My veil is protection from the gorgeousness of my face

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Quizá fuera el efecto de un sueño mal concluido o el hecho que no había comido nada desde hacía horas, pero mientras intentaba alcanzar el bendito panel del portero eléctrico todo simplemente se esfumo a su alrededor, sintió la cabeza pesada seguido de un pinchazo en la sien que lo congelo en el lugar. Se sujetó como pudo de la isla de la cocina, parpadeando con insistencia hasta que los lamparones de bordes irregulares dejaron de florecer frente a sus ojos, y pudo corroborar que el mundo era en realidad sólido y no una masa gaseosa de colores opacos que temblaba cada vez que atinaba a hacer un mínimo movimiento.

Notó la tormenta, esa que había estado balanceando una amenaza sobre la ciudad desde temprano jugando con la precaución de las señoras que cerraban las ventanas, de los bares cerca de la costa advirtiéndoles a sus clientes, de las princesas de Beverly Hills corriendo en tacones con sus perros diminutos bajo el brazo, de Louis... que extrañaba Manchester con sus verdaderas lluvias que traían esas nubes del tono del plomo, debajo de las cuales su madre no le había permitido continuar jugando a la pelota hasta que el agua y el barro se le metían en las medias, y lo obligaba a entrar con la actitud derrotada a ponerse ropa seca.  

Odiaba Los Ángeles, odiaba que ese mito de que sus luces encandilaban con facilidad fuese cierto, todo parecía fabricado del más barato e irrompible plástico, la gente se perdía aquí para nunca ser encontrada otra vez, como si el alma y todo lo que alguna vez fuero se les quedara enganchada en las hojas de las palmeras, en los letreros luminosos nunca permitiendo que la oscuridad de noche dominara como corresponde, en la persecución de un ideal de belleza, de felicidad o de poder.

Se mordisqueó las uñas y la chicharra del timbre lo atravesó sin piedad. Vibró en su pecho junto a la angustia y a la desesperación, Louis recordó por qué se había siquiera levantado.

Con la mirada desorbitada presionó hasta que el filo del metal le quemo la yema del dedo enterrándose en la carne, y al intentar quitarse el flequillo de la cara se descubrió sudando frío. La cámara de seguridad devolvía una y otra vez el mismo recuadro vacante de color y de presencia.

Se refregó el rostro con frustración y apretó la mandíbula. Sin pensarlo demasiado tomó las llaves y así como estaba, descalzo y a medio vestir abandonó la calidez de su apartamento. El rumor del ascensor servía como una suerte de redoblante sonando en el fondo de sus pensamientos. La energía fluctuaba por su cuerpo haciéndolo sentir ansioso y cansado, agobiado y excitado, seguro, asustado, era un desastre, no lograba reconocer en el espejo el hombre sensato y equilibrado que solía ser.  Nada importaba, no ahora, porque aunque sonara descabellado Louis sabía que abajo del edificio, posiblemente en un atuendo audaz que desentonaba de manera casi ofensiva con el vecindario, un heredero de la realeza de la moda podría estar debajo de la llovizna, con el peinado meticulosamente cuidado luchando por no rendirse ante el viento que traía el océano.

Cuando por fin el botón de planta baja se prendió envuelto en un halo de led rojo y la compuerta automática le permitió salir, creyó que vomitaría el pulcro piso del lobby. Pero en lugar de eso respiró, tan hondo que se provocó un leve mareo.

Estaba convencido de que con cada paso que daba las rodillas se le vencían aún más, como un maratonista que divisa la meta y comienza a contar los segundos en voz alta hasta cruzarla, quizá solo era la sensación de saber que rendirse en un momento así sería imperdonable. La llave cliqueó destrabando la puerta, era curioso que ni siquiera registró el instante donde la metió en la cerradura. Louis tiró del pomo de bronce, pero al correrla por completo lo único que lo recibió del otro lado fue una humedad que se le adhirió a la piel haciéndolo sentirse sucio. Apretó los puños y las palabras se le atoraron en la garganta.

Salió hacia la intemperie. El vendaval arremetía contra su él con violencia, pero no era suficiente para acobardarlo, se abrazó sí mismo y poniéndose de puntitas trató de mirar por encima de los autos estacionados, por los costados de las palmeras cuyos troncos larguiruchos se balanceaban como si fueran a desprenderse del suelo, por detrás de los paraguas que se abrían y se cerraban distrayendo su atención. Corrió hacia el final de la calle ignorando las miradas de desaprobación de los escasos transeúntes, y esperó hasta que los pies se le entumecieron por estar en contacto con el pavimento mojado. Se sentía paralizado, una voz dentro de su cabeza no paraba de reprocharle que había llegado tarde.

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⏰ Last updated: Jan 04, 2019 ⏰

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