La misteriosa extraña casa tapizada de estrellas

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Dando vueltas por el barrio de mi pequeña ciudad, un suburbio cubierto de porquerías; un intento gris de parque que siempre recorro no tiene muchos atractivos para ofrecer, exceptuando una casita de madera destartalada, y que reluce encantada en medio de la vulgaridad, pintada de púrpura, abandonada a mitad del callejón, temerosa, y, que acercándose a ella, pareciera que el Sol no la ilumina. Parece que se hace de noche en cuanto te acercas, pero, en verdad, cuando cae el ocaso, sus paredes moradas se hacen brillantes y despliegan un haz de luminosidad que atrae a los poetas desgraciados.

Está habitada sin embargo, por el Sr. Gordon McFoster, que todo el tiempo permanece encerrado en ella, y que no ha salido en años, se dice, para presenciar la luz del Sol. Antes de que fuese popular en este barrio bajo, ruin y asqueroso, una vez visité al Sr. Mcfoster por accidente.

Sentado y triste, aparentando mi patético intento de melancolía, que no se compara ala del escritor desgraciado; un día en el parque de árboles artificiales, decidí caminar entre las callecillas, cuando me vi atraído por un resplandor amarillo que surgía de la ventana de una casa destartalada, que vibraba en medio de ese día terriblemente apagado y nublado. Decidí acercarme con cautela a observar la ventana, y presencié a un hombre viejo sentado a una máquina de escribir, pero la escena fue indescriptible al tiempo, pues un aura de destello adiamantado rodeaba al señor y su máquina. Mientras chispazos de polen dorado adornaban cada tecleo de sus manos.

El señor me vio espiar, y me asusté, pero antes de que huyera, el sujeto me abrió su puerta, permitiéndome pasar. Me reveló su oscuro secreto, que no puedo revelar a nadie, y pude verlo escribir a la luz de una sola vela, y como hablaba a su máquina derruida y al papel amarillento. Por todos lados, pedazos de papeles en desorden, pululaban en la habitación, llenos cada uno de ellos de historias mágicas e interminables. Me dijo que no dormía, y pude verlo escribir hasta e anochecer con los ojos cerrados.

Un tapete de estrellas grandes y amarillas refulgía en todas las paredes, y sonajas como crótalos resonaban con furor en mis ojos. No pude ver ni detectar nada a la medianoche, más que esas estrellas puntiagudas sobre el fondo azulino, que me despertaron cierto horror. Brillando a cada segundo y toda la noche, el Sr. McFoster no se detuvo. Y así hasta que amaneció, las estrellas seguían brillando, así que tuve que irme sin despedirme siquiera del sujeto, que me causó cierta inquietud porque nadie lo conocía ni lo iban a visitar. Pero no era un loco, a pesar de que su hogar era un desastre. Todos esos papeles de historias y poemas vieron la luz en humildes volúmenes, que empezó a llamar desmesuradamente y de forma no apropiada la atención de literatos y escritores.

Se preguntaban como acaso alguien podía imaginar tanta maraña de fantasía y lograr plasmarlo, porque esas historias cargaban con un tanto de las chispas áureas del cuarto oscuro.

Yo era el único que había visto el tapiz de estrellas que se iluminaba por la noche, pero nunca dije nada.

La situación tomó un tono estremecedor, porque todos los días los poetas iban a fisgonear a la casa del Sr. McFoster, que ya no salía para nada.

Se contaban los rumores de los leves resplandores brillantes a medianoche, y los escritores trataban de forcejear la puerta y las ventanas para entrar. Husmeaban y permanecían pegados a las paredes de la fea casa con aire enfermizo, hasta que una extraña planta gigante creció en el jardín de la casa para comenzar a devorar a todos los intrusos y curiosos poetas, que huyeron despavoridos esa noche.

A día de hoy, esa planta dio una flor de color naranja que refulge en las noches, para ahuyentar a los extraños, con el brillo alimentado de las historias de aquellos escritores engullidos.



(Nota: De todos los minicuentos, este es el más largo de ellos, y fue el primero que escribí luego de un largo bloqueo creativo de casi 6 meses en aquel tiempo. Recuerdo haberme sentado en la noche oscura, a media noche, y decidir a escribir lo que fuera sobre la marcha. Este fue el extraño resultado. Dado que se trata de un texto escrito luego de un largo periodo de inactividad, las palabras se sienten torpes, y la estructura del cuento desorganizada; la cual no va ni llega a ninguna parte. Las únicas fuentes de inspiración: la luz de media noche de una lampara y las hórridas vistas de mi ciudad llena de delincuencia.)

Minicuentos (edición especial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora