IX

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El verano siguiente, mis padres me llevaron a unas vacaciones en una cabaña de ensueño. Todo era tan hermoso, profesor, abundante en árboles, con un lago en las cercanías y el canto de aves nativas que nos arrullaban por las noches. Pasamos cuatro semanas jugando, riendo cada vez que papá lanzaba a mamá al agua helada, burlándonos cuando él se ponía a cantar como un animal moribundo.

Esa fue la última vez que sentí tanta plenitud, tanta paz, no hubo ni una advertencia de la oscuridad que me asfixiaría cuando no tendría fuerzas para luchar.

A mi regreso a casa, Irina lucía diferente. Hablaba poco, me miraba como si fuese una extraña, alguien que la había traicionado.

Desde que nos conocimos, nunca habíamos pasado más de una semana separadas. Me pidió todos los detalles de las vacaciones, luego me preguntó si eso era lo que se necesitaba para hacerme feliz: ir al medio de la nada y lanzarme al río.

Traté de reírme por su sentido del humor, pero ella se mantenía tan serena que me produjo escalofríos.

Dos gotas carmesíWhere stories live. Discover now