Capítulo 5

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Jaidan estaba intentando sintonizar alguna estación en la radio de bolsillo que había encontrado esa mañana

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Jaidan estaba intentando sintonizar alguna estación en la radio de bolsillo que había encontrado esa mañana. Estuvo casi dos horas sentado en el sillón, moviendo la rueda de un lado hacia el otro, pasando meticulosamente por cada una de las combinaciones de números que habían guardados en la memoria del aparato.

Todas las estaciones estaban muertas, el ruido vacío y continuo le confirmaban sus sospechas.

—¿Alguna novedad? —le preguntó Evan alcanzándole una lata de sopa para que comiera.

Jaidan negó con la cabeza.

—No. ¡Es inútil!

Evan notó su desesperación y tomó asiento a su costado.

—Déjame intentarlo —le pidió.

Jaidan le miró irguiendo una ceja.

—De acuerdo —resopló intercambiando la radio por la lata de sopa.

Evan llevó el aparato a la atura de su oído derecho y empezó a girar lentamente la rueda del sintonizador.

—Hagas lo que hagas no vas a hallar nada —repuso masticando un trozo de pollo—. Todo está muerto.

—Shhhh... —le pidió ella—, no hagas ruido.

Jaidan tragó un sorbo de sopa e hizo un ruido desagradable cuando esta pasaba por su garganta.

Concentrada, Evan giró lentamente la rueda y logró captar algo.

—¡Aquí! —exclamó y le subió todo el volumen que pudo—. Creo que he logrado sintonizar algo.

Los ojos de Jaidan se iluminaron.

La interferencia y la estática no dejaban que el mensaje se pudiera escuchar claramente. Entonces, Jaidan jaló de la antena y la movió en dirección hacia el norte.

Una voz lejana, gruesa y rasposa se dejó escuchar a través de los diminutos parlantes que tenía en la parte superior.

—... cuando Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y lo convirtió en el objeto de todo su amor, yo fui el primer ángel en todo el cielo en aceptar que así fuera —dijo una voz seca y profunda—. Me incliné ante ustedes, los observé y protegí antes y después de que fueran desterrados del paraíso. Los amé con todo mi corazón y esperé de ustedes no más de lo que podían dar, pero los he visto destruirse entre sí, los he visto pisotear el amor, escupiendo la esencia de la que fueron hechos. Convirtiéndose en el máximo error de la creación, y con ello en mi mayor decepción y dolor.

Una penetrante sensación de alarma recorrió la columna vertebral de Evan.

La última vez que Dios perdió la fe en ustedes envió un diluvio, y esta vez nos envió a los ángeles, sus hijos, los que sí son justos —continuó con seguridad—. Los bienaventurados ya están a salvo, lejos de este calvario, pero los sentenciados, los que ahora me escuchan, serán exterminados por nosotros. No se escondan, ni intenten salvarse, porque el hedor de sus espíritus corruptos por el pecado nos guiará hacia ustedes. Atiendan, este es el apocalipsis al que tanto han ignorado, la exterminación... —la voz del ángel se fue perdiendo lentamente, hasta que el tono vacío y continuo de la radio muerta, invadió nuevamente los parlantes.

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