Todas las leyendas son ciertas

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Mi psicóloga me había dicho una vez que siempre vaya por la opción que más me asustase, porque esa era la que me ayudaría a crecer

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Mi psicóloga me había dicho una vez que siempre vaya por la opción que más me asustase, porque esa era la que me ayudaría a crecer. Pero ¿Cómo puedo ir y enfrentarlo, si es el mismo miedo el que me detiene? Ese es el sentimiento que tuve después del accidente, un miedo paralizante a lo que se venía y a lo que tendría que enfrentar. Ahora era lo mismo, el temor de saber qué escondía Adam, qué significaba todo esto que ha entrado a mi vida, a ayudarme, protegerme ¿Protegerme? ¿De qué? O ¿De quién?

Todo lo sabría hoy, y me daba miedo.

Abandoné la casa luego de almorzar. Era una de las tardes más soleada del verano mientras que una gran cantidad de personas se dirigía a la playa. Avisé a Nora que salía al igual que a Harry. No lo pensaron demasiado en cuanto les dije, sin embargo, me pusieron una hora de llegada que implicaba que debía estar de regreso para antes que el sol se ocultase.

El reloj marcaba las 15:00 cuando entré en la cafetería subterránea del centro de Forestville, Greta's y esperé. Me sudaban las manos, el corazón me palpitaba encargándose de que mi pulso no se relajara un solo segundo. Ordené una taza de café descafeinado e intenté lucir tranquila mientras aguardaba en un reservado al fondo del local, ahí le envié un mensaje a Adam para avisarle donde estaba.

Me pregunté con qué clase de noticia me encontraría al hablar con Adam. Podía deducir que era alguna clase de budista que creía en la espiritualidad como máximo poder; o un mago. Pero eso no explicaba el frío que siempre sentía cuando estaba cerca, no explicaba que podía meterse en mi cabeza o que sea realmente rápido, ¿qué clase de mago hace tal cosa? Solo conocía a un mago, y ese era el Sr. Domínguez, el anciano viudo que se ganaba la vida sacando el mismo conejo blanco de aquel sombrero negro con una varita que de mágico no tenía nada, en tres cumpleaños consecutivos. Claro, la otra opción de mago que tenía en mente era Harry Potter, pero eso era solo un invento de la literatura fantástica. Dolía saber que jamás me llegarían mis cartas para ir a Hogwarts.

Cuanto más me ponía a pensarlo, la idea de que Adam estaba loco se intensificaba.

Mientras que mi mente viajaba a un mundo de dudas e incertidumbres, me di cuenta que ya habían pasado unos cuarenta y siete minutos desde que llegué. Tal vez Adam no vendría.

—Soy yo otra vez —dije, hablándole a la contestadora automática de Adam—. Solo quiero decirte que ya ha pasado mucho tiempo desde que llegué y no estás aquí. —Noté que alcé el tono de mi voz y me vi forzada a bajar el volumen—. Te he llamado como cincuenta veces y no respondes. Si esto es una broma para ti llamaré a la policía y eso no te gustará...—Y ahí fue cuando el buzón se llenó. Y seguía sin ningún tipo de respuesta.

El sol estaba a punto de ponerse en todo Forestville cuando decidí salir de la cafetería. Las calles de la ciudad eran estrechas, el aire ya se hacía fresco. Me detuve a medio camino para gastar mis últimas monedas en una máquina vieja de limonadas. Me adentré al pueblo camino a la casa de mis tíos. Bajé varias calles y doblé en una esquina que estaba prácticamente desierta, la oscuridad era protagonista entre los carteles luminosos de tiendas que iban cerrando.

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