《 ocho 》

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Eran aproximadamente las diez de la noche. En el sexto piso de un gran edificio, en uno de los muchos apartamentos que le conformaban, se podía ver una rubia cabellera cubrir el rostro de una pequeña al estar cabizbaja, sentada y abrazando sus piernas sobre el blanco y pulcro sofá. La suave brisa que esa noche había rozado los rostros de la ciudad, pronto se había transformado en una lluvia feroz, acompañada de erráticos truenos y vientos fríos. La adolescente tiritaba ligeramente, pero pronto ese frío fue cubierto por la calidez de la taza de café que la otra mujer de cabellos negros le sirvió, con una dulce sonrisa que fue correspondida.

—Traje una manta, bebé —susurró la mujer, Rosé, cobijando a su novia con la tersa y cálida tela. 

—Gracias, eonni —agradeció Lalisa con un tono suave y tranquilo. 

La mayor dejó un beso sobre la mejilla de la menor y se sentó a su lado, abrigándole con sus brazos alrededor de sus hombros, y embriagándole con su aroma.

Horas antes, Lisa había presenciado cierto acontecimiento que marcaría su relación con la mayor, y su vida. Algo que la otra denominó como muestra de amor. Y aferrándose a esa idea, no hacía más que sonreír al refugiarse en el calor de ambas durante el resto de la noche, al quedarse a dormir en casa de su amada.

La mañana siguiente, Lisa fue la primera en despertar. Se deleitó con la hermosa imagen de su novia al dormitar, tan tranquila y serena. Sin esas expresiones de furia, ni odio. Incluso, Lisa pensó en que ni siquiera sonriendo se vería tan bella como lo hacía en ese instante.

Porque Lisa no distinguía sus sonrisas.

Ese fue el hecho que le hizo caer rendida ante ella, añadiendo a la fascinación inicial al verle por primera vez, aquella sonrisa que le dedicó en ese primer encuentro formal, fue la primera hipnotización. Era amor, y estaba segura de ello. Más no del todo sobre si por lo que ambas estaban atravesando actualmente lo era.

Pero Lisa aún estaba cegada, y hechizada; porque los encantos de Rosé le hacían caer. Porque siempre fue víctima de sus palabras, de sus roces, de sus caricias. Y sobretodo, porque poco a poco, comenzaba y comenzaría a quedarse sola, y con la única compañía que tenía en ese momento a su lado. La de Rosé, aún si esta significaba la perdición y el infierno mismo.

Pues, de eso se trata el amor, ¿no? Porque las formas de amar son perturbadoras. Y Lisa confiaba en que Rosé le amaba.

Con sumo cuidado y sigilo, se levantó de la cama, cuidándose de no irrumpir en el sueño de la mayor. La noche anterior había sido agotadora para ambas, más para la otra, por ende Lisa quiso prepararle el desayuno y hacerle tener un ameno despertar.

Primeramente pasó por el baño, en donde enjuagó su rostro y cepilló sus dientes. El aroma de su novia impregnado en la bata que le había cedido la noche anterior, después de hacerle el amor, le hacía inspirar profundamente y su corazón se aceleraba. Una sonrisa se curvo en sus labios y se dispuso a dirigirse a la cocina, sin embargo su visión fue a parar al cesto de ropa sucia, en donde aún yacía la ropa usada por la mayor el día anterior, manchada por un color rojo que se veía más oscuro ahora, pese a la sequedad, pero que para Lisa aún brillaba y el destello quemaba sus retinas, y su pecho. Lisa quiso llorar, pero entendía que las lágrimas se le habían agotado el mismo día del incidente, luego de que Rosé le dejara en claro la razón de su cometido, su muestra de inminente amor hacia ella.

Sus ojos se fundieron en un brillo de inexpresividad y continuó con su camino.

Realmente no sabía mucho de cocina, ni era tan buena en ello como Rosé, pero algo logró hacer con lo que encontró en el refrigerador, y lo hubo  colocado en una bandeja, dispuesta a llevarla hasta la cama a su novia, pero esta misma le sorprendió al envolver sus brazos en su cintura repentinamente.

Sins. (ChaeLisa)Where stories live. Discover now