pesadillas del pasado

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Cuando era niño solía darle muchos problemas a Charlie, tanto era así que se podría decir que era un delincuente en potencia, y en más de una ocasión estuve a poco de ir al reformatorio (del que el resto de policías en Forks me solían salvar dejándome ir por lastima a papá). Me apena decir que no le dejé las cosas fáciles... Ni siquiera imagino lo difícil que fue tener que lidiar con un niño enfermizo y conflictivo sin ayuda de nadie. No lo dejaba cuidarme cuando salíamos del hospital y solía pegarle con cada objeto que me encontraba y morderle los brazos cuando se descuidaba, y nunca me reclamó por ello. Cuando mamá nos visitaba con Bella también tenía por costumbre gritarles que se fueran y se murieran... La verdad no recuerdo porque tenía esta actitud pero si recuerdo los abrazos de Renée y Charlie para tranquilizarme a los que me resistía con patadas, golpes. Y yo no estoy del todo seguro de si mi madre también, pero Charlie aún tiene cicatrices de ese entonces.

Por supuesto Bella me odiaba a muerte, en más de una ocasión llegó a decirme que no era más que una carga para la familia, me escondía mis juguetes, me pegaba cuando nuestros padres no miraban, se burlaba de mi y hasta llegó a matar mi ilusión por la existencia de Batman. Está claro que yo también la odiaba, así que le correspondía con bromas pesadas como ponerle un chicle de un kilo en el cabello mientras dormía y rayar sus cuadernos. Nunca me castigaron por nada de eso, supongo que les hacía sentir un mal sabor de boca echarle la bronca a un niño que se estaba muriendo.

Era una noche muy helada y la quinceava vez que me escapaba de casa, de esa vez si recuerdo que me fui porque no quería volver al hospital, era difícil para mí entender lo que implicaba tener un tumor cardíaco primario, yo solo sabía que me llevarían a un lugar donde no paraban de meterme agujas y hacerme pruebas incómodas. Tomé mi bicicleta y conduje hasta la gasolinera donde la abandoné y subí a la parte trasera del primer camión que me encontré.

Me dolía mucho el pecho, tenía las manos frías, y me costaba respirar mientras me cubría con una frazada del Capitán América... Aún así prefería pasar toda la noche en el suelo de metal helado que volver. Mamá y Bella se habían quedado durante un largo tiempo en casa para cuidarme por lo del tumor ya que Charlie no quería tenerme en una camilla en lo que esperábamos que llegará el cirujano especialista de florida, y Bella esa mañana me contó que escuchó a nuestros padres hablando sobre una cirugía y que me abrirían el pecho con un cuchillo, además me asustó recalcando que eso dolía mil veces más que las agujas, no la culpen, éramos niños y ella solo quería asustarme. Estaba muy enojado después de discutir con mis padres sobre ello porque Charlie no me quería escuchar y Renée lo apoyaba en esa locura de meterme en el quirófano, y no volvería para que me siguieran lastimando.

Pasaron al rededor de tres o cuatro horas cuando el camión se detuvo... Fuera del motor aún encendido no se escuchaba nada extraño, llegué a la conclusión de que el conductor había llegado a su destino y me arrastré junto con mi mochila de Spiderman y mi frazada fuera del camión por la puerta mal cerrada y ajustada con un delgado gancho metálico. Estaba en el estacionamiento vacío de un tienda pequeña y desde el cristal de ésta observé al chófer comprar cigarrillos. Claro aproveché para irme.

Ya había llegado a la ciudad y tenía un plan según yo bueno y demasiado simple; tenía cuarenta dólares en el bolsillo regalo de la abuela, una linterna de policía que le robé de la jefatura, mi frazada, un cambio de ropa, un par de sándwiches, una bolsa de dulces y solo necesitaba encontrar algún edificio abandonado donde pasar la noche, claro sin contemplar ni por un segundo el peligro que un lugar como Seattle podía ofrecerle a un niño de mi edad. No estoy muy orgulloso de mí actitud en aquella época pero ese viaje me costó lo suficientemente caro cómo para aprender la lección de que el mundo era más terrible de lo que me hubiese imaginado.

Las calles de la ciudad estaban húmedas, oscuras y llena de gente extraña y vagabundos, pero yo era demasiado tozudo para tener miedo, solo tenía sueño, dolor, hambre y estaba muy dispuesto a ignorar todas esas sensaciones con tal de no regresar al hospital. Caminé como por una hora y media cuando me encontré lo que parecían las ruinas de una vieja iglesia abandonada, tenía una enorme cruz derrumbada en la entrada casi tapando toda la puerta, los cristales rotos y muchos graffitis con groserias. Afortunadamente yo era lo suficientemente pequeño como para pasar por el hueco entre la cruz y la entrada.

Royal SwanWhere stories live. Discover now