Capítulo 6

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André sonrió ante la mesa servida para el desayuno en la Mansión Ferraz. Había llegado justo a tiempo. Tenía su departamento, por supuesto, pero dado que la Universidad quedaba más cerca de la casa de su familia, pasaba bastante tiempo por ahí últimamente.

Se sentó y tomó una tostada, después de saludar a Leonardo, su padre; Danna, su madre; Beth, su hermana mayor y Danaé, su hermana menor.

–¡Hermanito, qué gusto verte nuevamente por aquí! –Danaé fijó su mirada en él con curiosidad– ¿sigues estudiando?

–¿Estás estudiando? –Beth lo miró de inmediato– ¿qué? ¿Por qué?

–Porque pienso reemplazarte hermanita, por supuesto –André contestó, sin referirse a ninguna en especial, a propósito.

–¿A mí? –Beth señaló divertida– ¿quieres viajar, André?

–¿Quizás a mí? –Danaé preguntó sonriendo– ¿quieres empezar a diseñar?

–¿Por qué no a las dos? Sería perfectamente capaz de hacer su trabajo sin cansarme siquiera –las fastidió.

–¡Sí, como no! –Beth se burló.

–¡Ya te gustaría que fuera cierto! –Danaé frunció el ceño pero una sonrisa se dibujaba en sus ojos dorados aquella mañana.

–Chicos, basta. Estamos desayunando –los reprendió Danna, mirándolos uno a uno.

–Pero... –protestó André.

–Basta –repitió Danna, mirando a su hijo fijamente–. André, discúlpate con tus hermanas.

–Pero... –lo intentó de nuevo.

–Ahora –soltó en tono firme.

–Lo siento –murmuró André con desgana.

–No puedo creer que aún se comporten como unos niños –observó Leonardo arqueando una ceja–. ¿Ves, cariño? Te dije que tres eran una buena idea.

– No, tú querías más hijos y yo te dije que tres eran suficientes –le recordó Danna.

–Y yo creo que perdí el apetito –Beth hizo un mohín ante la risa de sus padres.

–No puedes retirarte aún –observó su padre en cuanto ella hizo ademán de irse–. Quiero pedirte algo, cariño.

–¿Sí, papá? –Beth clavó sus ojos verdes en él.

–Danna asistirá a un baile de caridad el viernes por la noche y tengo que salir de viaje, por lo que no podré acompañarla...

–Oh papá, lo siento tanto –Beth se disculpó–. También debo viajar. El jueves. ¿Recuerdas que te lo había comentado?

Leonardo se quedó pensativo y asintió. Ahora recordaba. Beth tenía un viaje pendiente a Estados Unidos.

–No me gusta la idea de que Danna asista sola. Podría necesitar ayuda y...

–Yo voy –se ofreció André y cuatro pares de ojos se giraron hacia él– ¿qué sucede?

–¿Tú? –Beth fue la primera en hablar– ¿lo dices en serio?

–¿Te encuentras bien? –Danaé lo miró con extrañeza.

Leonardo y Danna se miraron con sorpresa. Tampoco lo habían esperado. André no era dado a asistir a bailes acompañando a su madre y mucho menos si eran de caridad. Si se lo pedían, si prácticamente lo obligaban, lo hacía. Pero voluntariamente...

André no sabía por qué lo había dicho. Quizá se sintió mal al pensar que su madre asistiría sola cuando él podía ir con ella. Simplemente cancelaría sus planes, oportunidades como esa no le faltarían más adelante. Podía hacer algo lindo por su familia de vez en cuando... ¿era tan extraño?

–Es totalmente... nuevo –comentó Danaé entrecerrando los ojos– ¿por qué...?

–Sí... ¿por qué lo harías? –añadió Beth a la vez.

–¿No puedo acompañar a mi madre cuando lo necesita? ¿Es tan extraño? No soy tan malo –se justificó André haciendo una mueca.

–Bien, gracias André por la compañía –interrumpió Danna el intercambio.

–De nada, mamá –André se levantó y la besó en la mejilla, para despedirse.

–¿Crees que le pase algo... en especial? –Leonardo interrogó en voz baja a su esposa y ella se limitó a suspirar– ¿qué sucede?

–Nada, cariño –Danna sonrió– estoy feliz por la familia que tenemos.

–Yo también, amor mío –Leonardo se levantó y le extendió la mano. Danna sonrió y salieron a los jardines de la Mansión.

–¿No te preguntas a veces como es posible amar a una persona por tantos años y con la misma intensidad? –Beth preguntó a nadie en particular. Su hermana menor la miró y sonrió.

–Es posible amar por años pero no con la misma intensidad –Danaé se encogió de hombros– puede variar, sin embargo continúa ahí.

–¿Sabes que eres terriblemente cursi? –Beth la abrazó y se despidió. Danaé puso los ojos en blanco y se dirigió a la sala.


***

Danna tomó el brazo que le ofrecía su hijo André y sonrió. Ingresaron al amplio local y saludaron con varias personas. Le presentó al director de la Fundación y empezaron a charlar. André ofreció traer una bebida y empezó a caminar por el lugar, que exhibía fotografías de los niños a los que ayudaban, además de los planos para el lugar que se construiría con la recaudación que realizaban. Una clínica pediátrica.

–¡Rayos! ¿Qué haces tú aquí? –escuchó André a sus espaldas y giró con una media sonrisa. Alessandra lo taladraba con la mirada mientras continuaba interrogándolo– ¿cómo sabías que estaba aquí? ¿Por qué...?

–Espera un minuto –André sonrió, totalmente divertido–. Tengo entendido que es un baile de caridad y... estás equivocada.

–¿Qué? –Alessandra lo miró con escepticismo– ¿me dirás que es una coincidencia?

–No –negó brevemente–. Bueno, podría decirse. No he venido por ti, no sabía que estarías tú aquí.

–¿Ah no? –ella intentó sonar firme pero su voz tembló. ¡Había sido tan idiota! ¿Por qué lo había interrogado así?–. ¿Viniste por tu cuenta? –soltó, incrédula.

–No, por supuesto que no.

–Sí, no me parecías de ese tipo de persona –observó Alessandra aunque se sentía avergonzada. Realmente había dudado que André estuviera ahí por solidaridad y mucho menos por su propia voluntad. Había creído que ella era la razón. ¿Por qué rayos había creído eso? ¡Y se lo había echado en cara!

–No estás equivocada –confirmó con sencillez–. He venido acompañando a...

–Eso lo explica todo –lo interrumpió Alessandra poniendo los ojos en blanco– ¿por qué me extraña si tú eres así?

–Un momento –puso su mano en alto para que ella se detuviera–. ¿Sabes cómo soy? ¿A qué te refieres? No me conoces... ¿o sí? –arqueó una ceja, desafiante.

Casi amor (Italia #11)Where stories live. Discover now