Capítulo 20

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André continuó mirando la pequeña caja entre sus manos con atención, como si su mente pudiera descifrar alguna clase de significado oculto en ella. No había nada, estaba claro, simplemente era un regalo de cumpleaños. Como cualquier otro regalo. En verdad, era solo eso. Y al mismo tiempo...

No lo era en absoluto. ¿Por qué había tenido que rechazar su primer instinto y regresar a mirar, por lo menos, la tarjeta? Había cedido a la curiosidad, a un sentimiento extraño que se había apoderado de él en cuanto recibió el pequeño paquete, en la puerta de su departamento mientras partía a la cena de cumpleaños. Ni siquiera le había prestado atención cuando lo dejó en la mesa con sequedad, volvió a cerrar la puerta tras de sí y tomó el ascensor. A punto de subir a su auto, se detuvo. Tenía que ver que era. Lo necesitaba.

Una necesidad apremiante lo embargó sorpresivamente. Él no era de los hombres que se dejaban llevar como si nada pero... no pudo evitarlo. Regresó todo el camino hasta su departamento y fue hasta la mesa.

Frente a él, no lo abrió. Se limitó a tomar la tarjeta con cuidado. Dejó el sobre a un lado y leyó el contenido.

Eso lo explicaba. No, no era solo un regalo. Bueno sí, pero era de ella. Lo sabía, aun sin verlo. Aun cuando no lo firmara. Su caligrafía. Alessandra.

La giró entre sus dedos. Era una única línea: "Feliz cumpleaños, André".

Y, por si hubiera tenido una mínima duda, que no era el caso, pero si así hubiera sido, el contenido le habría dejado el panorama claro. Clarísimo. Apartó la tapa y la extrajo con delicadeza, como si temiera que desapareciera.

Una corbata. No, no cualquier corbata. Era esa corbata gris... la misma, podía jurarlo. ¿Cómo podría olvidarlo?


André se fijó en su imagen en el espejo y giró hacia Alessandra, quien no pudo contener la risa. ¿Qué era tan gracioso? ¿Él?

–No te pongas así –lo regañó con otra risita Alessandra– te ves bien, de verdad.

–Que no –André hizo una mueca a su reflejo– no me calza bien.

–¿Acaso no usas un traje en la oficina?

–A veces –vaciló pasando su dedo por el cuello de la camisa, que lo sentía ajustado– no utilizo eso –negó quitándosela.

–Eso es una corbata –Alessandra entrecerró los ojos– pensé que alguien como tú lo sabría, ¿verdad?

–No quiero saber a qué te refieres –puso en blanco los ojos– pero nunca me han gustado. Esto es imposible –se rindió.

–No, no lo es –Alessandra se levantó y lo abrazó por detrás– solo debes saber buscar –le retiró la que tenía de sus manos y sonrió– ¿qué tal si pruebas esta?

Él no sabía de donde la había sacado Alessandra pero ahí tenía, una corbata gris, sencilla, y parecía muy feliz sosteniéndola.

–Será perfecta –sonrió más– ¿sabes por qué?

–¿Por qué? –interrogó aburrido André.

–Porque es el mismo color de tus ojos. Es perfecta.

André se la colocó dudoso. La incredulidad inundaba su rostro. No funcionaría.

–Creo que no llevaré corbata –se la quitó, irritado– no es necesaria. Es solo una boda, ¿no?

Alessandra se encogió de hombros, aunque no parecía enfadada. Le pasó una mano por la mejilla.

–De cualquier manera, la compraré para ti. Es perfecta –decidió y se fue a pagar.


André no habría imaginado que serían de los últimos días que estarían juntos y que ese sería un regalo que jamás iba a recibir. Hasta ahora.

La contempló un momento más entre sus dedos, consciente de que las cientos de preguntas que rondaban su mente no podrían ser contestadas por esa simple corbata. Tan solo un trozo de tela, sin aparente significado y aun así...

No sabía qué pensar... ¡Demonios, no sabía que sentir!

Es más, no sabía por qué debería sentir algo más que sorpresa. Es decir, habían tenido un pasado en común, Alessandra había comprado aquel regalo para él y ahora se lo entregaba, no era nada extraordinario. Nada, en absoluto.

La arrojó en la mesa, junto al paquete que la había contenido. Su actitud era de lo más absurda y le había provocado un retraso de por lo menos veinte minutos a su cena de cumpleaños. Su madre no estaría nada contenta con eso.

–André Ferraz, es de pésima educación llegar tarde a un lugar –Danna lo esperaba en la puerta de la Mansión. André le brindó una sonrisa culpable– y no tiene nombre cuando la reunión es en tu honor. ¿Qué sucedió?

–Mamá, buenas noches –besó su mejilla con delicadeza– lo siento –se disculpó, intentando pensar en una excusa lo suficientemente buena para ser creíble y para no tener preguntas incómodas– es solo que... tenía una cita.

Su madre entornó los ojos, como si un regaño estuviera a punto de aflorar inevitablemente. Pero suspiró con cansancio y asintió, como si no le extrañara eso.

–Bueno... es tu cumpleaños, supongo –se encogió de hombros– ¿estás solo?

–Por supuesto –replicó sin comprender. Mientras caminaban, notó que quizá su madre había esperado que él llevara a alguien, a la supuesta cita seguramente... y se había decepcionado al ver que no era así. ¿Por qué se decepcionaba? ¿También quería que tuviera una relación seria? Imaginaba que eso era.

Antes de que pudiera decir nada, pues la mirada de su madre de alguna manera siempre lograba un efecto en él (generalmente, el efecto que su madre pretendía) por lo que lo único en lo que pensaba era en disculparse, por alguna razón; llegaron con el resto de invitados. Para alivio y pesar de André, había estado en lo correcto. Era, efectivamente, una cena familiar.

–¡Hermanito, feliz cumpleaños! –Danaé, su hermana menor, fue la primera en felicitarlo–. Ten, sé que te gustará.

–Gracias, Danny –le respondió y sonrió travieso ante el mohín que formó por el detestado diminutivo.

–No empecemos, Andy –fastidió Danaé con una sonrisita– que no quiero vencerte el día de tu cumpleaños.

–¿Tú a mí? Jamás podrías vencerme en nada –su tono de suficiencia hizo que Danaé pusiera sus ojos en blanco– en nada –recalcó.

–De hecho –Beth interrumpió, con tono autoritario– Danaé te ganó en muchas cosas, empezando porque maduró más rápido, se enamoró y se casó, además que fue la primera en saber que algo no estaba bien contigo cuando te enamoraste de Alessandra. ¿Ese era su nombre, verdad?

André cerró los ojos por un instante, contó mentalmente hasta diez y tomó aire profundamente... lo que fuera necesario para no matar a su hermana mayor Beth.

–Yo no... –su voz contenía rastros de furia aún. Diez no había sido suficiente, quizá si contaba hasta cien, pero tenía que decir algo– no continuaré con esta charla sin sentido el día de mi cumpleaños.

–¿Sin sentido? –Alex soltó en tono divertido–. Pero si tú...

–Di una palabra más y me darás un motivo para golpearte –advirtió André con cansancio e irritación mal disimulados.

Casi amor (Italia #11)Where stories live. Discover now