Capítulo 1

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Nos besamos, pero aquello era más que besarse. Era como comer cuando has estado hambriento, como beber cuando has estado sediento.

Stephen King,

  "22/11/63"


  

La luz dorada tajaba las nubes como puñales sedientos de tierra. Los pájaros gritaban de euforia navegando entre los bosques como náufragos a la deriva. La brisa barría los árboles y besaba sus hojas con delicadeza. Olía a flores silvestres y a tiempos nuevos en aquel verano de 1909.

     Peter sólo tenía ocho años.

     La pala azotaba la tierra con ímpetu y elevaba polvo hacia el cielo. Le dolía la espalda como mil demonios y el sol le calentaba los hombros mientras cavaba un hoyo en el suelo. Era solo un crío, pero las labores ya aprendidas debían ser llevadas a cabo con exactitud. Oía el balar de las ovejas de su padre en lo alto del valle. Intentaba pensar en alguna distracción, pero allí arriba, en las montañas, no había mucho en lo que pensar que no fuera en elaborar quesos de primera calidad con la leche de las vacas y cabras y en reparar los daños de la última tormenta, que había arrasado con casi todo el tejado de la casita donde vivían.

Cuando hubo acabado, cogió el abeto y lo hundió en la tierra. Luego le cubrió las raíces desnudas y dejó al descubierto su pequeño tronco y sus hojas perennes. Lo había encontrado días antes en una ladera muy desnivelada, y con las últimas tempestades, seguro que no sobreviviría a las bajadas torrenciales del agua. Había decidido asegurarle un hogar junto a la casa de la familia.

     —¡Peter!

     El niño se giró y vio en lo alto de la ladera a su madre, que lo llamaba con el brazo.

     —¡Ya voy!

     Asió la pala y se dispuso a marcharse, echando un último vistazo al pequeño arbolito que acababa de plantar.

     Fue muy rápido. En un instante, a lo lejos, vio la mancha marrón que se desplazaba entre los árboles. Al principio pensó que sería un ciervo, o incluso un arce. Se decidió a cazarlo al instante. En las montañas apenas tenían para comer. Estaba harto de la leche y los quesos que sus padres elaboraban, pero nunca se quejaba. Con el poco dinero que ganaban en su quesería, compraban otros alimentos, pero nunca tenían para buenas carnes y casi nunca un animal de semejante envergadura se dejaba ver por el lugar. Era su oportunidad de demostrar que valía para algo más que para cavar, ordeñar y hacer quesos, y también para comer carne fresca y de buena calidad en mucho tiempo. Volvió a la casa, convencido de lo que tenía que hacer. Entró en el cobertizo apresuradamente, con miedo a que la presa escapara, y agarró el rifle que estaba escondido bajo unas mantas. Corrió de nuevo, esta vez hasta los árboles de la ladera. La mancha marrón no se había movido, seguía en el mismo lugar. Ciervo estúpido, pensó Peter.

     Corrió sigilosamente entre los árboles, adentrándose en la espesura del bosque, pisando la nieve que se estaba derritiendo, y esquivando las rocas que aparecían a su camino. La mancha, que se había vuelto negra y no era del todo clara a los ojos del pequeño muchacho, empezó a avanzar cada vez más allá, llevando a Peter más lejos de su casa. Al final se detuvo tras unas rocas. El chico se escondió tras ellas y cargó el rifle. No tenía munición. Maldijo su suerte, desesperado. Había cogido el arma tan rápido que no se había centrado en la maldita munición. Se asomó sobre las rocas discretamente, para contemplar al ejemplar que no iba a matar, al ejemplar que no iba a enorgullecer a su padre, para contemplar al ejemplar que no les iba a dar de comer durante la próxima semana.

SnowbirdWhere stories live. Discover now