Capítulo 10

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–Hola –André pronunció a espaldas de Alessandra y ella giró– ¿ocupada?

Alessandra entrecerró sus ojos ligeramente, bajando la mirada al libro que tenía entre manos y volviendo a mirarlo. Estaba en una de las banquetas de la Universidad. Cerró el libro.

–Un poco. Que gusto verte, André –intentó olvidar las escenas que se agolpaban en su mente. Recuerdos y sueños.

–¿Sucede algo? –inquirió extrañado, tomando asiento a su lado–. Estás muy seria.

–¿Eso es nuevo? –Alessandra no sabía bien como hablarle. Quizá, después de todo, si le gustaba André. ¡Qué ironía!

–No. Conmigo al menos, siempre has estado enfadada o... –André encogió sus hombros– no lo sé, no pareces tú misma.

–Yo misma, efectivamente... –Alessandra puso en blanco los ojos, exasperada consigo misma. ¿Quién diría que eso era posible?

–No lo dije con ánimo de ofenderte –se defendió André, malinterpretando su aparente enfado– solo quería saludarte.

–Ya lo has hecho –contestó automáticamente.

–Sí.

–Sin embargo, sigues aquí... –observó.

–Sí –André notó que no lo miraba. Alessandra tenía la mirada fija en sus pies, ignorando su rostro deliberadamente. ¿Por qué? ¿Lo estaba malinterpretando o...?

–Adiós, André –se levantó. No avanzó ni un centímetro antes de sentir la mano de André cerrarse en su brazo–. ¿Sucede algo?

–¿Por qué no me miras? –soltó súbitamente, notando de inmediato lo estúpido de la pregunta–; es decir, ¿estás enfadada conmigo por algo?

–No, ¿por qué lo estaría? –Alessandra inspiró hondo y lo miró. Sus sueños no eran nada. No le hacían justicia a André. Nada podría... sus ojos grises eran... increíbles. No debió mirar. ¿Qué tal si él leía que le gustaba? Eso sí que sería un gran problema; no porque pudiera pasar a ser algo más que una mera atracción, sino porque él lo usaría en su contra y se burlaría. Bien que lo merecía. ¿Quién la llevaba a intentar jugar un juego en el que ella era una novata y André un experto?

André clavó sus ojos grises en Alessandra. La examinó, intentando determinar que iba mal. Sonrió mientras elevaba sus manos al rostro de ella, lo atrapó y se acercó levemente. Sonrió aún más.

–¿Puedo pedirte algo?

Alessandra lo miró confusa, sin encontrar su voz ni saber qué debería decir. Asintió levemente, insegura de sí misma.

–¿Me acompañarías a comer? –André le soltó el rostro y se separó–. Es una buena hora y conozco un restaurante cerca exquisito.

Ella no pudo ocultar su sorpresa por un segundo. No sabía que había imaginado. Bueno, no había imaginado eso, sin duda alguna. Asintió nuevamente.

–Excelente –André le ofreció el brazo y Alessandra lo miró dudosa–. ¿Qué sucede? ¿Repentinamente no confías en mí?

–Nunca he confiado en ti –pronunció Alessandra, aliviada de que la tensión se hubiera disipado, aunque no sabía cómo había pasado.

–Haces bien –comentó él divertido y Alessandra puso en blanco los ojos. Aun así, tomó su brazo y se dirigieron al auto de él.

El restaurante era pequeño, discreto y acogedor. Alessandra miró con sorpresa a André y él puso en blanco los ojos, como si entendiera los pensamientos que ella no decía.

–Es que no parece tu estilo –finalmente habló Alessandra, cuando los ubicaron en una mesa– un lugar así...

–¿Cuál sería mi estilo? ¿Un restaurante de lujo y costoso?

–Donde sirvieran en platos de oro o algo así, de preferencia –se burló ella.

–No creo que exista un lugar así –André colocó su mano en la barbilla, como si lo considerara seriamente– porque si fuera así, por supuesto que yo lo conocería y sería mi lugar favorito –bromeó con una amplia sonrisa.

Alessandra sonrió, a su pesar, por las palabras de André. Pasó su mano por su rubio cabello y lo miró.

–Estás totalmente loco –negó despacio con una sonrisa– realmente...

–Es divertido, deberías probarlo alguna vez –la provocó.

–¿Yo? ¿Qué debería probar? –Alessandra se lamentó de inmediato–. No, no respondas.

–¿Qué piensas que diría? –André rió divertido–. Acaso... ¿crees que diría algo impropio? –abrió los ojos desmesuradamente, lo que hizo que Alessandra riera con fuerza– ¿no es divertido?

–Lo repito, estás totalmente loco –ella sonrió, sacudiendo ligeramente la cabeza–. Me pregunto qué hago aquí.

–¿Comer? –sugirió él.

–No me refería a eso –cruzó los brazos– qué hago aquí... contigo.

–Ah eso, ¿por qué no admites que estás loca por mí? –preguntó él.

–¿¿Yo, qué?? –Alessandra soltó en un hilo de voz agudo–. Tú debes...

–Es una broma –André la tranquilizó, al verla tan alterada–; en verdad, tampoco soy tan malo, ¿sabes?

–Sí, claro... –suspiró aliviada y retomó el tono bromista anterior. Pensó que realmente él lo había descubierto todo.

–¿Crees que podrías... de alguna manera...? ¿Podría gustarte?

Alessandra se sorprendió por la duda en su voz. Jamás habría pensado que André tuviera cuestionamientos sobre el evidente atractivo que ejercía, quizás ella había sido diferente al inicio pero, de cualquier manera, no podía responder esa pregunta. No podía.

–Tú estás loco –repitió Alessandra y lo miró con sus ojos azules radiantes.

–Alessandra –le tomó la mano André, fijando sus ojos grises en su rostro, fascinado– tú me vuelves loco.

–Eres tan... –se quedó pensando, sin sofocar otra risita que la asaltó de pronto– lo siento, pero escucharte es como estar en medio de una mala comedia romántica.

André hizo un mohín, ofendido por la comparación de Alessandra, pero asintió. Ella miró su mano en la de André y sonrió por el contacto cálido. Esto no iba bien.

–A veces olvido que eres tú... –murmuró André y sonrió–. Dame la mano.

–¿La otra también? –preguntó, ya que una de ellas seguía atrapada entre las de André. Él asintió– ¿por qué...? –se detuvo cuando él se paró y la haló hacia su pecho–. ¿André? ¡André! –insistió pero él la miró con una sonrisa y continuó hasta detenerse en el centro del restaurante– ¿qué haces? –interrogó en un murmullo.

–Bailar... –contestó él finalmente y la balanceó con lentitud.

Casi amor (Italia #11)Where stories live. Discover now