La alucinación de David

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Recostado sobre mi cama, en la recámara oscura y fría, a finales de diciembre, pensaba todavía en ti, a pesar de que te había visto aquel mismo atardecer ocre de la noche de Navidad. Tenía mucho frío, pero pese a ello mi mente empezó a divagar.

Le pregunté a la oscuridad si podría ayudarme, pero en lugar de eso el telón negro y horroroso se siguió presentando ante mis ojos, reinando en esta y todas las demás habitaciones vacías.

Nada podía quitarme este letargo, oscuro y vacío, puesto sobre mis pupilas. Así que decidí asomarme a la ventana para tratar de borrar dichas divagaciones, y concentré mi vista en el cielo estrellado, algo cubierto por nubes moradas, pero tampoco ayudó. Abrí la ventana, y el viento penetró decidido, congelándome, pero entonces un extraño horror dominó mi cabeza, extraño porque no era un horror propiamente dicho, sino porque maldije haber concentrado mi vista en la vieja casa del Oeste, por donde se oculta el Sol, a poquísimos metros de mí. La vieja casa, desolada, desocupada, cubierta de oquedades donde las arañas escupen los ácidos.

Pero aún seguía recordándote, así que hui frenéticamente hacia allá., Salí de casa, abandoné la oscuridad, y salté al vecindario friolento y desértico, con los vecinos ya dormidos. Caminé a través del eclipsado jardín, sobre los pastos secos e informes, y casi no podía entrever nada. Antes ya había explorado la vieja casa, y mucho se hablaba de ella, acerca de su aura misteriosa, que a mi me parecía mística, y la había visitado de día, pro nunca de noche, cuando se escucha la música de piano flotando en derredor, y las luces verdes se asoman de entre sus agujeros.

Efectivamente, comencé a oír la música, proveniente del piso de arriba, conforme me acercaba. Miré con discreción por el hoyo que se abría en los cristales rotos de una ventana tenebrosa, y me pareció divisar a nadie mirándome. Me armé de valor y entré por ella.

Observé los cristales desmenuzados, la madera roída por las ratas, las cucarachas desplazándose en su interior lóbrego. No iba armado con ninguna linterna. Ya conocía la conformación de la casa, pero como abajo no había nada interesante, sino que en el piso superior se concentraba toda aquella aura, subí las escaleras quejumbrosas y temblorosas, hacía arriba, donde la música se acrecentaba.

De día, aquel piso estaba vacío, pero de noche...

No noté nada especial al inicio, y me daba miedo avanzar hacia las tablas trémulas de más allá, de donde en una esquina oscura emanaba la extraña música, pero no había ningún piano. Avancé, di los pasos, y entonces una luz espectral de color verde cegó mis ojos, y entonces caí, no sé hacia donde, pero caí.

Un tercer piso... de donde un haz circular se proyectaba y desplegaba estrellas amarillas, brillantes, como un planetario, y en una vorágine renegrida me veía sumido... A mi alrededor, las estrellas avanzaban, acompañadas de la música tan excéntrica, que era repetitiva y subía de volumen... De pronto, ya no veía nada, no distinguía... el torbellino luminoso ahora era un remolino violento, y me quedé impávido, sin saber qué hacer más que agachar la cabeza y rendirme sobre el piso nebloso, inexistente.

Desperté entonces de golpe bajo mi cama, desconcertado y sin ninguna emoción, atemorizado, y me desplacé y y salí de debajo de ella, para mirar los números rojos del reloj... Eran las 3:32 A.M., y me hallaba vestido tal como había salido, pero ahora la ventana estaba cerrada, y la casa puesta sobre el césped mate y muerto, sin poder quitarte todavía de mi mente.



(Nota: No tengo mucho que decir sobre esto. Es solo un reflejo de un extraño enamoramiento personal y también recuerdo de mis siempre solitarias noches de Navidad.)

Minicuentos (edición especial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora