Lágrimas de abuelita

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No escribo esto en nombre de todos los niños o niñas que odian su vida, tampoco justifico las acciones de suicidio o de violencia de todos aquellos que creen que es lo mejor

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No escribo esto en nombre de todos los niños o niñas que odian su vida, tampoco justifico las acciones de suicidio o de violencia de todos aquellos que creen que es lo mejor. Pero, si creen que es lo mejor para ellos ¿Por qué negarles esos privilegios?

Empezaré hablando de una silla mecedora. Imagina una habitación, una enorme habitación; imagina dos ventanas cuadriculadas con un par de cortinas rojas; imagina esta habitación pintada de color café, la cama, los muebles, los decorativos y la silla iluminadas de color café porque el sol nunca entraba a la habitación, eran las cortinas aquellas que marcaban y coloreaban la vida de la vieja silla mecedora.

La silla era el hermoso pasatiempo de mi abuelita, después de un maravilloso paseo; de los deliciosos bocadillos que hacia para nosotros sus nietos; de tejer sus cubre sillones, que, con coloridas flores, pajaritos, corazones o frutas daban color a la sala; después de hacer todas sus cosas, ella iba a la silla mecedora, pensaba y recordaba su vieja vida, amaba tanto su vida pasada que le daba miedo un día poder olvidarla.

Todas las tardes, con excepción de su cumpleaños o los días festivos de navidad, ella lloraba. Fui testigo de esto hasta el día que murió. El día de su funeral fue el día donde vi en todos las mismas lágrimas que ella tiraba diario, fueron las mismas lágrimas porque cuando ella lloraba nadie la veía y ese día todos lloraban aunque ella ya no los veía, ya estaba muerta.

Puedo imaginar que en tu mente existe ya la duda del por qué mi abuelita lloraba todos los días; puedo imaginar que sientes tristeza, y llegas a sentir un poco de lástima por aquella ancianita solitaria, quiero contarte no la verdadera historia, ella ya no existe para poder contarla pero contaré mi versión de la historia.

Yo nací a mitad de la historia, y recuerdo menos de lo que viví de ella. Recuerdo que la casa de mi abuelita era grande, lujosa, con olor a rosas, pero fría. Mi casa, siendo pequeña, era cálida por que el movimiento de todos aquellos que vivíamos dentro de ella hacía nacer un calor dentro de la casa, mientras en la casa de mi abuelita el único calor que existía era la del movimiento de ella y la de su silla. Puedo imaginarme que se sentía sola, lloraba por sus siete hijos que no la visitaban más de dos veces al año, lloraba por la falta de amor que sentía al ver que su vida era plasmada solo en su silla mecedora. Tal vez murió de tristeza, o simplemente decidió un día no tomar sus medicamentos sólo para esperar la muerte, lo único que sabemos es que su corazón dejó de funcionar, aunque, aquí entre nos, ya era de esperarse.

La historia de mi abuelita es triste, pero al menos, ya tiene final, crueles son esas historias fuertes que nunca se ve un final. Todo ser vivo merece un final.

WaterSeed: Bienvenido a CasaWhere stories live. Discover now