El expediente

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Abrí los ojos de a poco, se sentían pesados y la habitación fue tomando forma. Las luces estaban apagadas y el ambiente era fresco. Mis sábanas suaves me cubrían hasta la cintura mientras que yo, boca abajo, tuve un fuerte dolor en el hombro. Tenía un sabor amargo en la boca y aún llevaba el vestido de anoche puesto. El recuerdo de la noche anterior era escaso: la fiesta, me metí en las habitaciones y encontré mis libros, Basha casi me descubrió y me lancé del balcón. Y fue cuando todo se vino abajo, estaba muy mareada y tuve miedo. Pero Adam me encontró. Al igual que Dave.

—Buenos días. —Levanté la vista hacia la puerta y vi a Nora acercarse hacia el borde de mi cama.

—Nina, despierta —cantó Jessica, sentándose a mi lado.

Las miré con los ojos entrecerrados y me incorporé un poco sobre la cama.

—Hola —susurré con la voz ronca.

—¿Qué tal la fiesta? —preguntó Nora—. Me parece que te has divertido.

—Algo, sí, ¿qué hora es? —pregunté.

—Casi medio día —contestó mi tía.

—Quería que hiciéramos algo juntas —me dijo Jessica.

Ya casi no compartía con ellas. Estaba tan enfocada en todo el asunto de Adam y los cazadores, olvidándome por completo de mi familia.

—¿Qué quieres hacer hoy?

—Podríamos hacer un picnic en el patio.

—De acuerdo. —Sonreí antes de pasarle un dedo por un mechón de su pelo—. Me daré una ducha y podremos comenzar.

Cuando volvieron a salir del cuarto, salí de la cama y me fregué los ojos con fuerza. Todo mi cuerpo había amanecido adolorido, cada músculo, como si hubiera estado en alguna pelea. Tomé un baño largo y tibio para sedar mis molestias, pero no funcionó. Después, envuelta en una toalla, me quedé mirando mi armario, al final me vestí con pantalones de algodón y una camiseta. Antes de salir de mi dormitorio busqué a Adam, pero no lo encontré en ningún lado, ni siquiera lo sentía cerca.

Intenté no alarmarme.

Los libros estaban en mi tocador junto con mi bolso, pero tuve miedo al pensar en que perdí la dirección que había encontrado en la habitación del señor Greyson. Metí la mano dentro y encontré el pedazo de papel. También el libro en miniatura. Lo guardé en el bolsillo de mi pantalón.

En la cocina, las niñas y Nora me ayudaron a preparar los snacks de nuestro picnic. Metimos en la canasta unas galletas, queso, tortillas de papa, algunos bocadillos como sándwiches que corté en pequeños cuadrados y unos refrescos. En el patio nos tumbamos encima de una manta y nos servimos la comida. Betty y Miranda necesitaron de mi ayuda para comer y las tuve cerca de mí todo el tiempo con ayuda de Jess. Luego de comer nos acostamos a ver las nubes un rato. Parecían grandes y extensos pedazos de algodón que tapaban toda posibilidad de que el sol saliera en algún momento del día. Mis primas me hacían conversación, describiendo las formas de las nubes en el cielo. Hasta que Betty se quedó dormida junto a mí.

—Pipí —me dijo Miranda.

—De acuerdo. Déjame ir contigo.

—Puedo ir con ella, tú mejor quédate con Betty —dijo Jessica y se pusieron de pie, ambas fueron agarradas de la mano hacia el interior de la casa.

Las observé un momento mientras las dos se alejaban. Betty estaba acurrucada a mi lado durmiendo profundamente con la mitad de su pulgar en su boca. Acaricié su cabecita un momento.

Tumbada en la manta me metí la mano en el bolsillo y saqué el libro en miniatura para inspeccionarlo. Tenía la tapa dura de color rojo y en el lomo dos curvas doradas. Al frente decía «Esto también es matemática» en letras brillantes. Era solo un libro sobre matemáticas, pero pequeño, no parecía nada más. Estuve a punto de tirarlo al interior de la canasta cuando me di cuenta que alguien había escrito a mano unas diminutas letras en la primera página:

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