Capítulo 23 ▶ Una habitación con olor a café

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Tomé el cuaderno de cuero que estaba sobre mi buró, junto a mi lamparita de noche, y lo observé con detenimiento

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Tomé el cuaderno de cuero que estaba sobre mi buró, junto a mi lamparita de noche, y lo observé con detenimiento. Tenía las esquinas algo maltratadas y las hojas amarillentas, a simple vista cualquiera pensaría que se trataba de algún diario o agenda común y corriente. Pero no lo era. No, era algo mucho más especial que eso.

Lo abrí en una de sus primeras páginas, acariciando el papel. No me sorprendió encontrarme con la letra algo desordenada, inclinada y pequeña de Nick allí, después de todo se trataba de un obsequio que él me había dado por mi cumpleaños. Y la razón por la que me parecía tan especial era el contenido y lo que, al menos para mí, representaba. Era un voto de confianza enorme, porque en ese cuaderno estaba escrito a mano el primer borrador de una historia en la que Nick había estado trabajando los últimos dos años. Una historia cuya primera lectora sería yo.

Era emocionante saberlo, y no podía negar que me sentía halagada. Cuando Nick puso el cuaderno en mis manos y comprendí lo que era, le pregunté si no le preocupaba que yo pudiera robar su historia y hacerla pasar como mía con algún fin malévolo. Él solo se encogió de hombros y me respondió que confiaba en mí.

Sonreí sin ser consciente de que lo hacía, recordando su gesto tan sincero y cálido. Nick era... bueno. Busqué entonces la nota adhesiva que él pegó en la primera página, y releí el corto mensaje que escribió para mí.

Este libro no contiene una sola gota de romance, pero, créeme cuando te lo digo, está lleno de amor. Confío en que sabrás reconocerlo.

Feliz cumpleaños, compañera.

Había sido un buen cumpleaños. De hecho, podía perfectamente calificar como uno más que genialtástico. La había pasado de maravilla y, a pesar del mal trago, creo que el Capitán también disfrutó de su día.

▶▶▶

El profesor McMahon terminó de escribir en el pizarrón las instrucciones para el próximo proyecto que nos asignaría y se volvió hacia la clase. Rodeó su escritorio con parsimonia y se sentó en la orilla, de frente a nosotros, y nos barrió con la mirada antes de suspirar con una suave sonrisa asentada en sus labios. El señor McMahon era la clase de profesor optimista que amaba lo que hacía y tenía fe en las nuevas generaciones. Incluso en aquellos que lo llamaban de formas groseras por los pasillos y se burlaban de su pelo engominado o de sus camisas de cuadros. Él era un creyente. Estaba empeñado en creer que había algo bueno en cada uno de nosotros, realmente le importaba nuestro futuro y, al menos para mí, eso lo convertía en uno de los mejores profesores de Hawking. Siendo honesta, yo lo consideraba el mejor. El hombre no se paraba frente a un montón de adolescentes cada día solo para poder cobrar un cheque, pero lo cierto es que se merecía cada centavo que le dieran e incluso más.

—Como pueden ver —indicó, señalando hacia la pizarra—, tienen trabajo para los próximos días. Se ve como si fuera mucho, pero es menos complejo de lo que están pensando —indicó, acallando las quejas—. Todo lo que quiero que hagan es que elijan un libro de los que se encuentran en la lista que su compañera Quinn me hará el favor de entregarles antes del término de la clase... —Se inclinó sobre su escritorio, tomó las fotocopias y se las entregó a Quinn, que estaba sentada en la primera fila—. Y entonces deberán seguir las indicaciones que he escrito en el pizarrón, que espero transcriban antes de marcharse...

Contra dragones y quimerasWhere stories live. Discover now