Capítulo 41

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No volvieron a hablar durante el resto de la tarde. Y, durante varias semanas, André no tuvo noticias de Alessandra. Ella no contestaba sus llamadas y, cuando había decidido ir a verla, encontró que su casa estaba vacía y en venta. En la clínica no tuvo mejor suerte, sencillamente ella había pedido una licencia de dos meses y nadie estaba al tanto de nada más.

Sabía que quizás su única oportunidad de encontrarla era con Emma. No obstante, si Alessandra hubiera querido ser encontrada, se lo habría hecho saber. Era evidente que necesitaba tiempo. No tenía claro si tiempo para sí misma o solo tiempo lejos de él, pero no lo quería ahí. Tenía que respetarlo.


***

–Si hubiera tenido opción, créeme, no estaría aquí –siseó André hacia Alex, que lo miraba risueño–; pero, es el aniversario de mis padres. ¿Qué puedo hacer?

–Se ven tan felices –pronunció con ensoñación Danaé, abrazando a su esposo Alex–. Cariño, ¿crees que lleguemos a estar tanto tiempo juntos?

–Si no lo matas primero, sin duda alguna –sonrió burlón André a su hermana. Danaé arqueó una ceja–. ¿Qué? Tu marido es muy propenso a despertar sentimientos desagradables en las personas.

–Eso no es cierto –Danaé observó los ojos azules clarísimos de Alex con amor.

–Deberías preguntarle a Kyle, no creo que comparta tu opinión –soltó alegremente, refiriéndose al cuñado de Alex, esposo de su hermana Daila– ¿verdad, Alex?

El aludido murmuró algo, frunciendo ferozmente el ceño en su dirección. André rió, divertido. Le gustaba fastidiar su mejor amigo, sin duda alguna.

–¿Qué es tan gracioso? –inquirió Rose llegando hasta ellos–. Estoy cansada de estar seria y en silencio, necesito algo de alegría.

–Lo de siempre –contestó Danaé–. André y Alex lanzándose acusaciones mutuas.

–¡Oh! ¿Ya me lo perdí? –se lamentó con un mohín– ¿pueden empezar de nuevo?

–No es como si fuera un juego –rió Alex abrazando a Danaé–, pero creo que hemos tenido suficiente por hoy.

–¡Rayos! Tendré que ir a buscar a Marcos –exclamó, refiriéndose a su gemelo– últimamente no he podido discutir mucho con él.

–Se encuentra bastante ocupado con sus hijas –acotó Beth, hermana mayor de André, llegando hasta ellos– que son preciosas, por cierto.

–Sí, mis sobrinas son adorables –asintió Rose, sonriendo–. Ciana me recuerda a mí cuando era niña.

–¡Ni lo digas! –Marcos apareció y simuló un escalofrío–. Mis niñas no son pequeños demonios como lo eras tú.

–¡Eso no es cierto! –Rose cruzó los brazos–; bueno, quizás un poco –aceptó, divertida– mis gemelos son tan bien portados, Ian es bastante estricto al respecto –hizo referencia a sus hijos y su esposo.

–Y deberías estar feliz por eso –Beth aseguró– un niño caprichoso es... –miró a André con una gran sonrisa.

–Insoportable cuando no obtiene lo que quiere –completó Alex con una enorme sonrisa. André sabía que habían empezado, lo esperaba.

–Y, ¿por qué quiere lo que no puede tener? –Rose habló alegremente–. Porque nunca ha recibido rechazo alguno.

–Indudablemente... –empezó Marcos y André elevó sus manos con firmeza.

–¡Alto! Hoy no es mi cumpleaños ni nada parecido. No voy a escucharlos, porque no quiero hacerlo. ¿No tienen cosas más importantes que hacer? ¿Esposas, esposos, hijos? ¿Responsabilidades de algún tipo? –André bufó.

–André –Aurora habló. Él se preguntó por dónde había venido que no la escuchó llegar– ¿estás consciente de que es tu deber tener un heredero para la familia?

Él arqueó una ceja con incredulidad. No creía posible que pudiera tener una conversación de ese tipo, en mitad de una fiesta, ¡en este siglo!

–Eso no es... –pronunció entre dientes, maldiciendo mentalmente a todos los que le rodeaban y contenían la risa– tanto Danaé como Beth han tenido hijos; y, no dejo de lado a Stefano. Así que la familia tiene suficientes herederos.

–Lamento contradecirte –soltó con suficiencia Beth– pero mis hijos son Beckett, no Ferraz –se encogió de hombros.

–Y, en cuanto a mi hijo –continuó Danaé– es heredero Lucerni, más que Ferraz.

André puso los ojos en blanco, con impaciencia, esperando la réplica de Marcos.

–Si bien mi padre es Ferraz –dijo, haciendo referencia a Stefano– no es hijo legítimo. Y, el apellido sigue sin herederos con respecto a mis hijas.

–¿Qué les sucede a todos? –André exclamó con impaciencia– ¿se dan cuenta en que siglo estamos? ¿Acaso están conscientes de lo estúpido que suena todo lo que dicen? ¡No es necesario que yo tenga hijos para que...!

Se calló con gesto obstinado. Sabía que no creían nada de eso, solo buscaban que él admitiera que quería hijos, esposa; en definitiva, una familia y todo lo que eso conllevaba. André se sentía agotado y no había pasado ni dos horas en la fiesta.

–No tengo ninguna prisa por tener hijos –aseguró André con frialdad a quienes lo rodeaban–; y, cuando los tenga, espero que me dejen tranquilo con lo del apellido familiar y la herencia y todo lo demás.

Se alejó con paso seguro, sin siquiera mirarlos por última vez. Profundamente molesto y contrariado.

–¿Creen que nos hemos excedido? –preguntó Danaé con preocupación, mirando la espalda tensa de su hermano mayor.

–No, ya se le pasará –Alex la acarició, tranquilizadoramente– necesita un pequeño empujón en la dirección correcta.

–Sí, para saber qué es lo que quiere –aseguró Rose.

–Qué es lo que le falta –intervino Christopher, que se había mantenido al margen de la conversación– lo sabrá pronto.

–Yo creo que ya lo sabe –soltó Marcos– y está en camino de aceptarlo.

Los jóvenes miembros de la familia lo miraban con fijeza, André podía sentirlo. Pero no le importó. Realmente, ¿qué más daba unas cuantas burlas más a su costa? No era algo nuevo, él era el blanco de ellas desde que había terminado con Alessandra hacía más de siete años. Al parecer, para ellos era divertido regodearse en la felicidad que sentían por estar enamorados. En momentos como esos, no le agradaba ni uno solo de ellos. Ni uno.

Caminó hasta la habitación que siempre tendría en la Mansión. Eso le recordó a lo que había hecho varios años atrás. Era muy extraño como a momentos le parecía que repetía la historia una y otra vez, sobre todo lo referente a los sentimientos que conservaba por Alessandra.

A veces, deseaba cerrar los ojos y hacer que desaparecieran, así de fácil. Así de rápido. Nada era fácil ni rápido con respecto al amor.

Ni siquiera lo pensó, solo quiso mirar una vez más y tratar de determinar en qué punto su vida se había torcido de aquella manera. ¿Cómo no se había dado cuenta a tiempo que la amaba? ¿Cómo había sido tan idiota que no lo supo?

–André –escuchó la voz de Alessandra al otro lado del móvil al contestar– te he llamado a tu departamento y no estabas. ¿Estás bien?

¿¿Yo?? –quiso gritar André. Él no era el que había desaparecido prácticamente dos meses. Inspiró hondo para responder–: Alessandra. ¿Cómo estás tú?

Casi amor (Italia #11)Where stories live. Discover now