Capítulo 39 ▶ La tormenta sobre nuestras cabezas

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No estaba segura del porqué, pero con el vestido puesto, me sentía especial

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No estaba segura del porqué, pero con el vestido puesto, me sentía especial. Todo parecía más delicado, elegante y rosa. Yo lo parecía. Más bonita también. Como si alguien me hubiese arrancado de un cuento de hadas y me colocara luego en mi habitación de toda la vida. Encerraba cierta magia usar un vestido bonito con zapatos de tacón en una ocasión memorable. Nunca supe que eso era algo que me gustaría tanto hasta que lo tuve en mis manos, para ser honesta.

Sonreí a mi reflejo en el espejo y acomodé un mechón de pelo fuera de mi cara. La abuela Lina, que tenía tanto talento como Gwen a la hora de peinar, se había encargado de recoger hábilmente mi abundante cabello en una preciosa trenza de lechera. Tenía la sensación de que esta sería una noche magnifipenda y esperaba guardar cada detalle con minucioso cuidado en mi memoria. Claro, las fotografías ayudarían un montón también.

Alguien llamó a la puerta con dos golpes.

—¡Nicholas está aquí! —me informó el abuelo.

Me apresuré a rociarme el perfume que tenía reservado para ocasiones especiales, uno con un fresco aroma a rosas silvestres, y reuní mis cosas en un pequeño bolso antes de ir al encuentro con Nick.

Toda mi familia (incluido Kendall) estaban reunidos en la sala de estar, esperando, cuando salí de mi habitación. Por supuesto, Nick ya estaba allí también y se veía demasiado guapo para mi propio bien, el corazón me retumbó de forma violenta dentro del pecho cuando lo vi. Él estaba usando un Tuxedo negro clásico con camisa blanca y pajarita que, según me había contado, le pertenecía a su abuelo. Y su pelo lleno de ondas, que por lo general iba despeinado, se hallaba moldeado a lo Elvis Presley en esta ocasión. Hoy Nick lucía impecable. Si yo me sentía como arrancada de un cuento de hadas, él parecía sacado de una película de los años cincuenta.

Se acercó a mí apenas me vislumbró. Mi corazón bombeó con fuerza cuando besó mi mejilla y no pude prestar demasiada atención a lo que murmuró mientras colocaba el ramillete en mi muñeca.

—Solo un par de fotos y los dejaremos ir —indicó la abuela, que tenía su vieja cámara lista en mano.

No dije nada sobre las fotos, solo sonreí y dejé que las tomaran. Incluso mamá posó en una con nosotros y, aunque las cosas todavía no estaban arregladas entre ella y yo, me alegré de que lo hiciera. No me arrepentiría de esa foto en el futuro.

—Vamos, Kendall, déjame tomarte una con Saskia también —dijo la abuela, llamando al aludido.

Desde el otro extremo de la sala de estar, Kendall me observaba en silencio. Me pareció que contenía lágrimas en sus ojos, lo que provocó que me embargara un extraño sentimiento de ternura. Supuse que de esa manera se sentía tener un papá.

—No sé si Saskia... —comenzó a decir él.

—Me gustaría —le interrumpí—. Me gustaría mucho. Por favor.

Contra dragones y quimerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora