Capítulo 7

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Habían pasado tantas cosas los días anteriores que parecía que el tiempo volaba, aunque había días en el que el tiempo pasaba lentamente, haciéndose notar

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Habían pasado tantas cosas los días anteriores que parecía que el tiempo volaba, aunque había días en el que el tiempo pasaba lentamente, haciéndose notar. Sobre todo, en el castillo.

La mañana era fresca y el sol iluminaba con ira todo a su alrededor. Jaidan estaba terminando de sacar los escombros y objetos innecesarios que habían encontrado en el castillo para prenderles fuego antes del anochecer. Aunque Evan le había insistido en que no hiciera eso, ya que podrían encontrarles al ver el humo. Pero Jaidan no le hizo caso.

Mientras armaba la hoguera, el calor era sofocante, así que, sin más, decidió quitarse la camiseta y quedarse con el torso descubierto mientras trabajaba en el jardín trasero del castillo.

Cortó leños, apiló ladrillos y prendió fuego a la basura.

Jaidan se limpió el sudor de su frente con el antebrazo y continuó observando la incineración.

Jaidan brillaba, perlado de sudor, y las gotas cristalinas resbalaban de su cuerpo como el aceite.

—¡Mujer! —gritó—. ¿Has ido a la ciudad para encontrar una cerveza?

Luego rio.

Evan salió del castillo por la estrecha puerta de metal que habían encontrado días atrás y atravesó el jardín, cargando una lata de cerveza. Su tobillo había sanado y ya podía caminar sin mayor dificultad.

—Es la única que queda —repuso mientras caminaba—. Así que ve pensando en volver a pedir prestado en los campamentos de la zona.

Cuando levantó la mirada no pudo evitar sonrojarse al ver el torso desnudo y bien formado de Jaidan. Las mejillas se le pusieron rojas y una sensación extraña en el estómago la hizo sentirse incómoda.

—A decir verdad, estaba pensando en ir a pedir prestado a la ciudad —repuso y se cruzó de brazos.

Evan intentó no fijarse en los músculos que se le marcaban en los brazos. Pero fue inútil.

—Intenté no pensar en esa posibilidad, pero ya no hay comida, apenas espárragos en lata y salsa de tomate —dijo—. Y ya me cansé de comer lo mismo.

Jaidan asintió.

—Lo sé. Y ni siquiera hay animales en el bosque como para ir un día de cacería. Es como si la tierra se los hubiera tragado —dijo él, mientras examinaba el rostro de Evan—. Me pregunto si somos los únicos sobrevivientes.

Jaidan bajó los brazos y le hizo un gesto a Evan para que le lanzara la lata de cerveza. Ella se acercó y se lo puso en las manos. Un pequeño roce la hizo retroceder y rascarse la nuca, mientras él la destapaba con agilidad y bebía como si nunca antes hubiera probado el sabor del lúpulo amargo y burbujeante.

—Eres un cerdo —repuso Evan haciendo una mueca al ver que el líquido amarillento se le chorreaba por los bordes de la boca y caía sobre su pecho.

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