Epílogo

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Poco más de 1 año después

André Ferraz, el hombre despreocupado que jamás permitiría que alguien lo atrapara, el mismo que no estuviera dispuesto a renunciar a nada por amor, pues sencillamente pregonaba que el amor no era para él; sí, él, se encontraba parado, no, más precisamente, recorría a grandes zancadas la pequeña sala, de un rincón al otro. Pronto haría un agujero de la desesperación que sentía. ¿Cuánto tiempo había pasado? Parecían siglos... y se sentía terriblemente preocupado y agotado.

André Ferraz, aquel joven que se burlaba de las cosas que todos habían hecho en nombre del amor, estaba abrumado. Se sentó, apoyando la cabeza entre las manos. Había personas a su alrededor, de su propia familia, pero él no se enteraba de nada realmente. ¿Cómo podría? Solo había una voz que podría sacarlo de su aturdimiento...

–¿Señor Ferraz? –escuchó y elevó sus ojos grises al instante–. Su esposa pide verlo.

André inspiró hondo y sintió como el miedo se extendió por sus terminaciones nerviosas. ¿Estaría bien Alessandra? ¿Era una señal positiva que pidiera verlo, verdad?

Sí, él no pensaba que podría sentirse más torpe, inseguro y temeroso en su vida, ni aun siendo un niño, pues lo había tenido todo. Sin embargo ahí estaba, caminando con pesadez, esperando con ansiedad y miedo a lo que escucharía.

–¿André? –la voz de Alessandra le llegó con claridad. Él pestañeó, mirándola a través de la blanca habitación– ¿te sientes bien?

–Alessandra –soltó con un suspiro de alivio. Las horas que había pasado en labor de parto lo habían tenido en tensión, más de lo que había imaginado. No creía posible que volviera a permitir que pasara esto– amor... –le acarició el cabello rubio alborotado y le besó en la frente– ¿cómo estás?

–Mejor que tú, por lo que veo –se burló riendo un poco–. Te ves pálido.

–Yo nunca me veo pálido –protestó sin ánimo.

–Definitivamente. Parece como si te fueras a desmayar.

–No, ni hablar –negó con vehemencia–. Eso sí, es la primera y última vez que pasamos por algo así –Alessandra lo miró con curiosidad– no lo soportaría nuevamente, es demasiado. Es una locura, es...

–Yo he sido quien ha estado aquí por incontables horas, André.

–¡Me estaba volviendo loco! –exclamó André–. No podría hacerlo de nuevo. Será nuestro único bebé.

Alessandra soltó una carcajada breve y una mueca de dolor atravesó su rostro. André le pasó una mano por la mejilla con delicadeza.

–No sé si sigas pensando lo mismo cuando lo veas... –murmuró y a continuación una enfermera trajo al nuevo bebé Ferraz– mira, es nuestro hijo.

André espero hasta que la enfermera hizo un ademán de colocar al niño en el regazo de Alessandra. Ella negó levemente y señaló hacia André. Él miró a la enfermera con los brazos extendidos, entregándole al bebé. ¿De verdad esperaba que él lo cargara? ¡Rayos, nunca se había sentido tan inútil en su vida! ¿Cómo podría? ¿Y si lo dejaba caer? ¡Era pequeño y frágil! Él no podría...

El intenso miedo que lo atenazaba se atenuó poco a poco ante los ojos azules de Alessandra, quien le aseguró con un asentimiento que estaría bien. Había tanta confianza y amor en sus ojos, que él lo supo enseguida, con Alessandra, él lograría lo que fuera.

André clavó sus ojos grises en el bebé que sostenía. Era su hijo. Su primer hijo y, Dios, era precioso. Tenía el cabello rubio y sus ojos azules parecían mirarlo con curiosidad. Era perfecto, se parecía a Alessandra. Era hermoso.

Casi amor (Italia #11)Where stories live. Discover now