I'm skinny I'm rich and I'm a little bit of a bitch [parte II]

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Había recorrido dos cuartos más; el blanco, y el púrpura que más podría ser un magenta tirando a rosa, en cuyo centro había una mesa larga digna de aristocracia hecha puramente de un vidrio macizo, todo tipo de dulces desde pastelillos con crema hasta una fuente de chocolate, se acomodaban sobre ella siguiendo una línea. Una fuente de cristal ahogaba miles de ositos de gelatina en un líquido transparente, Louis mojó la yema del dedo y se quemó la lengua con el vodka ruso, sin embargo, tomó una de las cucharas que había apartadas y echó unos cuantos en una compotera pequeña con forma de flor de loto. Eran un aperitivo atractivo. Tuvo la paranoica sensación de que alguien lo observaba, giro un par de veces hacia atrás, pero solo se encontró con las mismas personas degustando los mismos manjares de pastelería, con sus piernas enfundadas en medias de red, sus gargantillas de cuero y aretes de rubíes, con sus pantalones de telas importadas y sus tapados de pieles sintéticas (eso esperaba), todos encastrados en sonrisas blancas bajo la punta de narices que habían visitado el quirófano sin lugar a dudas, con la mitad del rostro tapado por máscaras que de tan originales eran bizarras, e incluso psicológicamente inquietantes.

Buscando el baño encontró una galería; el corredor se abría hacia un costado en lo que parecía ser un jardín de invierno, lleno de plantas internas y enredaderas que trepaban por las paredes transparente hasta la cúpula del centro. La música retumbaba con menor intensidad, por primera vez en toda la noche pudo escuchar su propia respiración. Había un banco de metal que no ostentaba demasiada comodidad, pero aun así se desplomó sobre él y bufó con fuerza. Harry era un excelente estratega y el hecho de habérselas arreglado para de alguna forma plantearse contrincante lo agotaba, sabía que era Alicia persiguiendo el conejo blanco, que terminaría cayendo por huecos y bebiendo té con un hombre de sombrero si no se detenía. El punto... era que no sabía cuán seguro estaba de querer detenerse, cada cosa que el cachorro hacía se le pegaba a la boca como una mermelada que lo hacía repasarse el paladar con la lengua, una y otra vez, suplicando revivir el golpe de azúcar llegando a su cerebro.

Tal como el meteorólogo había afirmado, el viento de tormenta silbaba por el invernadero, el olor a tierra mojada se comenzaba a sentir como un shock de realidad dentro de aquel espiral de locura. La invitación exigía expresamente no llevar celulares ni relojes, por ende, no contaba con ningún medio para saber qué hora era. Calculó mentalmente que serían las doce treinta. Harry intentaba recrear el efecto de los casinos, donde la constante atención y entretenimiento causaba la pérdida de interés por el tiempo que corría fuera de allí.

El tapado de paño lo estaba haciendo sudar, pero no sabía cuán seguro era abandonarlo allí, encontró un recoveco detrás de una repisa y arrugándolo un bollo lo escondió. Sentía sed, pero la casa era demasiado tramposa, ni siquiera confiaba en sus propios instintos para volver sobre sus pasos. La forma en que todo estaba predispuesto infectaba la razón, siempre había hecho justicia a su reputación de ser un hombre sensato, pero aquí se había sorprendido pensando que en caso de perderse nadie jamás lo encontraría. Tal vez eso era lo que Harry quería, perderse y aislarse del mundo tal como el príncipe próspero del cuento de Poe, llevando un montón de cortesanos con él, seducidos con el pecado de un infierno multicolor.

Consideró seriamente quedarse en ese refugio, donde al menos podía ver el sol despuntar en algún momento; pero había una perversión secreta en él, algo que terminó animando sus talones a moverse y retomar su tarea de hallar los sanitarios, la excusa perfecta para vagar por la mansión como un fantasma errante, nadie parecía verlo, estaban demasiados concentrados en no morir de sobredosis para preocuparse.

La casa estaba llena de pasadizos de los cuales la mayoría ni siquiera estaban iluminados. Tantear las paredes tampoco parecía una buena idea, cuando estaban revestidas con parejas libidinosas buscando concretar el acto allí mismo, Louis sintió la urgencia de contarles acerca de las comodidades del cuarto azul. Daba tumbos por puertas cerradas con candados que brillaban en la oscuridad y escaleras que aún tenían restos de cocaína espolvoreada en sus anchos barandales de madera. Empezaba a sentirse claustrofóbico, como si todos los lugares fueran iguales, como si no pudiera pedir ayuda porque todos allí habían perdido la capacidad de comprender el idioma, solo eran esqueletos de corneas hundidas y sangre radioactiva.

Fashion of his love » l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora