XVIII

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Los ojos que me espiaban desde las sombras se detuvieron. Las llamadas, los encuentros fortuitos, los obsequios que desaparecían al despertar.

Fui a terapia durante años para recuperar mi vida. No fue fácil pero aquí estoy, profesor, en su Seminario de Mentes Criminales, con el objetivo de estudiar conductas desviadas y tratar de entender las causas de crímenes como los que fui testigo. Si logro comprender por qué ocurrió todo esto, quizá algún día consiga recuperar un pedazo de lo que alguna vez fui y evitarles a otros el dolor de perder la inocencia de esa forma.

¿Disculpe? Yo... sí, a veces le llevo flores a lo queda de Irina en el Parque de Descanso.

También. Si estoy de humor entablo una conversación unilateral donde trato de recordar los momentos bellos, porque los hubo aunque aquí solo revelé los fragmentos que el destino fue sembrando en advertencia. El rencor a un cadáver no es una piedra que deseo cargar por siempre.

Creo que está sonando mi teléfono, disculpe un momento. No me gusta enviar mensajes en presencia de otros porque es sumamente descortés, pero quedé en encontrarme con una amiga... Gracias, solo será un segundo.

Listo. No, no se preocupe, aún tengo unos minutos, solo me avisaba que viene en camino.

Puede preguntar, por supuesto.

No es un secreto que otra persona llegó a mi vida cuando tenía diecisiete años. Entablé una nueva, diferente amistad con esta chica. Intercambiamos consejos, risas e historias tristes. Tiene su vida separada de la mía y a veces no le alcanza el tiempo para verme. Pueden pasar meses sin contacto cara a cara, aunque nos saludamos seguido por redes sociales.

No tenemos muchas cosas en común y eso le divierte. Si ella luce colores claros y yo oscuros, se limita a comentar el contraste con humor sin darle mucha importancia.

Pero esta no es la historia de ella, y no considero saludable hacer comparaciones con Irina. Lo siento, me he distraído. Espero que mi risa no suene tan mal como la estoy oyendo. Creo que es un mecanismo de defensa al cerrar este capítulo de mi vida.

Permítame preguntarle algo antes de irme, profesor. Usted, que en su profesión ha sido testigo de diversas formas de maldad humana... ¿Alguna vez desaparecerán estos fantasmas que Irina me dejó o serán mis compañeros durante todo lo que me resta de este viaje al que llamamos vida?

Lo escucho...

Su silencio es la respuesta más honesta que alguna vez he recibido.

Se lo agradezco, pero soy la única que puede ayudarme. Descuide, no tengo intención de volver a rendirme.

Solo desearía que mi primera amistad me hubiera dejado recuerdos que provocaran sonrisas a través de los años. Quizá, en el mundo de Irina, los gritos que me arrancan los terrores nocturnos algunas noches podrían equivaler a risas.

Dos gotas carmesíWhere stories live. Discover now