¿Podría?

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En la calle, continué corriendo y no me detuve ni siquiera para asegurarme de que nadie estuviese siguiéndome

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En la calle, continué corriendo y no me detuve ni siquiera para asegurarme de que nadie estuviese siguiéndome. No tenía idea de cómo había pasado lo que ocurrió. Él estaba listo para matarme, y, ¿de dónde había quitado yo tanta fuerza para poder vencerlo? Todavía sentía la adrenalina en mi cuerpo y se me escapó un sollozo al darme cuenta del peligro al que me había expuesto. Me sorprendí cuando finalmente llegué al vecindario. De un momento a otro me encontraba a una cuadra de la casa y me di cuenta con qué rapidez inexplicable lo había hecho.

Mis manos habían empezado a temblar cuando intenté meter mi llave en la puerta, estas resbalaron de mis dedos y golpearon la madera del porche. Me dejé caer de rodillas para recuperarlo maldiciendo por lo bajo. Empujé la puerta y volví a cerrarlo una vez que quedé dentro, subí las escaleras tambaleándome hasta llegar a mi habitación. Me encerré. Tenía las piernas flojas, apoyé mis manos en mis rodillas inclinándome y luché por recuperar el aliento.

La puerta se abrió chocando mi espalda.

—Lo siento —se disculpó, era Eva—. Te escuché llegar y... ¿Estás bien?

—Sí, perfectamente —contesté, sin aliento.

—Estás sudando.

—Sí, bueno, es verano. —Sonreí nerviosa—. Vine trotando un poco para ejercitar.

—Ah, bien. —respondió—. Solo quería saber si necesitas algo antes de irme. Puedo prepararte un sándwich si sientes hambre o jugo...

Mi estómago se encogió. No tenía apetito, solo tenía adrenalina y el corazón no dejaba de latirme con fuerza contra el pecho.

—Realmente no tengo hambre —dije—. ¿Ya están las niñas en la casa?

—Llegaron hace media hora. Sin embargo, tu tía no llega hasta las ocho y media de la noche. O eso fue lo que me dijo.

—De acuerdo —dije—. Y no te preocupes por la comida.

—¿Estás segura?

—Sí, usualmente no tengo mucha hambre —contesté.

Me miró, vacilante.

—Está bien —dijo, finalmente.

Yo volví a cerrar la puerta y pegué mi espalda contra ella, me desplomé en el piso mientras que soltaba un suspiro largo y profundo.

Cuando el reloj marcó las 20:45 de la noche, estaba muerta de hambre y arrepentida de decirle a Eva que no se preocupara de la comida. Me senté en el suelo y quité de debajo de mi cama las galletas y la mermelada para comérmelas. En cuanto escuché que unos pasos se acercaban a mi puerta, guardé todo de nuevo debajo de mi cama y de un salto aparecí encima de mi colchón, abrí un libro y fingí leerlo atentamente. La puerta se abrió, Nora cruzó el umbral con su uniforme.

—Hola —saludó.

—Hola. —contesté.

Se quedó allí plantada un momento, esperando algo más, pero no pasó mucho. Revisó mi habitación con la mirada antes de volver a mí.

La Marca©Where stories live. Discover now