Capítulo 23

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Un largo y grave sonido retumbó en el cielo

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Un largo y grave sonido retumbó en el cielo. Era vibrante, pero sobre todo alarmante. Hubo una pausa de diez minutos y nuevamente estremeció a quienes aún permanecían ocultos en alguna parte del mundo. La pareja ya sabía y Miguel sólo se los confirmó.

—La quinta y la sexta trompeta —repuso el arcángel—, la plaga de langostas acabará con los huertos, selvas y vegetación, y un ejército de demonios esparcirá la muerte...

Antes de que pudiera terminar de hablar, la última señal, la séptima rugió más fuerte que las anteriores.

—Esa es la última —susurró Jaidan, cuya voz, de tan débil, apenas resultaba audible—, ¿Qué viene después?

—Las siete copas —declaró Evan, muy solemnemente. Había terminado de leer el Apocalipsis, días antes, y sabía lo que vendría.

—La séptima trompeta da paso a los siete ángeles que derramarán las siete copas de la ira de Dios —comenzó el arcángel con una voz monótona que, inmediatamente, le llenó a Jaidan el corazón de temor—, dolorosas úlceras malignas, la extinción de todo ser viviente en el mar, los ríos se convertirán en sangre, la estrella mayor que gobernó los días brillará una vez más y quemará, la estrella menor que gobernó las noches cubrirá a su mayor y el sufrimiento se incrementará, los ejércitos se reunirán para librar la gran batalla de Armagedón y finalmente, un devastador terremoto seguido por granizos gigantes. —Se detuvo un momento y miró alrededor, lleno de turbación—. Después de ello, no quedará nadie.

Jaidan se quedó en silencio. Sus ojos se volvieron sombríos, oscuros, como distantes.

Fue Evan quien tenía al pequeño Adriel en sus brazos y finalmente, hizo un esfuerzo para hablar, y su voz sonó extraña, ronca:

—Este es el día del fin, ¿cuánto tiempo nos queda?

—El suficiente —respondió—, las siete copas serán ajenas a ustedes, más no para el resto de la humanidad.

Entonces, Jaidan se rindió a la evidencia. Era verdad, el fin había llegado.

—¡Tú eres el gran arcángel Miguel! —replicó con vehemencia—, dinos qué hacer. Azmael seguramente está allá afuera buscándonos y nosotros no lo vamos a esperar con los brazos abiertos.

—Probablemente. No lo sé —contestó—. Azmael fue expulsado y sentenciado al exilio por desobedecer y aliarse con quienes no debía —explicó—. Nosotros no sabemos nada de él. La tierra se lo ha tragado.

—Entonces, eso quiere decir que ya no hay peligro de que nos mate —inquirió Evan.

—No, claro que no. Eso quiere decir que deben de tener más cuidado —la corrigió.

—¿Qué sugieres?

Miguel tomó la mano de Evan y le pidió la suya a Jaidan, las juntó en una sola y las besó en silencio.

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