Capítulo 35

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André apoyó sus manos sobre la mesa y sonrió. Hacía un mes que había reencontrado a Alessandra y aún le parecía un sueño. Al verla sonreírle de vuelta, se dijo que definitivamente debía estar soñando.

–¿Qué? –Alessandra se acomodó un mechón de cabello rubio detrás de la oreja– ¿de pronto has olvidado con cuántas chicas has salido en este tiempo?

–No, es solo que no me siento cómodo comentándotelo a ti –se encogió de hombros, convencido que ella sería la última persona que querría saber que era la única. Por años, al menos, en ocupar completamente su mente.

–¿Sabes algo? No te ofendas, pero en estas semanas contigo me he dado cuenta de algo y no puedo dejar de darle vueltas –soltó pensativa y ladeó el rostro levemente– ¿estás enamorado?

André sintió que se atoraba con el trago de café que había tomado. Tosió varias veces, intentando recuperar la calma.

–Lo sé, es una pregunta estúpida. Sin embargo, no encuentro una explicación más... –Alessandra continuó explicando y cruzó los brazos– es que estás tan diferente. Y creo que puedo verlo en ti, definitivamente es algo grande.

–Yo no... –André intentó negarlo, no obstante las palabras se quedaron atoradas. ¿Cómo podía negar lo que él quería gritar?–. ¿Tú crees que yo podría estar enamorado? –decidió preguntar, para evitar responder directamente.

–Es lo que no entiendo. Siempre pensé que no, pero hay muchas cosas que pensé en un momento de mi vida y estaba equivocada.

–Sí, bueno... –se removió incómodo en su silla– no es algo que me gustaría hablarlo contigo.

–¿Por qué no? Pensé que éramos amigos, André –sonrió Alessandra y le puso la mano sobre la que él tenía en la mesa– ¿qué sucede?

–Nada –respondió André de inmediato y supo que no debió quitar su mano al contacto de Alessandra, pero era más de lo que podía soportar. Si ella volvía a tocarlo, él terminaría haciendo el mayor ridículo de su vida ante la única mujer que quería para siempre en ella–; ya te dije, es raro hablarlo contigo.

–¡Ay, André! Pero han sido tantos años y ya es casi un asunto olvidado.

Para ti, quizá sí –pensó con ironía André. Para él, sus momentos junto a Alessandra, cada uno por más insignificantes que fueran, se habían tornado de una nitidez sorprendente en sus recuerdos.

–Lo sé, es solo que... –André removió incómodo su café– no me gusta hablar de eso.

–Oh, entonces sí que te has enamorado... me gustaría haber visto eso.

Lo estás viendo, Alessandra –gritó su mente y André intentó acallar sus pensamientos.

–Créeme, no querrías verlo –murmuró en tono sombrío. Alessandra clavó sus ojos azules en él con curiosidad. André sonrió, para aligerar el ambiente–. ¿Podemos cambiar de tema? ¡Ahora sí que me estás incomodando!

Alessandra rió y él la imitó. No sabía cuánto tiempo más podría resistir, pero empezaba a pensar que la respuesta era siempre, siempre que ella lo quisiera a su lado, él estaría ahí. Siempre.

–Está bien, ¿de qué te gustaría hablar? –Alessandra intentó reprimir una sonrisa– ¿ya te gustan las corbatas? –arqueó una ceja divertida mientras André hacía un ademán con las manos, como si se asfixiara–. Eres un exagerado.

–Las detesto como de costumbre. Eso no ha cambiado en lo absoluto.

–Pocas cosas cambian totalmente con el tiempo –comentó pensativa–; espera, déjame reformular eso. Varias cosas cambian con el tiempo, pero hay algunas que no. En lo absoluto.

–¿Cómo qué, por ejemplo?

–Como tu aversión a las corbatas –se burló Alessandra. Él puso en blanco los ojos– y que no trabajes demasiado, veo que eso ha cambiado.

–Yo siempre trabajé lo normal, Alessandra –soltó ofendido.

–No he dicho lo contrario –contestó con una sonrisita de diversión– antes parecías vivir y trabajar. Ahora, parece que no haces nada más que vivir para trabajar.

–¿Y eso está mal? –se cruzó de brazos André y arqueó una ceja, pues Alessandra no era la más calificada para criticar ese aspecto de su vida en particular.

–No mal... es solo que, no parece típico de ti.

–¿Típico de mí? –André bufó con cansancio–. Esto no será halagador para mí.

–Es solo que...

–No lo digas, lo que sea. No quiero saberlo.

–¿Por qué no? –Alessandra hizo un mohín– ¿por qué crees que será algo malo?

–Eso de "típico en ti" no puede ser algo bueno. Tú, de entre todas las personas, deberías imaginar por qué no quiero saberlo.

Alessandra lo miró con curiosidad. ¿Qué pensaba que iba a decir? ¿Lo que había sucedido entre ellos hacía tantos años, cuando eran tan jóvenes? ¡Pero si era parte del pasado! En fin, mejor dejarlo.

–A veces me desconciertas, André –negó levemente Alessandra–. Siento como si hablara contigo y al mismo tiempo con alguien completamente diferente.

–¿Por qué lo dices, Alessandra?

–No lo sé, André. Quisiera entenderlo, pero no lo hago... –habló en voz baja, como para sí misma.

–De cualquier manera, retomando lo de vivir para trabajar, no diría que tú lo haces mejor que yo. ¿O sí, Alessandra? –arqueó una ceja con suficiencia.

Alessandra hizo un mohín y se cruzó de brazos. Era totalmente cierto, si había alguien que no tenía más vida que su trabajo, esa era ella. Había caído presa de sus propias palabras, que irónico.

–No te daré el gusto de responder, André.

–Porque sabes que tengo razón.

–Mmm... –Alessandra tomó su café y lo dejó en la mesa. Estaba frío.

–Tu silencio solo lo confirma –esbozó una amplia sonrisa burlona.

–Ese sí eres tú, con tu sonrisita de "yo me creo el dueño del mundo".

–Soy el dueño del mundo... –André tensó los labios para que no saliera la palabra a continuación, pero no pudo evitarlo– nena.

Alessandra abrió la boca con sorpresa, intentó articular una palabra y sintió una creciente indignación dentro de sí. Cerró las manos en puños y... empezó a reír. Soltó una gran carcajada y André la miró encantado.

Y ahí –pensó André– esa sí que eres tú, Alessandra.

–No puedo creerlo, André Ferraz –movió su cabeza de un lado a otro, con desaprobación– ¿cómo te has atrevido a llamarme así? ¡Sabes que lo odio!

–¿De verdad? –él abrió sus ojos desmesuradamente, con exageración. Alessandra reprimió una risita–. No lo recordaba.

–Claro, no lo recordabas –intentó fruncir el ceño pero le hipnotizaba la expresión que André tenía. Era tan diferente. Y tan familiar al mismo tiempo. No podía dejar de mirarlo, fascinada porque él tenía esa expresión con ella. ¡Con ella! Hace tanto tiempo que nadie disfrutaba de su compañía y era algo mutuo. Sin embargo, con André... bueno, era totalmente nuevo y a la vez conocido. Era él.

Casi amor (Italia #11)Where stories live. Discover now