XIV

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Me empecé a perder, el estrés contenido creaba lagunas mentales en mi memoria.

Las llamadas sin interlocutor se repitieron únicamente cuando me hallaba sola en casa, preferimos creer que se habían cruzado las líneas con otro número y era un problema técnico.

Me cambiaron de escuela, donde nadie sabía quién era, quién fui. Algunas tardes, a la salida creía ver un rostro conocido entre el mar de alumnos desesperados por abandonar esa cárcel. Me detenía ante las puertas dobles sin importar que mis compañeros me empujaran para avanzar, aunque mi cuerpo quedara atrás.

Todo se despejaba en cuestión de segundos, y solo quedaba yo con unos escasos rezagados riendo en grupos, padres que subían hijos a sus autos, madres que les hacían preguntas de último momento a maestras que tenían prisa.

Nadie familiar en la acera, nadie esperándome.

—Alguien sigue mis pasos —traté de explicarles a los psicólogos, mas algo me impedía brindarles un nombre.

No era lealtad de amigas, quizá se trataba de miedo, algo bloqueaba mi psique, se me cerraba la garganta cuando trataba de decir su nombre.

—El estrés post traumático te hace ver cosas donde no las hay, no es real. Quizá unas vitaminas podrían ayudarte... —insistían sin estar dispuestos a considerar otra opción.

No es real, no es real, no es real. Lo mismo creía de los cuentos de hadas, profesor.

Dos gotas carmesíWhere stories live. Discover now