Capítulo 29

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–¡Ustedes sí son una pareja que me agrada! –alabó André con una risita–. Todos deberían aprender, esto es normal –pronunció lentamente, señalando a Ian y Rose.

Varias personas pusieron los ojos en blanco, prácticamente en perfecta sincronía, en respuesta a la observación de André. Rose no fue tan amable.

–André, no empecemos con ese tema –su tono era afilado– tú no eres el más calificado para hablar de lo que es normal en una pareja, pues nunca has tenido una. ¿O sí?

André esbozó una sonrisa despreocupada, se encogió de hombros y no respondió, sabiendo que esa era la manera más efectiva de hacer perder la paciencia y el interés a Rose. Si él respondía, no habría manera de silenciarla.

–André ha decidido sabiamente –esta vez, era Christopher quien había llegado junto con Aurora– sabe que si te responde, querida Rose, sería un desastre.

–¡Christopher! –ella se echó a sus brazos– todos son tan malvados conmigo.

–Pequeña –sonrió Christopher estrechándola con cariño– ¿no te ha defendido tu esposo? –inquirió divertido.

–¿Defenderme? ¡Al contrario! Se ha confabulado con ellos –suspiró.

Continuaron charlando de trivialidades, siendo el grupo unido que les había caracterizado desde niños. Ahora había más personas ciertamente, pero todos habían llegado a encajar de una u otra manera. André no pudo evitar sonreír, a pesar de todo, había tomado la decisión correcta al quedarse con su familia.

Italia era a donde pertenecía y eso no cambiaría. No importaba que su corazón ya no pareciera acompañarle más en ese viaje por la vida, porque sabía que se encontraba en algún lugar de ese mismo país, resguardado por la única mujer que existía para él en el mundo.

Después de que la cena fuera servida, André se dirigió hasta su antigua habitación, la que aún era conservada en la Mansión Ferraz, para las veces que decidía pasar unos días ahí de visita. Paseó su mirada gris con lentitud, apreciando cada uno de los detalles que daban testimonio del niño que fue hasta el joven que decidió vivir por su cuenta. Ahora era un adulto. Y se sentía solo.

Aquella sensación de vacío era extraña. Durante tantos días la soledad había sido asfixiante y dolorosa, pues no tenía remedio. Su única posibilidad era imposible, lo que prácticamente le reducía a elegir vivir en relativa normalidad o dejar de vivir.

Él no era de las personas que se rendían. No empezaría a serlo ahora. No más.

Abrió un cajón que se encontraba siempre cerrado, pues lo tenía bajo llave. Más joven, no había querido admitir lo que era tan evidente para todos. Ahora, para él también. Siempre la había amado.

–Siempre –susurró mientras deslizaba su dedo por la fotografía de Alessandra. Y no era la única que conservaba. Tenía varias, inclusive las que fueron tomadas en la boda de Marcos, aquel día en que ellos se habían separado.

Nunca quiso pensar demasiado en por qué las guardaba. No era importante, se repetía mientras efectivamente caía en una espiral de mujeres y alcohol. Por muy poco, había rehecho el patrón de conducta... pero esta vez, su padre había sido totalmente firme. Estaba agradecido por eso.

Al fondo, se encontraba la primera foto que ella le había obsequiado. O, para ser más preciso, él había tomado deliberadamente y sin su consentimiento de uno de los marcos que conservaba Alessandra en su habitación. Le había insistido en que se la regresara, que ella no le había dado autorización para tomarla, que no era suya y no sabía qué cosas más había dicho. Él había estado riendo divertido, le había estrechado contra su cuerpo con una mano, mientras con la otra sostenía en alto la fotografía. Alessandra había luchado en vano. La fotografía era suya.

Los rasgos parecían idénticos a los que había visto recientemente en ella, pero sabía que no era del todo cierto. Sus ojos azules ahora reflejaban más seriedad, madurez y aquel brillo de inocencia se había esfumado. Sus labios ya no parecían siempre dispuestos a una sonrisa y su cuerpo tenía más curvas. Era más atractiva y hermosa con cada año que pasaba. Sin embargo, eso no era lo importante.

Era algo más. Mucho más profundo y difícil de poner en palabras lo que le había atraído irremediablemente hacia ella. Estaba ahí, desde que se conocieron. Su carácter y su determinación la hicieron atractiva y ahora... quizá no ahora, sino hace años ya, él se había enamorado.

Enamorado. ¿Realmente había dicho que jamás caería en eso? Sí, sonaba a él.


***

–Así que todo esto será tuyo algún día –comentó con tono casual Natalia. André arqueó una ceja– solo trato de entablar conversación.

–Eres brillante intentándolo –contestó con mordacidad André– ¿podríamos ir al grano? Estoy cansado y deseoso de alejarme...

El "de ti" estaba implícito y los dos lo sabían, sin que él lo dijera. Natalia curvó la boca, como siempre lo hacía cuando estaba molesta por algo.

–Sabes que siempre me agradaste, André –le acarició el brazo con lentitud–; en realidad, es mucho más que un simple agrado.

–Ah, que... interesante –pronunció, sin interés alguno.

–¿Te das cuenta de lo que te estoy ofreciendo? –Natalia se detuvo, le tomó del brazo y lo giró despacio–. Quiero estar contigo, André.

Los ojos grises de André se llenaron de incredulidad mientras Natalia se acercaba a él y le pasaba los brazos por el cuello. ¿Realmente iba a besarlo?

La respuesta era sí, como lo notó cuando sus labios estaban a centímetros de él.

–Sé que tú también lo quieres, André. No te resistas.

André abrió la boca con desconcierto, para detenerla y Natalia cerró el espacio entre ellos. Por un momento, André se desorientó, pero tras unos segundos, la tomó con firmeza aunque suavemente de los hombros y la alejó de él.

–No, estás equivocada.

–No es lo que creo. No has dicho que no.

–No me has dado tiempo a reaccionar siquiera –inspiró hondo–; escúchame bien, Natalia. Hubo un momento de mi vida que, sí, te quise a mi lado. Era un niño, no sabía qué era lo que quería y mucho menos lo que realmente necesitaba. Sin duda alguna, ahora sé que no eres tú.

–Pero, André...

–No te quiero, Natalia. Lo siento, pero es un no.

Natalia apretó las manos a los costados, formando puños con fuerza. ¿André la rechazaba? ¿Él mismo que aseguró que la amaba?

–Sí, te dije que te amaba, pero no tenía la menor idea de lo que era el amor. Ni siquiera sabía que existía algo tan fuerte que pudiera llamarse así.

–¿Así que ahora sabes que existe?

–Sí.

–André, tú te equivocas –negó lentamente– ¿sabes por qué? Porque tú y yo somos iguales. No podemos enamorarnos, no podemos amar y la idea de estar atados a una persona toda la vida nos enferma. ¿Crees que no te conozco? ¡Te he conocido por años, André! Cuando te dije aquella vez que volvías a mí, era la verdad. Ni tú ni yo podemos mantener una relación "normal", como la que los demás tienen. Sabemos que el concepto de fidelidad es relativo... y yo te ofrezco todo lo que realmente necesitas y quieres. ¿Por qué tendrías que dudar en aceptar siquiera?

André estaba intrigado, no podía negarlo. Y sumamente sorprendido. Eso no lo había esperado. Él sencillamente no era así, ¿verdad? Él podía ser fiel. Podía amar...

**Fin de la Segunda Parte**

Casi amor (Italia #11)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora