II

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Algo natural en los niños es que su compañero de banco se convierta en su mejor amigo durante todo el ciclo lectivo, ¿habrá sido destino o casualidad que acabáramos una al lado de la otra? Poco importaba, solo que compartíamos risas, anécdotas, esperanzas y tristezas impregnadas del dramatismo propio de la infancia.

Mi mente conserva como en un mal sueño escenas fragmentadas de una mañana en el recreo jugando a saltar la soga...

Teníamos seis y ocho años, tratábamos de conseguir uno de esos movimientos extremos donde una tomaba el lado izquierdo de la cuerda, la otra el derecho y ambas saltábamos en el centro en perfecta sincronía. Casi lo conseguimos pero perdí la concentración porque mis compañeros empezaron a cantar y aplaudir mi nombre unido al de otro chico. Nunca supe si se debió a que él había admitido estar enamorado de mí o si solo nos emparejaron porque nuestros nombres rimaban.

Me dio mucha vergüenza e Irina sugirió ir a jugar a la otra punta del patio. Para el final de la clase todos habían encontrado algo más interesante de qué hablar, mi inexistente vida amorosa pasó a segundo plano.

En segundo grado ese niño no estuvo con nosotros, dedujimos que se cambió de escuela. No le di mucha importancia, a esa edad no prestábamos verdadera atención a los dramas de nuestros compañeros a menos que fuéramos amigos.

No volví a recordarlo hasta que, años más tarde, mi madre hizo un comentario sobre ese mismo chico, el evento inusual que rodeaba su historia fue algo que supe mucho después de que los adultos lo convirtieran en el tema del momento. No es difícil imaginar cómo se enteró de que, durante las vacaciones de verano, olvidada ya esa tonta canción de amor infantil, hubo otra melodía en honor al cumpleaños del niño. Sonrió para su familia, aceptó todos los regalos, probó una rebanada de su pastel y pidió irse a dormir temprano. Se encerró en su dormitorio mientras la música continuaba sonando en el salón principal, sacó el arma que su padre policía guardaba quién sabrá donde, puso el cañón contra su pecho y jaló el gatillo.

Junto a su cuerpo, su familia encontró los restos de una serie de cartas que revelaban el bullying al que fue sometido en silencio durante sus últimos meses, nunca descubrieron al culpable de destruir de esa forma su autoestima.

Esto realmente ocurrió, profesor, no tengo motivos para mentirle, si busca en Google encontrará la noticia con lujo de detalles amarillistas. No sé por qué mi memoria decidió conectar ambas canciones, de amor y muerte, ¿usted qué cree?

Dos gotas carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora