente.

—No tiene porque, no es directamente usted el culpable sino una pieza más del tablero.

—Lo lamento porque entiendo lo que está sintiendo, también perdí...cosas. El sentimiento de vislumbrarse sola en medio de la nada pasará; no significa que las cosas van a mejorar pero uno termina acostumbrándose, no deseo ser demasiado entrometido pero si puedo pedírselo como un favor personal entonces no desperdicie ese par de ojos color cielo derramando lágrimas de tristeza—Ancel soltó una pequeña risa que se coló debajo de la piel de Irina, tomó entre sus manos la de ella para depositar un indebido beso en ésta, mirándola por última vez antes de irse.

—Gracias—susurró la rubia tan fuerte para que el alemán pudiese escucharla y complacido por haber tenido finalmente una conversación real con ella salió por la puerta antaña de aquella casa, en dirección al centro.

Cualquier cosa que Irina estuviera sintiendo se le fue arrebatada de manera agresiva cuando la mirada de Esther la quemó como si fuera un montón de basura indeseable. La francesa quiso ignorarla, evitar sentirse pisoteada pero fue imposible.

—Tal parece que ese animal va a tenerla en su cama más rápido de lo que esperaba—arremetió con violencia, sus dientes castañeaban ante la impotencia que le provocaba aquella mujer de cabellos dorados a la cual debería estarle agradecida.

—Te prohíbo que me hables así—acortó Irina, recordando esa fortaleza inquebrantable con la que Isaac la había educado. —He llegado a tenerte cariño, te he dado casa, comida y vestido pero por mas sola que me sienta no permitiré una falta de respeto más, Esther.

—Señora—contraatacó con sorna hirviendo en su lengua. —No le estoy faltando al respeto pero lo único que buscan los animales como ese es abusar de las mujeres, robar lo ajeno y apropiarse de lo indebido, entiendo que debe cuidar a cualquier costo de su vida pero jamás creí que cayera tan bajo.

—No hice nada malo, finalmente es un Mayor y debo mostrarle respeto—tomó aire antes de pronunciar lo siguiente, como si fuera difícil de creer incluso para ella.   —Estoy comprometida Esther; no olvide que para mí existe un solo hombre.

—Pues adviértale a sus ojos que cada vez que lo miran se iluminan con curiosidad increíble—la anciana sonrió ante la esteticidad evidente de Irina que rozaba lo prohibidamente obvio. —Ese alemán es nuestro enemigo y no debe olvidarlo.

—No es mi enemigo ni mucho menos mi guerra—respondió con simpleza antes de dar la media vuelta sobre sus talones. —Pero no te preocupes porque no le he olvidado.

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