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  —Gracias—dije en un inaudible susurro.

 —No tienes por qué, ¿acaso no somos amigos?—me replicó Gregory, intentando apreciar mi rostro mientras me abrazaba. 

Suspiré.

 Era increíble, pero cierto. Gregory y yo habíamos forjado una  gran amistad desde que habíamos sido niños pese a la diferencia de estatus social. Nuestro único objetivo durante aquellos tiempos, había sido divertirnos como nunca, ignorando los comentarios inocentemente ya que no comprendíamos por qué debíamos juntarnos con personas igual a nosotros, es decir, yo debía jugar con los niños y las niñas del pueblo y Gregory debía aprender a ser un ganador desde pequeño sin tan quiera tener la oportunidad de gastar su tiempo en las cosas que más amaba un niño de temprana edad: divertirse.

Curioso había sido el destino, hacer que yo lo encontrase llorando frente un árbol, acurrucado entre sus pequeñas piernas mientras el rostro se podía visualizar desde el lado en el que yo me encontraba, tenía el ceño fruncido y los brazos cruzados; como si fuese una pelota humana.

Yo nunca me había considerado una chica entrometida, pero la triste posición de Gregory, me había llamado muchísimo la atención. Sin habérmelo pensado, había decidido acercarm a él para averiguar el motivo por el cual, la tristeza, tocaba el corazón de ese chico tan gracioso.

Cuando por fin lo había tenido cerca, había tomado la osadía de sentarme a su lado y preguntarle por qué estaba tan triste.

Los ojos de Gregory, en ese momento, habían brillado más que las estrellas del cielo. Era como si le hubiese dado un caramelo, como si le hubiese dicho que su mamá le había preparado su comida favorita.

Luego, sin haberme dado respuesta, volvió a su antigua posición.

  «Nadie quiere jugar conmigo», recordé que me había dicho. 

Su carita había sido como un rompecabezas, se había notado tanto que su corazón estaba más roto que un  espejo recién caído al suelo.Ver a personas en ese estado, era algo que jamás había soportado en la vida.

Todavía recordaba cómo había mirado a Gregory. Le había regalado una de las mejores sonrisas del mundo junto a un panecillo que tenía en la cesta.

Se había tratado de un recado en el que me había mandado mi tía. Tenía que llevar cinco panecillos a una casa inmediatamente ya que le habían ofrecido buen dinero.

Lamentablemente a esa casa habían llegado cuatro panecillos que habían hecho que mi tía ganase mucho menos que lo acordado.

Debido a mi atrevimiento, me había dejado sin el almuerzo de la tarde, dejando rujir a mi estómago cuan león de circo, muriéndose de hambre en la jaula.

Pese haber hecho algo que había dejado mi estómago llorar, no me había arrepentido de nada, pues ese día, no solo había conseguido hacer que Gregory sonriera, sino también había conseguido tener en mi vida a un amigo de verdad, y de los mejores. 

De aquellos que te abrazan en las buenas y en las malas.

Como en este instante...

Que feliz me hacía Gregory, que feliz me hacía estar entre sus brazos.

Existían milagros en la vida. 

Y en la mía se encontraba Gregory Neilshman.

Agradecería mil veces el día en el que me lo había encontrado para ofrecerle ese panecillo y ser su amiga.

Siempre había estado pendiente de mí.

Siempre había tratado de hacerme feliz y nunca me había dejado sola.

Era imposible no haberme enamorado de él.










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⏰ Última actualización: Aug 11, 2018 ⏰

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Corazón Indomable ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora