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En cualquier caso, ese tema había dejado de importar, pues desde aquello habían pasado diez años.

Con el tiempo, me acabé acostumbrando a vivir en esta mansión, que remedio ¿no?

Mi estancia no era precisamente una de las mejores, algo justificable ya que obviamente no estaba aquí para vivir a pie de rey, sino para ganarme el pan del día a día.

A parte de eso... Tenía cerca a ese chico que se había convertido en un gran amigo desde día en el que habíamos jugado como nunca cuando éramos pequeños.

¿Os había dicho su nombre?

Gregory; era Gregory Neislhman.

Un joven un año mayor que yo, y  que ahora se estaba dedicando a ayudar a su padre en el negocio familiar.

Lamentablemente, no tenía tanto tiempo como cuando era un niño pequeño debido a la implicación que estaba teniendo en el ámbito laboral.

Claro que estaba el hecho de que Gregory detrás de todo ese esfuerzo, tenía una finalidad; ser alguien tan importante como su padre.

Obviamente, no iba a gastar su preciado tiempo con alguien como yo, alguien que solamente se encontraba en su casa para retirar el polvo de las mesas.

Gregory, tenía un futuro demasiado prometedor, por sus venas corría la sangre de un ganador pese a no creerse superior a nadie, no miraba a nadie por encima del hombro, jamás en su hermosa vida había puesto una mueca de desagrado a nadie pues siempre vivía dedicando esa maravillosa sonrisa a todo aquel que se encontrase por su camino.

Gregory Neilshman, era la versión perfecta para cualquier mujer; era guapo, amable y tenía buen culo.

Omg, debo seguir narrando esto seriamente.

En fin...Debería pensar en cosas más serias, en vez de dejar rondar por mi mente lo estupenda que podría ser una persona de pies a la cabeza en cualquier instante.

Debería dejar de soñar despierta, creyendo que algún día se cumpliese mi sueño; creer que algún día ese precioso diamante embruto me besaría después de confesarme lo enamorado que estaba de mí tanto como yo de él.

Ser su princesa, como en el cuento de cenicienta, quien había conseguido casarse con el principe sin necesidad de ser de la realeza.

Fantasear como una loca enamorada era lo más sencillo y aceptable para mí, ignorando el simple e importante detalle de que el cuento de Cenicienta no era real, sino una triste historia ficticia que no podría ir más allá de la realidad.

—Niña, prepara el carro de comida—me dijo Oscar, el mayordomo—. Es la hora de preparar la mesa.

Debería centrarme en las cosas para las que estoy realmente, aceptando y viviendo mi realidad.




Corazón Indomable ©Where stories live. Discover now